miércoles, 16 de enero de 2013


La modificación del artículo tercero
JUAN CARLOS YÁÑEZ

Con prudente optimismo observo los cambios que se vislumbran en el sistema educativo mexicano, como producto de las modificaciones al artículo tercero constitucional.

El desenlace legal en los congresos estatales no enfrentará contingencias, advierto. La aprobación se consumará, aunque los movimientos de resistencia contra la medida podrían lesionar seriamente la legitimidad y precipitar un final inesperado para el gobierno federal y el propio Pacto por México.

La nota positiva es el sitio estelar que ocupa la educación en los medios y en ciertos espacios de debate, aunque no muy profundos ni informados, con notables excepciones. Pero lo primero, que podría saludarse con entusiasmo, es una buena razón para aguardar cautelosos, pues como dicta Perogrullo, a mayores expectativas, mayores los riesgos de desencanto.

Dos señales me inquietan. Una es la imposibilidad de alguna garantía para suponer que una reforma legal como la emprendida penetrará hasta donde se necesita, en las escuelas, en las aulas, en el trabajo de maestros y directores, es decir, en la educación de niños y jóvenes. Solo quien no sabe de educación, nunca leyó un texto de historia pedagógica o sociología, puede suponer (si en verdad lo creen) que con la reforma legal ya está resuelto el problema o en vías de solución.

La historia es una vieja maestra que deja lecciones contundentes y muchos botones podríamos apuntar; me limito a dos: también son constitucionales los derechos a la educación básica o la obligación de invertir el 8% del Producto Interno Bruto en educación, y en ambos el saldo es desastroso, sin que nunca, en el discurso, se haya negado su necesidad; es decir, la palabra o el documento nunca bastan. La única certeza que nos deja esta reforma, hasta aquí, es que modificará la redacción del artículo y, probablemente, la correlación de fuerzas entre la SEP y el SNTE.

La otra señal inquietante es la ausencia de la sociedad civil. Exceptuando organizaciones ligadas claramente a poderosos grupos de interés político-económico, y un reducido núcleo crítico de investigadores educativos, el debate público es incipiente. El hecho es motivo de honda preocupación. Si la reforma es tan relevante, la sociedad civil tendría que estar enterada, por lo menos. La tarea es de cada ciudadano, es verdad, pero si los medios de comunicación dedicaran al tema una décima parte de lo que consumió la reciente muerte de la famosa cantante, en horario estelar y con todas las maravillas tecnológicas, podríamos avanzar un poquitín en ese propósito. No es suficiente, ni la vía excelsa, pero entonces podríamos creer que las televisoras tienen un interés genuino en la educación.

Ambas señales, juntas, son la fórmula para que un cambio como el que se requiere en la escuela mexicana siga esperando tiempos mejores. Ojalá me equivoque y atrás de las nubes grises aparezca un cielo más despejado que nunca. O avanzamos aunque sea lento o perderemos la mitad del siglo.

Twitter @soyyanez