La modificación del artículo tercero
JUAN CARLOS YÁÑEZ
Con prudente optimismo observo los cambios
que se vislumbran en el sistema educativo mexicano, como producto de las
modificaciones al artículo tercero constitucional.
El desenlace legal en los congresos estatales
no enfrentará contingencias, advierto. La aprobación se consumará, aunque los
movimientos de resistencia contra la medida podrían lesionar seriamente la
legitimidad y precipitar un final inesperado para el gobierno federal y el
propio Pacto por México.
La nota positiva es el sitio estelar que
ocupa la educación en los medios y en ciertos espacios de debate, aunque no muy
profundos ni informados, con notables excepciones. Pero lo primero, que podría
saludarse con entusiasmo, es una buena razón para aguardar cautelosos, pues
como dicta Perogrullo, a mayores expectativas, mayores los riesgos de
desencanto.
Dos señales me inquietan. Una es la
imposibilidad de alguna garantía para suponer que una reforma legal como la
emprendida penetrará hasta donde se necesita, en las escuelas, en las aulas, en
el trabajo de maestros y directores, es decir, en la educación de niños y
jóvenes. Solo quien no sabe de educación, nunca leyó un texto de historia
pedagógica o sociología, puede suponer (si en verdad lo creen) que con la
reforma legal ya está resuelto el problema o en vías de solución.
La historia es una vieja maestra que deja
lecciones contundentes y muchos botones podríamos apuntar; me limito a dos:
también son constitucionales los derechos a la educación básica o la obligación
de invertir el 8% del Producto Interno Bruto en educación, y en ambos el saldo
es desastroso, sin que nunca, en el discurso, se haya negado su necesidad; es
decir, la palabra o el documento nunca bastan. La única certeza que nos deja
esta reforma, hasta aquí, es que modificará la redacción del artículo y,
probablemente, la correlación de fuerzas entre la SEP y el SNTE.
La otra señal inquietante es la ausencia de
la sociedad civil. Exceptuando organizaciones ligadas claramente a poderosos
grupos de interés político-económico, y un reducido núcleo crítico de
investigadores educativos, el debate público es incipiente. El hecho es motivo
de honda preocupación. Si la reforma es tan relevante, la sociedad civil
tendría que estar enterada, por lo menos. La tarea es de cada ciudadano, es
verdad, pero si los medios de comunicación dedicaran al tema una décima parte
de lo que consumió la reciente muerte de la famosa cantante, en horario estelar
y con todas las maravillas tecnológicas, podríamos avanzar un poquitín en ese
propósito. No es suficiente, ni la vía excelsa, pero entonces podríamos creer
que las televisoras tienen un interés genuino en la educación.
Ambas señales, juntas, son la fórmula para
que un cambio como el que se requiere en la escuela mexicana siga esperando
tiempos mejores. Ojalá me equivoque y atrás de las nubes grises aparezca un
cielo más despejado que nunca. O avanzamos aunque sea lento o perderemos la
mitad del siglo.
Twitter @soyyanez