Jornada por
la Intransigencia
RICARDO
RAPHAEL
Con
mentiras y desinformación decidieron los líderes del SNTE reaccionar a la
reforma en materia educativa impulsada por los tres partidos más grandes del
país y la presidencia de la República. Han articulado su protesta a través de
una serie de “Jornadas nacionales por la defensa de la escuela pública y sus
maestros”.
Si
bien, para beneficio de los centros escolares, esta manifestación de rechazo se
llevará supuestamente fuera de los horarios de clase, lo cierto es que tienen
como propósito movilizar dentro de la escuela al mayor número de profesores y
padres de familia en contra de la transformación educativa que, desde la
reforma constitucional a los artículos 3 y 73, se puso en marcha en nuestro
país.
El
pasado fin de semana tuvieron lugar los primeros actos públicos en el Distrito
Federal, la zona metropolitana del Estado de México, Jalapa, Veracruz y Ciudad
Juárez. Coincide que, en todas estas poblaciones, se entregó información falsa
con el propósito de concitar adhesión al desafío planteado.
Cito
por ejemplo el panfleto entregado en la Plaza de la República de la ciudad
capital por los líderes del SNTE de las secciones 10 y 11: “(La reforma
propone) que los padres de familia sean los responsables de sostener
económicamente las escuelas públicas, eso se llama privatización … la educación
volverá a ser un privilegio de quien pueda pagarla”.
En
otro punto geográfico, dirigentes de la sección 36 afirmaron que la reforma
“implica modificar la currícula de las normales bajo el esquema orientado por
competencias mercantiles”.
Reviso
con atención cada una de las líneas que el constituyente permanente incluyó en
la reforma a los dos artículos referidos y no hallo nada, absolutamente nada,
que tenga que ver con los dos argumentos aludidos. No existe una sola palabra o
frase que pueda entenderse como privatización de las escuelas, ni tampoco que
implique a los padres de familia en la responsabilidad económica de
mantenerlas.
Esta
mentira es odiosa porque apela a un tema sensible, (las cuotas que actualmente
se cobran en las escuelas y que deberían desaparecer), asegurando que la
reforma constitucional las confirmaría.
Igual
de falsa es la referencia a un eventual cambio en la currícula de las normales.
En el texto que aprobaron los legisladores no hay alusión a los contenidos
educativos que se imparten en tales instancias.
¿Por
qué pensarán los dirigentes del SNTE que con una retórica engañosa van a sumar
adeptos a su jornada nacional por la intransigencia?
El
resultado de dicho esfuerzo caudillista podría medirse, desde ya, por la
evidencia obtenida el fin de semana que acaba de concluir. A la Plaza de la
República, frente al monumento a la Revolución, acudieron más globos naranja y
blanco que profesores y personal administrativo adscritos al SNTE; apenas 200
personas escucharon el discurso de sus dirigentes, mientras se distribuía el
panfleto de mentiras.
Al
parecer, en Ciudad Juárez les fue un tanto peor; desesperados por el fracaso de
su convocatoria, los dirigentes de la sección 8 advirtieron que, de no satisfacerse
sus demandas, estarían dispuestos a tomar los cuatro cruces fronterizos que
unen a esa población mexicana con EU. Declaración contradictoria, por cierto,
con la resistencia pacífica prometida.
Movilizar
con embustes, más tarde que temprano es un dardo envenenado contra toda
movilización; y hacerlo solo con aire y tan poco pulmón anuncia a los
adversarios de Elba Esther Gordillo la debilidad política actual de la
dirigencia magisterial.
Sin
embargo es temprano para cantar victoria. La estrecha vereda que lleva desde la
reforma constitucional hasta la transformación del sistema educativo todavía se
mira escarpada y extenuante.
La
verdadera transformación necesitará aterrizar los planteamientos
constitucionales, primero en la ley reglamentaria y después en un número grande
de ordenamientos.
Ese
aterrizaje será el verdadero terreno de disputa; bien valdría que para
resolverlo con dignidad prive la honradez de las palabras y la sinceridad de
las intenciones. Eso debe exigirse a todas las partes; sobre todo a quienes, en
las aulas, son responsables de enseñar los valores y la cultura democráticos.
Es
momento de hacer un frente social contra la retórica de la intransigencia que
tantas veces, en el pasado, frenó cuanto intento de reforma educativa trató de
emprenderse.