martes, 22 de octubre de 2013

El maestro y el diálogo coexisten
Luis Gerardo Martínez García

Llegó para que se le escuchara y fue ignorado. Tocó la puerta para entrar y le fue cerrada. Solicitó audiencia y le fue negada. Marchó por las calles y fue bloqueado. Nadie notó su presencia. Le dijeron que para resolver el problema habría diálogo. Lo sentaron a un costado de la mesa y permaneció escuchando por horas; sólo hubo monólogo. Creyó que los del otro lado de la mesa lo escucharían. Expuso sus ideas. Sólo estuvieron ahí oídos sordos.


Alguna vez en su escuela expuso a sus alumnos que diálogo tenía que ver con la presentación y defensa de ideas de cara al otro, argumentando, discutiendo, debatiendo, participando, proponiendo, construyendo. Les dijo que en ese diálogo los mensajes y los argumentos no minimizan el discurso público del otro, por el contrario lo enriquecen y lo hacen propio. En el pizarrón escribió "El diálogo es una forma de vida para las mentes de libre pensamiento", a lo que un alumno suyo de ocho años de edad dijo "Mi abuelo siempre dialoga con nosotros, sus nietos. Le diré que es libre pensador." El maestro entendió desde entonces que el diálogo existe allí donde el poder de la palabra le da vida entre las personas en un concierto generacional.

Allá en la escuela y la comunidad el diálogo es una forma de vida. El maestro en su actuar pedagógico trabaja con sus alumnos círculos de lectura desde donde se analiza la realidad, recuperando ideas de escritores y propias. Con los padres de familia se reflexiona en torno a la educación de sus hijos, estableciendo lazos de diálogo permanente, para que a través de un proceso de concientización se sustenten las bases discursivas para actuar en consecuencia. Con los líderes naturales del pueblo el maestro impulsa proyectos colectivos a favor de una nueva sociedad que se piensa con todos.

Con los ancianos platica, aprende de la vida con ellos. Le hacen recordar la importancia de la historia para poder tomar decisiones trascendentes. Regresa a su escuela y continuaba el diálogo con los hijos y los nietos. Sin participación no puede haber diálogo, tal vez sea caótica, compleja y hasta indefinida pero hay que vivirla para comprenderla. El maestro se ha formado en el diálogo, con la gente, su cultura y sus políticos.

En ese andar los caminos de la escuela, la comunidad o la ciudad, se dio tiempo para aprender que dialogar es conversar la cultura, la historia, la creencia... Es el acercamiento constante a la filosofía del que habita un lugar y construye su contexto. El maestro sabe que dialogar es consultar las expectativas de los demás para poder gobernar en comunidad; que también es escuchar, consciente de que el otro tiene sus razones y debe respetárselas; que también conlleva caminar veredas complicadas, escabrosas, traicioneras, pero que hay que andarlas para abrir nuevos senderos.

El maestro con los años hizo suyo el diálogo para poder cumplir esa tarea que la sociedad le encomendó como un posibilitador de saberes. Aprendió que para poder pensar una mejor comunidad, se requiere también del acercamiento a los grupos de poder, no negociando pero si tomando acuerdos. Tiene claro el maestro que el diálogo permite deconstruir y construir nuevas realidades para convivir en un ambiente de civilidad y armonía; que el diálogo también arruina las mentes enanas y sus mezquindades.

En ese conocer la comunidad, la escuela y su gente aprendió a respetar la verdad de otro y valorarla. Tiene presente que abolir el pensamiento del otro, el abolirse asimismo en una transgresión de su propio yo. El maestro es un recreador del diálogo, porque sabe que éste va más allá de una definición, es una forma de vida que existe en permanente cambio. Las comunidades y sus leyes han existido teniendo como base el diálogo.

El maestro sabe que el diálogo es educación. El maestro y el diálogo coexisten. Quien no sabe todo ello no sabe dialogar, ve al otro como un ente amorfo o como un objeto de ornato. Para todo maestro dialogar no es imponer.




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