lunes, 7 de enero de 2013


El milagro del comienzo, primer libro de Gilberto Nieto Aguilar
Por Luis Gerardo Martínez García

Gilberto Nieto Aguilar escribe desde hace más de 40 años, pero publica desde hace apenas ocho. Y desde entonces, yo diría que es un adicto a hacer público su pensamiento.

                Nieto Aguilar escribe y publica constante y sistemáticamente. Ha hecho suyo el oficio de escribir que enorgullece, asfixia, intimida, alegra, atrapa, absorbe, sacrifica y reconoce. Por profesión por  afición escribir es pasión y tentación, requiere atención y corrección, revisión y observación… en ese afán, escribir es reescribir.

                De esta novela histórica o historia novelada, historia de vida que habla de uno y (a su vez) de infinidad de profesores de escuela rural; da rostro e identidad al maestro frente a grupo a quien se debe realmente la educación de México. Nieto Aguilar saca del anonimato al maestro principiante que vive su realidad inmediata que se pierde entre el colectivo magisterial, aunque trasciende en ese estudiante de educación primaria con quien convive día con día.

                Con sus dieciocho capítulos, esta novela nos invita a imaginar, a viajar, a conocer; pero creo que sobre todo nos convoca  a valorar y revalorar al profesor como ese ser humano que tiene aspiraciones, limitaciones, amores y desamores, creencias y compromisos como cualquier otro ciudadano. Esto es, Gilberto personaliza y ciudadaniza al profesor en lo profesional y en lo personal. Le otorga voto de confianza al profesor para ser así mismo ese ser en su entorno axiológico y teleológico; en esta novela hace que el profesor confiese en primera persona sus vivencias, en diferentes momentos de su formación profesional y su desempeño laboral; hace que el profesor dialogue con sus pares, con su familia, con sus amigos, con sus profesores, con sus alumnos y con sus adversarios.

                El autor nos dibuja el contorno de los escenarios posibles que su personaje pinta de colores. Nos hace imaginar cada escuela y aula que se mencionan en esta novela. Nos hace vivenciar cada situación y problema al que alude. Nos describe en tono cautivador esos momentos por los que atraviesa todo profesor en sus inicios (con diferentes matices). Nos hace ver aquello que aprende el profesor fuera de la educación profesional, aquello que nadie le dijo que debía saber. Nos permite descifrar los códigos que coexisten en esa divergente e incierta realidad y el sujeto que la construye en su devenir contextual.

               El narrador le da voz al profesor rural; palabra que se le ha negado en el transcurso de esa escuela rural protagonista en la construcción de la educación del México contemporáneo. La voz que sólo se le otorga como profesor frente a grupo, (dentro del grupo ante sus alumnos). Este está vetado por exclusión fabricada a modo.

               En este sentido, lo valioso de la novela es que la primera voz la tiene el profesor que puede pensar en solitario o en colectivo, dialogar y entrar en controversia según su momento y su condición. El profesor protagoniza esta novela con su lenguaje y su imaginario. Más allá de un discurso llano, podemos encontrar un discurso cargado de significados, dando cuenta de su origen, identidad y expectativas; ese lenguaje florido, a veces rebuscado, frecuentemente fresco y muy controversial no es otra cosa que el lenguaje vivo del profesor que recién egresa, en ese entonces, de una escuela de educación Normal. El imaginario que subyace en el colectivo magisterial no es limitativo en tanto posibilita la apertura, el cambio, el interés en circunstancias plenamente contextualizadas.

               En fin, recomiendo que esta novela de primera mano se lea, se disfruta, se subraye, se critique, se tache, se corrija, pero se lea cada vez que estemos a punto de pensar en la educación... No guardemos en el baúl la vida rural de nuestro país, y menos aún, olvidemos a nuestros profesores rurales que estarán ahí por muchos años aún. sinrecreo@hotmail.com