¿Qué leen los alumnos durante el movimiento magisterial?
Por Luis Gerardo Martínez García
Tal vez algunos se atrevan a decir que, mientras los
maestros andan en marchas y paros, los alumnos están en su casa leyendo sus
libros de texto gratuitos. Pero no es así; además de contenido pobre y diseño
editorial pésimo, están sus páginas plagadas de errores. El contenido se reduce
a instrucciones para lograr lo que llaman aprendizajes esperados; el diseño
editorial no agrada visualmente ni aporta a la educación de los alumnos mensaje
alguno. En ese sentido los alumnos ven otras opciones.
Más allá de eso, los alumnos están leyendo su realidad a
partir de sus saberes. Una realidad caótica, conflictuada y hasta indefinida
que le genera más dudas que certezas está presente en ellos. Leen los
diferentes mensajes que se tejen con lenguajes acordes a los intereses
individuales y colectivos. Leen también la diversidad de escenarios. Leen entre
líneas los contextos a partir de sus referentes discursivos, porque la escuela
le enseñó a leer los libros, pero también a participar como entes pensantes y
participativos insertos en un mundo definido por sus colectividades... les
enseñó a leer realidades.
Las ventanas de la escuela les han permitido ver a los
alumnos varios ángulos de esta realidad (movimiento magisterial-social) que les
tocó vivenciar. Subidos en sus pupitres alcanzan a leer las utopías de sus
maestros, esos soñadores que luchan por una escuela que se les va de las manos
para convertirse en negocio; esos maestros que tienen que ir allá, a donde se
hagan notar porque estando en sus aulas son invisibles. Leen en sus rostros la
desesperanza que sembró el burócrata cuando quiso robarle vida a esa entidad
que ha estado en la ciudad, en la comunidad, sobreviviendo gracias a la gente.
Leen en la mirada la rebelión del que piensa y reflexiona desde su filosofía en
defensa de una causa común. Leen que la dignidad de sus maestros es
inquebrantable, y que juntos la fortalecerán porque así crece la de ellos, la
de sus padres y la de su comunidad.
Los alumnos leen las actuaciones de un gobierno
autoritario que impone, que reprime, que subyuga; la represión del gobernante
que no sabe escuchar, mucho menos dialogar. Las lecturas las hace también de la
televisión, esa que no ha tenido la capacidad de dar apertura a la cultura, ni
a la ciencia, ni a la participación, ni a la crítica. Hacen sus lecturas a los
mensajes que mandan los partidos políticos y los sindicatos magisteriales, esos
que viven en absoluto desprestigio y en confortable incomodidad social. También
saben leer los silencios y los dobles discursos; muchos optan por los primeros
para no perder, otros van más por los segundos, pues el doble discurso
desprestigia pero no desbanca.
Saben leer a sus padres y leerse a sí mismo. Leen la
sumisión pero también la insurgencia. Porque sus referentes han estado en las
letras de esos Octavios, Sor Juanas, Rosarios, Carlos, Josés, Juanes,
Franciscos o Marios que llegaron a sus aulas en novelas, cuentos, fábulas,
poesías, canciones y adivinanzas (o hasta en noticias). Desde ellos también los
alumnos pueden hacer lecturas variadas de los contextos y sus realidades.
Porque las lecturas no son para memorizarse, son para pensarse.
Los alumnos saben leer que sus maestros fueron los únicos
que los consideraron en esa defensa por la educación pública. Ellos se
sintieron incluidos porque se saben esencia y sustancia de esa escuela que, sin
falsos nacionalismos, quiere preservar sus tradiciones, construir sus saberes,
cuidar su entorno, formar su idiosincracia, participar en sus leyes, valorar
sus creencias; pero sobre todo, humanizar su clase política y conscienciar sus
maestros y ciudadanizar su gente. Los alumnos se sienten, a partir de sus
lecturas, parte del movimiento social de los maestros; saben que el movimiento
se lee y se piensa.
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