El milagro del
comienzo, primer libro de Gilberto Nieto Aguilar
Por Luis
Gerardo Martínez García
Gilberto
Nieto Aguilar escribe desde hace más de 40 años, pero publica desde hace apenas
ocho. Y desde entonces, yo diría que es un adicto a hacer público su
pensamiento.
Nieto Aguilar escribe y publica
constante y sistemáticamente. Ha hecho suyo el oficio de escribir que
enorgullece, asfixia, intimida, alegra, atrapa, absorbe, sacrifica y reconoce.
Por profesión por afición escribir es
pasión y tentación, requiere atención y corrección, revisión y observación… en
ese afán, escribir es reescribir.
De esta novela histórica o
historia novelada, historia de vida que habla de uno y (a su vez) de infinidad
de profesores de escuela rural; da rostro e identidad al maestro frente a grupo
a quien se debe realmente la educación de México. Nieto Aguilar saca del
anonimato al maestro principiante que vive su realidad inmediata que se pierde
entre el colectivo magisterial, aunque trasciende en ese estudiante de
educación primaria con quien convive día con día.
Con sus dieciocho capítulos,
esta novela nos invita a imaginar, a viajar, a conocer; pero creo que sobre
todo nos convoca a valorar y revalorar
al profesor como ese ser humano que tiene aspiraciones, limitaciones, amores y
desamores, creencias y compromisos como cualquier otro ciudadano. Esto es,
Gilberto personaliza y ciudadaniza al profesor en lo profesional y en lo
personal. Le otorga voto de confianza al profesor para ser así mismo ese ser en
su entorno axiológico y teleológico; en esta novela hace que el profesor
confiese en primera persona sus vivencias, en diferentes momentos de su
formación profesional y su desempeño laboral; hace que el profesor dialogue con
sus pares, con su familia, con sus amigos, con sus profesores, con sus alumnos
y con sus adversarios.
El autor nos dibuja el contorno
de los escenarios posibles que su personaje pinta de colores. Nos hace imaginar
cada escuela y aula que se mencionan en esta novela. Nos hace vivenciar cada
situación y problema al que alude. Nos describe en tono cautivador esos
momentos por los que atraviesa todo profesor en sus inicios (con diferentes
matices). Nos hace ver aquello que aprende el profesor fuera de la educación
profesional, aquello que nadie le dijo que debía saber. Nos permite descifrar
los códigos que coexisten en esa divergente e incierta realidad y el sujeto que
la construye en su devenir contextual.
El narrador le da voz al
profesor rural; palabra que se le ha negado en el transcurso de esa escuela
rural protagonista en la construcción de la educación del México contemporáneo.
La voz que sólo se le otorga como profesor frente a grupo, (dentro del grupo
ante sus alumnos). Este está vetado por exclusión fabricada a modo.
En este sentido, lo valioso de
la novela es que la primera voz la tiene el profesor que puede pensar en
solitario o en colectivo, dialogar y entrar en controversia según su momento y
su condición. El profesor protagoniza esta novela con su lenguaje y su
imaginario. Más allá de un discurso llano, podemos encontrar un discurso
cargado de significados, dando cuenta de su origen, identidad y expectativas;
ese lenguaje florido, a veces rebuscado, frecuentemente fresco y muy
controversial no es otra cosa que el lenguaje vivo del profesor que recién
egresa, en ese entonces, de una escuela de educación Normal. El imaginario que
subyace en el colectivo magisterial no es limitativo en tanto posibilita la
apertura, el cambio, el interés en circunstancias plenamente contextualizadas.
En fin, recomiendo que esta
novela de primera mano se lea, se disfruta, se subraye, se critique, se tache,
se corrija, pero se lea cada vez que estemos a punto de pensar en la
educación... No guardemos en el baúl la vida rural de nuestro país, y menos
aún, olvidemos a nuestros profesores rurales que estarán ahí por muchos años
aún. sinrecreo@hotmail.com