EDUCACIÓN Y SOCIEDAD… BINOMIO ALENTADOR
Lilia Patricia Ruiz Ruiz
(Escritores por la Educación, A.C.)
El ámbito educativo contempla una diversidad de situaciones que impactan, de manera notable, en los entornos sociales donde los estudiantes se desenvuelven. La educación ha estado respaldada por la participación directa de maestros, directivos, estudiantes y padres de familia; en este sentido, se podría augurar éxito para subsanar carencias sociales, pero no es así. Hace falta establecer con precisión cuáles son los roles que cada instancia debe desempeñar; en estos tiempos se busca una participación directa que reconstruya a la comunidad, que integre los saberes a la realidad, y que esté más vigilante respecto al proceso formativo de los estudiantes. Por supuesto que educar es un proceso compartido, de ahí que ningún personaje quede excluido de este compromiso social, pero sí que promueva cambios culturales y actitudinales, en pro de una educación de calidad, comprometida con las necesidades ciudadanas.
La exigencia de que los padres participen y contribuyan a definir, desarrollar y evaluar el proyecto educativo en el que se educan los hijos, se debe al reconocimiento de las debilidades del sistema escolar para generar los frutos que promete o lograr los fines esperados.
Actualmente la participación de los padres en el aspecto educativo se ha fortalecido, a fin de aplicar nuevas formas de control en la educación. Ha sido la evolución social y las costumbres lo que hace a la escuela un espacio socializador que ejerce funciones que la familia desempeñaba: la preparación para el trabajo, el acceso a la cultura y las oportunidades de socialización.
Al delegar muchas funciones de los padres a la escuela (instancia socializadora), la familia se centraba en las relaciones afectivas; las escuelas se concibieron como espacios públicos para el ejercicio de una forma de vida privada, no familiar, por parte de los estudiantes. Esto implicó que los padres fueran más permisivos, porque ya no tenían mucho que imponer a los hijos, dado que el aprendizaje de la vida en sociedad se delegó a la escuela y a los iguales. Hubo, entonces, una independencia de los estudiantes. Ahora las escuelas representan un nuevo espacio donde crecer, alejados de la familia; ellas se concibieron sustitutas de los padres, su autoridad y sus funciones. Hoy la situación es distinta; los padres exigen participar en la educación, a raíz de la desconfianza, de la ineficiencia concebida, de la carencia de valores (aspecto que se percibe constantemente).
La educación áulica está muy arraigada en el sentido común y en el saber hacer. Ser profesor implica transmitir, comunicar estímulos, disponer de gustos por conocer, dirigir procesos de aprendizaje, tratar a personas, guiar a seres en desarrollo, entre otras acciones.
En estos tiempos, la escuela se ha convertido en familia y a la inversa; no hay una separación de funciones. Los profesores se transfiguran algo en padres, y éstos en profesores. Así, el niño queda preso en el triángulo formado por el Estado, los padres y los profesionales de la educación. Las escuelas, al asumir funciones de la familia, educan a hijo”, aunque al hacerlo como institución pública educan a ciudadanos.
La colaboración entre familias y escuelas (maestros) es la fórmula para subsanar el estado al que nos ha conducido la evolución social, al separar a la vida familiar de otras esferas de socialización. Por ello, se trata de crear, en torno a las escuelas, comunidades relacionadas por lazos firmes que acerquen a las personas hacia proyectos que incluyan; en concreto, de recuperar las relaciones humanas a fin de no afectar nuestro presente ni futuro.
Las propuestas de responsabilizar sobre la educación de sus hijos a los padres, implica dar legitimidad al accionar de las escuelas en momentos en los que las insatisfacciones acerca de la educación son evidentes. El movimiento de “recuperar la educación para los padres” puede articularse mediante un bienestar psicológico, laboral, cultural y social, que cuida del ser humano (cuerpo, salud y mente), que busca la felicidad, el desarrollo personal, integral, y la mejora de la sociedad.
La escuela no está aislada del resto de la sociedad, ni del mundo familiar; para que ésta cumpla sus misiones (que no se quedan sólo en la transmisión de contenidos) y para que no quede aislada en el mundo circunscrito a sus ritos, hay que restablecer los lazos con la comunidad en general y las familias en particular.
La participación de los padres se centra en: colaboración y complementariedad entre escuela y familia (como apoyo a la escuela -proveedores, colaboradores en la disciplina, ayuda en tareas escolares). Los padres deben comprender el proyecto de la educación escolar e identificarse con él; deben desempeñarse como coeducadores en las escuelas.
Bajo este enfoque se han llegado a proponer escuelas para padres, encaminadas a hacerles partícipes de los modelos de educación que se practican con sus hijos y poder coordinar la influencia de los dos ambientes.
Los padres más cultos serán más sensibles a esa necesidad de colaborar con las escuelas y también pueden ser los más críticos con ella. Los padres menos cultos aceptarán la razón de la escuela con más pasividad o más confianza, aunque podrán prestar menos colaboración.
Las prácticas de participación de agentes externos necesarios para las escuelas nos están indicando nuevas vías de legitimación de la escolaridad; se aspira con esto a mejorar los resultados académicos, se evitan insatisfacciones, se distribuyen responsabilidades, entre otras cosas.
La educación debe ser un proceso que implique la contribución de todos los sujetos involucrados en el desarrollo intelectual de los seres humanos. Padres, maestros, estudiantes, sociedad en general, deben luchar como una entidad a fin de fortalecer afinidades y recuperar espacios sociales que fortalezcan valores. www.escritoresporlaeducación.blogspot.com