El
maestro y el diálogo coexisten
Luis Gerardo Martínez García
Llegó para que se le escuchara y fue ignorado. Tocó
la puerta para entrar y le fue cerrada. Solicitó audiencia y le fue negada.
Marchó por las calles y fue bloqueado. Nadie notó su presencia. Le dijeron que
para resolver el problema habría diálogo. Lo sentaron a un costado de la mesa y
permaneció escuchando por horas; sólo hubo monólogo. Creyó que los del otro
lado de la mesa lo escucharían. Expuso sus ideas. Sólo estuvieron ahí oídos
sordos.
Alguna vez en su escuela expuso a sus alumnos que
diálogo tenía que ver con la presentación y defensa de ideas de cara al otro,
argumentando, discutiendo, debatiendo, participando, proponiendo, construyendo.
Les dijo que en ese diálogo los mensajes y los argumentos no minimizan el
discurso público del otro, por el contrario lo enriquecen y lo hacen propio. En
el pizarrón escribió "El diálogo es una forma de vida para las mentes de
libre pensamiento", a lo que un alumno suyo de ocho años de edad dijo
"Mi abuelo siempre dialoga con nosotros, sus nietos. Le diré que es libre
pensador." El maestro entendió desde entonces que el diálogo existe allí
donde el poder de la palabra le da vida entre las personas en un concierto
generacional.
Allá en la escuela y la comunidad el diálogo es una
forma de vida. El maestro en su actuar pedagógico trabaja con sus alumnos
círculos de lectura desde donde se analiza la realidad, recuperando ideas de
escritores y propias. Con los padres de familia se reflexiona en torno a la
educación de sus hijos, estableciendo lazos de diálogo permanente, para que a
través de un proceso de concientización se sustenten las bases discursivas para
actuar en consecuencia. Con los líderes naturales del pueblo el maestro impulsa
proyectos colectivos a favor de una nueva sociedad que se piensa con todos.
Con los ancianos platica, aprende de la vida con
ellos. Le hacen recordar la importancia de la historia para poder tomar
decisiones trascendentes. Regresa a su escuela y continuaba el diálogo con los
hijos y los nietos. Sin participación no puede haber diálogo, tal vez sea
caótica, compleja y hasta indefinida pero hay que vivirla para comprenderla. El
maestro se ha formado en el diálogo, con la gente, su cultura y sus políticos.
En ese andar los caminos de la escuela, la comunidad
o la ciudad, se dio tiempo para aprender que dialogar es conversar la cultura,
la historia, la creencia... Es el acercamiento constante a la filosofía del que
habita un lugar y construye su contexto. El maestro sabe que dialogar es
consultar las expectativas de los demás para poder gobernar en comunidad; que
también es escuchar, consciente de que el otro tiene sus razones y debe
respetárselas; que también conlleva caminar veredas complicadas, escabrosas,
traicioneras, pero que hay que andarlas para abrir nuevos senderos.
El maestro con los años hizo suyo el diálogo para
poder cumplir esa tarea que la sociedad le encomendó como un posibilitador de
saberes. Aprendió que para poder pensar una mejor comunidad, se requiere
también del acercamiento a los grupos de poder, no negociando pero si tomando
acuerdos. Tiene claro el maestro que el diálogo permite deconstruir y construir
nuevas realidades para convivir en un ambiente de civilidad y armonía; que el
diálogo también arruina las mentes enanas y sus mezquindades.
En ese conocer la comunidad, la escuela y su gente
aprendió a respetar la verdad de otro y valorarla. Tiene presente que abolir el
pensamiento del otro, el abolirse asimismo en una transgresión de su propio yo.
El maestro es un recreador del diálogo, porque sabe que éste va más allá de una
definición, es una forma de vida que existe en permanente cambio. Las
comunidades y sus leyes han existido teniendo como base el diálogo.
El maestro sabe que el diálogo es educación. El
maestro y el diálogo coexisten. Quien no sabe todo ello no sabe dialogar, ve al
otro como un ente amorfo o como un objeto de ornato. Para todo maestro dialogar
no es imponer.
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