lunes, 12 de julio de 2010

En LA MAYOR de las armonías, LA MENOR indiferencia.

En LA MAYOR de las armonías, LA MENOR indiferencia.

Por Luis Gerardo Martínez García
(Escritores por la Educación AC)


A mi amigo Ariel López









¿Puedes ver la música? Imagen fija que mueve. Cual musa, la creación del escribano; testigos sacros el árbol, la bicicleta, la casa… De ese sutil ritmo amorfo de la calle que confunde el ruido de la ciudad pero le da vida y sonido al compás de la moneda. ¿Puedes sentir la foto? Ahí, en LA MAYOR de las armonías, cohibida por la sinrazón del mazo y el violín, en provocación arrítmica besan la frescura del inesperado, pariendo LA MENOR indiferencia, la inesperada sencillez de la vida en cuadraturas escritas por sus vidas impares, ajenas, mundanas y rutinarias.



En DO, RE, MI o Sol que brilla, sonriendo porque, ella y él, están y no se ven; armonizan sin ton ni son. En FA, LA o SI MENOR, sin miedo, acorde con el latir de sus miradas, el violín acompasa, calla, grita, llora; el mazo acompaña, duele, para, estremece, sorprende. Y el fotógrafo… roba. Comparte, momifica y dinamiza la vida de los otros que se convierte en propia.



La estrofa, el destino y la batuta los puso en ese lugar para salir de la foto sin salirse de la cuadratura… en esa foto en que coexisten studium y el punctum. Ya lo decía Roland Barthes, la fotografía debe ser silenciosa “[…] no se trata de una cuestión de ´discreción´, sino de música […] (cerrar los ojos es hacer hablar la imagen en el silencio).” Es pues en la foto en donde el silencio musical, como en las fotografías de Manuel Álvarez Bravo, nos invita a la reflexión, a la interpretación, a la imaginación, a la recreación; toda esa elocuencia es a partir del encuadre adecuado, irónico e interpretativo… fugaz.



¿Puedes oler la mañana en esa fotografía especial? El momento de reencuentro, tal vez de tres: ella con mechón rojo, pupilente verde y violín en mano, volteando hacia la cámara fotográfica sin verla; él, con mazo rítmico que rompe el concreto para construir la paradoja más sonriente; éste, con la sensatez del que capta la imagen y se convierte en ellos, aquellos y nosotros a través de sus ojos.



¿Escuchas su respiración transpirar encanto? Como examen de música y construcción, sagrado y pagano enseñan su existencia al que, sin oír, escucha la retina del fotógrafo vivaz en el pavimento que recubre la ciudad, aunque la vida anda sobre ese asolado devenir día a día. Promesa de volver a la mañana siguiente. Ninguno tiene certeza; aunque tal vez si, el reencuentro se dé pero ya serán otros; el violín, el mazo, la fotografía y la rapidez del segundo serán en esa posibilidad de espacio, tiempo y ritmo… otros.



Quizá el sonido ya no despierte. Ellos si; ella con el mazo clavará la puerta y él con el violín caminará sin rumbo al lado de esa soledad que hoy lo ve del otro lado de la acera. El fotógrafo con certeza no estará; si, pero no. Mañana será el que regale su foto al amigo poeta, escritor de modesta poesía que no es modesta, pero sí poesía.



Termina la tarde, el día. La sinfonía y el dúo que nunca existió, y que él, el fotógrafo quiso ver y retratar para escuchar con el amigo que, inspirado se convierte en cómplice de la sinfonía al escribir en verso y diálogo ese sonido cotidiano, relatando la historia que nos quiere contar, provocador de LA MAYOR de las armonías, aplaudido en LA MAYOR de las indiferencias.