El segundo
drama del analfabetismo científico
Marcelino
Cerejido* | Opinión
Cuando
en 1976 opté por asentar mi laboratorio en el Centro de Investigaciones y
Estudios Avanzados (Cinvestav) de México, y dejar de lado la negociación al
cargo de Profesor Titular del Department of Cell Biology de la New York
University, lo hice contagiado por el entusiasmo de colegas mexicanos de
primera magnitud que me convencieron -con hechos- que México se proponía -y
tenía con qué- transformar en un país de Primer Mundo. No me equivoqué, pues si
bien el analfabetismo científico de los funcionarios estatales se fue
encargando de mutilar aquel entusiasmo y atraparlo en un cepo administrativo
cada vez más sofocante y oligofrénico, conté con una comunidad de colegas muy
por encima de la generosidad mundial promedio: bastaba que lo que yo iba
necesitando lo tuviera alguien en México, para que yo contara con él. Por eso
mi laboratorio pasó a ser tan grande como el territorio y el corazón de los
mexicanos y se reflejó en la producción de nivel internacional de nuestro grupo
a lo largo de casi cuatro décadas; también, en el hecho de que casi todos mis
discípulos hoy son investigadores de prestigio y tienen sus laboratorios en
México, Harvard, Cornell y el University College de Londres, por mencionar
algunos destinos.
De
pronto fui objeto de una designación especial: “Investigador Nacional de
Excelencia”, junto con una treintena de colegas de otras disciplinas. Cuando se
nos reunió por primera vez se nos recalcó que ese nombramiento no era tanto
para premiarnos a nosotros -los seleccionados- sino porque, al revés de ese
Tercer Mundo que habla de apoyar a la ciencia, México quería acelerar su
transformación en un país de Primer Mundo, de los que se apoyan en la ciencia.
Con aquel propósito in mente, se complementarían esas designaciones con
becarios, personal técnico, instalaciones y crédito para que pudiéramos
desarrollar las tareas por las que se nos escogía.
Pero
cambió el gobierno y, en una infausta reunión, un funcionario cuyo único mérito
para dirigir la ciencia mexicana era el haber estado a cargo de las relaciones
públicas de una empresa regiomontana, nos comunicó que México ya no nos
necesitaba y nos otorgó un plazo para que apagáramos las brasas y entusiasmos
que habíamos comenzado a encender.
“¿Está
usted seguro que un país de cien millones de habitantes no necesita el consejo
de sus científicos más destacados? -El adjetivo lo había introducido el
funcionario del gobierno que nos había convocado- preguntó el eminente filósofo
mexicano Leopoldo Zea. “No se preocupe doctor, les vamos a continuar dando un
complemento económico durante cierto tiempo”, respondió el funcionario, dando
por sentado que una mente del calibre del doctor Leopoldo Zea carecía de
objetivos nacionales y sólo se preocupaba por su remuneración. “Vea, tengo casi
noventa y un años, pienso que el tiempo que nos está dando me habrá de superar
en mucho, pero me amarga que México esté dando semejante paso atrás.”
En
mi libro “La ciencia como calamidad” (Gedisa, Barcelona, 2009) observo que el primer
drama del analfabetismo científico es no tener ciencia, en un siglo XXI en el
que ya no queda nada de envergadura por hacer, que no dependa de la ciencia
moderna y la tecnología avanzada. Pero el segundo drama es que la ciencia
resulta invisible para el analfabeta científico, pues al revés que otras
calamidades -hambrunas, sequías, escases de medicamentos, falta de energía-,
con las que el afectado es el primero en reconocer cuál es su carencia, cuando
lo que falta es ciencia moderna el analfabeta no puede entenderlo, así se le
explique. Hoy, y a pesar de que aquel par de gobiernos incapaces de interpretar
lo que señalaba el doctor Leopoldo Zea ya no están a cargo de la ciencia
nacional, cada uno de los Investigadores Nacionales de Excelencia recibimos el
siguiente mensaje:
“Por
instrucciones del Dr. José Luis Fernández Zayas le transmito por este medio el
oficio referente a la conclusión de su nombramiento como Investigador Nacional
de Excelencia, en breve recibirá el original por mensajería”.
Firmado:
Subdirección de Control de Proyectos de Investigación.
Si
hace un par de gobiernos sobraba aquel puñado de científicos a que se refería
el doctor Zea, doy por sentado que, por aquello del segundo drama del
analfabetismo científico a que me referí en el parágrafo anterior, también
saldrían sobrando ulteriores consideraciones.
*Integrante
del Consejo Consultivo de
Ciencias
e Profesor Emérito del Cinvestav
cconsejo_consultivo_de_ciencias@ccc.gob.mx