La educación superior
José
Blanco
Definida
a escala mundial como la palanca fundamental del desarrollo en la sociedad del
conocimiento del siglo XXI, asumida plenamente en los hechos por diversos
países europeos y asiáticos y probando que sí es tal, en México el consenso es
también amplio, quizá muy amplio, sobre esta idea fuerza que se ha convertido
en un axioma; aunque en México decimos sí, no decimos cuándo.
Una
revisión de lo hecho en este sexenio en la materia nos arrojará un cuantioso
número de acciones, de realizaciones, de aumento de la cobertura, de la
creación de instituciones (tecnológicos y universidades tecnológicas), de
aumento de recursos, de (a veces muy discutibles) fondos extraordinarios, de
mejoramiento de los académicos, del crecimiento de los profesores con perfil
Promep, de los (a veces inútiles) cuerpos académicos, de los programas de
becas, del avance del posgrado, del crecimiento de los estudiantes de los
deciles de los pobres que han podido ingresar en este nivel educativo, y mucho
más. Sin duda, una vasta tarea, que siempre nos deja insatisfechos por los
innumerables aspirantes que no logran incorporarse a la educación superior y
por la baja calidad media de nuestros egresados.
Con
frecuencia casi cotidiana, en toda reunión pública que presenta resultados,
oiremos el consabido lo mucho que hemos hecho, pero lo mucho que nos falta por
hacer. Y sí, en educación superior (ES) hemos hecho mucho, pero otros países en
el mismo tiempo han hecho mucho más y mucho mejor. También es un realidad.
En
México hemos hecho ingentes, a veces colosales esfuerzos entre el gobierno y
las instituciones de educación superior, por mejorar lo que tenemos. El inmenso
problema nuestro es que lo que tenemos ya no nos es útil. De modo que mejorar
lo que dejó hace mucho tiempo de ser útil, es doloroso decirlo pero ha sido a
veces vano, o estéril, muchas veces improductivo, inane. No pocas personas
enteradas de la ES lo saben bien. Pero no se ve aún cómo las cosas pueden
empezar a variar hacia lo que nos es imperiosamente necesario.
Seguimos
haciendo las cosas de siempre, un poco mejor. Seguimos haciendo las cosas como
siempre, un poco mejor. Nuestros esfuerzos han sido genuinos, pero
insustanciales cuando no vacuos.
La
universidad mexicana, la latinoamericana en general, está ferozmente presionada
por fuerzas que provienen de cambios monumentales, no obstante lo cual queremos
seguir sosteniendo nuestro modelo napoleónico de universidad, según pensó el
orden del conocimiento el positivista Augusto Comte: organizar la universidad
por carreras que se ocupan de un trozo del mundo natural o social, y hacer de
ellas licenciaturas: abogados, médicos, poetas, literatos, físicos, químicos,
biólogos, matemáticos, danzantes, arquitectos, ingenieros, economistas,
sociólogos, politólogos, veterinarios, filósofos. Y mineralizar ese estado de
cosas hasta creer que pertenece al orden de la naturaleza.
Las
cosas no ocurren así en el mundo angloparlante, y tampoco ahora, después del
Proceso de Bolonia (1999- 2010), en el mundo europeo occidental y oriental y
una parte de Asia. Por caminos diferentes, esos mundos se aproximaron en el
espacio de la ES. Más de mil universidades se inscribieron en el proceso de
cambio de Bolonia, y muchas aún continúan afinando, recomponiendo, adaptando,
lo que no quedó bien hecho. América Latina quedó bajo los cánones que nos
heredó Europa, y que ya desechó.
Supongo
que un día América Latina será alcanzada por esos cambios formidables. Pero
nuestro terror al cambio y los intereses creados…
La
universidad europea asumió que estaba cercada por cuatro fuerzas irresistibles:
1) una globalización que marcha a tumbos donde todo parece más provisional que
nunca; 2) un tumulto irrefrenable de innovaciones técnicas que van desde los
innumerables gadgets, hasta las altas tecnologías médicas, físicas,
astrofísicas, electromagnéticas, que penetran en todas las operaciones del
conocimiento acumulado; 3) una aceleración del conocimiento expuesto así por el
profesor James Appleberry en los años 90, y difundido por la Unesco: el
conocimiento se duplicó por primera vez, en nuestra era, en 1750, después, en
1900, más tarde, en 1950; hacia fines del siglo XX, cada cinco años, hacia
2020, cada 76 días; 4) el avasallador desplazamiento de la población de las
zonas rurales a las urbanas y el cambio concomitante de las ocupaciones humanas
que trajo consigo el incremento del sector servicios que en los países
desarrollados absorbe 60/70 por ciento o más de la fuerza de trabajo. ¿Cómo se
organiza una universidad frente a esa dinámica del mundo de hoy?
En el
México de la primera década del siglo XXI, 40 por ciento de los egresados de la
ES no encontraron una ocupación que correspondiera con su formación
universitaria: ¿por qué?
Frente
a las nuevas realidades del mundo, hemos conservado: a) el mismo patrón
organizacional, b) la misma organización del conocimiento, c) la misma gestión
del conocimiento y d) el mismo modelo pedagógico.
Ponga
usted los matices y excepciones que desee, el diagnóstico básico no cambia.