El potencial de la reforma
educativa
ETTY
ESTÉVEZ
Hay
motivos para mostrar escepticismo frente a la reforma educativa impulsada por
el gobierno de Peña Nieto. Está por verse cómo será afrontada la montaña de
obstáculos que podrían dejarla en letra muerta, pese a que su sentido general
ha quedado plasmado en la Constitución. Falta que se resuelvan los detalles de
las modificaciones a la ley reglamentaria del artículo tercero constitucional,
a la Ley General de Educación y a otros marcos normativos, en las que se
establezcan los procedimientos para la creación y operación del Sistema Nacional
de Evaluación Educativa, específicamente, lo que se refiere a la evaluación
vinculada al Servicio Profesional Docente. Las definiciones pendientes son la
clave para aprovechar el potencial que
encierra esta reforma como detonadora de cambios sustantivos y urgentes en las
estructuras del aspecto principal de la educación: lo pedagógico.
Analicemos
un punto central de la reforma: la posibilidad de que el ingreso a la profesión
docente deje de estar regido por el tráfico de influencias como lo ha estado
hasta el momento y, que en el futuro cercano, el mérito y el desempeño
académico fueran el criterio más importante para adquirir una plaza. Esto, de
lograrse, se traduciría en una competencia fructífera por las futuras plazas
¡Que las ganen los mejor preparados! En
automático, funcionaría como polo de atracción de los jóvenes talentos, de
todos aquellos que estén motivados, comprometidos para esforzarse y trabajar en
función de alcanzar niveles altos de logro con base en resultados; para mejorar
el aprendizaje de nuestros niños.
Bien
llevada la reforma, una vez traducida en procedimientos coherentes y claros,
generaría un contexto propicio para la incubación de innovaciones educativas de
todo tipo. Viceversa de muy poco han servido las evaluaciones para solicitar
plaza, así como las mejoras en la formación inicial de los profesores, dado que
las decisiones sobre el destino de las plazas siguen viciadas.
Bajo
esta hipótesis estaríamos levantando los cimientos para iniciar un proceso,
estructural, de mediano y largo plazo hacia
la refundación de la docencia como una profesión del más alto nivel. El
concurso efectivo de las plazas también alentaría a los jóvenes con alto
desempeño académico a ingresar a las instituciones formadoras de docentes,
contribuyendo a establecer un nuevo estándar
en la educación.
Tendría
que hacerse lo propio en las normales con la misma urgencia de la reforma en
curso: detener el tráfico de influencias que persiste a la hora del ingreso de los estudiantes —vicio que se
redujo en algunas entidades desde que se presentan exámenes de admisión, pese a
que aún hay cuotas sindicales y de otros tipos. Se requiere, también, darle
otro enfoque a la formación de los
futuros docentes. Romper el paradigma actual, creando un nuevo sistema no endogámico,
compuesto por universidades (en las que se revalore al normalista por su
conocimiento experiencial que es único) abiertas a probar métodos en contextos
y situaciones reales; con académicos de alto nivel y planes de estudio que
fomenten un perfil de docente capaz de reflexionar sobre sus prácticas
didácticas, dotándolos con herramientas científicas de investigación que les
permitan detectar problemáticas dentro del salón de clase y en sus comunidades,
siendo parte activa de las soluciones correspondientes, en colaboración con
otros especialistas de la educación y otras ciencias.
El
impacto positivo de la reforma dependerá de cómo sean afrontados diferentes
retos: políticos, normativos, financieros
y de operación. Menciono algunos:
Garantizar
en la ley y en la práctica la autonomía del Instituto Nacional de Evaluación
(INEE) y, por tanto, de los criterios académicos y técnicos para mejorar —con base en la valoración de experiencia
previa — los procedimientos e instrumentos de evaluación para los aspirantes a
plazas y maestros en servicio, así como el proceso de su aplicación, el
procesamiento de los resultados, los criterios de clasificación en la
presentación de los resultados y la difusión de los mismos.
Definir
la evaluación relacionada con el Servicio Profesional Docente, respetando los
derechos laborales, en función de un propósito claro para la promoción y
permanencia del profesor. Evaluar no equivale a calidad, son elementos
diferentes de un binomio en el que es imposible mejorar algo sin evaluarlo
primero: todo depende para qué sirven los resultados, si para el mero control
o, con más horizonte, para diseñar acciones formativas que busquen revertir los
resultados no deseados.
Resolver
los problemas de organización en la asignación de las plazas para asegurar la
colocación idónea de los candidatos mediante el diseño de fórmulas diversas.
Con esto se lograría aprovechar de la mejor manera posible a los solicitantes
con desempeño adecuado y sobresaliente, tomando en cuenta sus intereses y necesidades.
La
educación básica en México no siempre ha estado en crisis, fue un ejemplo a
seguir en el mundo entre los años 20 y 40 del siglo pasado, cuando los
profesores tenían autonomía y poder sobre las decisiones pedagógicas del aula.
Entonces, hubo cambios a gran escala, como lo señala John Dewey con respecto al
desarrollo de la escuela rural del México posrevolucionario. La educación no
puede fijar sus metas con mira corta; las utopías son necesarias, nos ayudan a
recuperar la esperanza y la carrera por alcanzarlas da impulso a
transformaciones duraderas.
*Investigadora
y académica de la Universidad de Sonora