miércoles, 23 de enero de 2013


El segundo drama del analfabetismo científico
Marcelino Cerejido* | Opinión     

Cuando en 1976 opté por asentar mi laboratorio en el Centro de Investigaciones y Estudios Avanzados (Cinvestav) de México, y dejar de lado la negociación al cargo de Profesor Titular del Department of Cell Biology de la New York University, lo hice contagiado por el entusiasmo de colegas mexicanos de primera magnitud que me convencieron -con hechos- que México se proponía -y tenía con qué- transformar en un país de Primer Mundo. No me equivoqué, pues si bien el analfabetismo científico de los funcionarios estatales se fue encargando de mutilar aquel entusiasmo y atraparlo en un cepo administrativo cada vez más sofocante y oligofrénico, conté con una comunidad de colegas muy por encima de la generosidad mundial promedio: bastaba que lo que yo iba necesitando lo tuviera alguien en México, para que yo contara con él. Por eso mi laboratorio pasó a ser tan grande como el territorio y el corazón de los mexicanos y se reflejó en la producción de nivel internacional de nuestro grupo a lo largo de casi cuatro décadas; también, en el hecho de que casi todos mis discípulos hoy son investigadores de prestigio y tienen sus laboratorios en México, Harvard, Cornell y el University College de Londres, por mencionar algunos destinos.

De pronto fui objeto de una designación especial: “Investigador Nacional de Excelencia”, junto con una treintena de colegas de otras disciplinas. Cuando se nos reunió por primera vez se nos recalcó que ese nombramiento no era tanto para premiarnos a nosotros -los seleccionados- sino porque, al revés de ese Tercer Mundo que habla de apoyar a la ciencia, México quería acelerar su transformación en un país de Primer Mundo, de los que se apoyan en la ciencia. Con aquel propósito in mente, se complementarían esas designaciones con becarios, personal técnico, instalaciones y crédito para que pudiéramos desarrollar las tareas por las que se nos escogía.

Pero cambió el gobierno y, en una infausta reunión, un funcionario cuyo único mérito para dirigir la ciencia mexicana era el haber estado a cargo de las relaciones públicas de una empresa regiomontana, nos comunicó que México ya no nos necesitaba y nos otorgó un plazo para que apagáramos las brasas y entusiasmos que habíamos comenzado a encender.

“¿Está usted seguro que un país de cien millones de habitantes no necesita el consejo de sus científicos más destacados? -El adjetivo lo había introducido el funcionario del gobierno que nos había convocado- preguntó el eminente filósofo mexicano Leopoldo Zea. “No se preocupe doctor, les vamos a continuar dando un complemento económico durante cierto tiempo”, respondió el funcionario, dando por sentado que una mente del calibre del doctor Leopoldo Zea carecía de objetivos nacionales y sólo se preocupaba por su remuneración. “Vea, tengo casi noventa y un años, pienso que el tiempo que nos está dando me habrá de superar en mucho, pero me amarga que México esté dando semejante paso atrás.”

En mi libro “La ciencia como calamidad” (Gedisa, Barcelona, 2009) observo que el primer drama del analfabetismo científico es no tener ciencia, en un siglo XXI en el que ya no queda nada de envergadura por hacer, que no dependa de la ciencia moderna y la tecnología avanzada. Pero el segundo drama es que la ciencia resulta invisible para el analfabeta científico, pues al revés que otras calamidades -hambrunas, sequías, escases de medicamentos, falta de energía-, con las que el afectado es el primero en reconocer cuál es su carencia, cuando lo que falta es ciencia moderna el analfabeta no puede entenderlo, así se le explique. Hoy, y a pesar de que aquel par de gobiernos incapaces de interpretar lo que señalaba el doctor Leopoldo Zea ya no están a cargo de la ciencia nacional, cada uno de los Investigadores Nacionales de Excelencia recibimos el siguiente mensaje:

“Por instrucciones del Dr. José Luis Fernández Zayas le transmito por este medio el oficio referente a la conclusión de su nombramiento como Investigador Nacional de Excelencia, en breve recibirá el original por mensajería”.

Firmado: Subdirección de Control de Proyectos de Investigación.

Si hace un par de gobiernos sobraba aquel puñado de científicos a que se refería el doctor Zea, doy por sentado que, por aquello del segundo drama del analfabetismo científico a que me referí en el parágrafo anterior, también saldrían sobrando ulteriores consideraciones.

*Integrante del Consejo Consultivo de
Ciencias e Profesor Emérito del Cinvestav
cconsejo_consultivo_de_ciencias@ccc.gob.mx