miércoles, 21 de agosto de 2013

Formas de la resistencia magisterial
Claudio Lomnitz

Escribo estas líneas desde la ciudad de Oaxaca, habiendo leído los periódicos del martes, acerca de los choques entre maestros de la sección 22 del sindicato de maestros (de Oaxaca) y la Policía Federal, delante del Congreso de la Unión. Mi tema de hoy no es el contenido de la reforma educativa y de las leyes secundarias que aprobó el Congreso el lunes, sino que se dirige únicamente a la forma de la resistencia magisterial. Divido mi opinión en cinco puntos.

1. La pobreza de la calidad educativa es un problema del país, y no sólo de los maestros. Importa comenzar reconociendo esto, porque las manifestaciones en curso tienden a exponer la falta de educación de los maestros, facilitando así que el resto de la sociedad vea sólo la paja en el ojo ajeno. Vale la pena comenzar recordando que quizá los maestros no sean mejores que el resto de la población, pero tampoco son tanto peores. Por ejemplo, el periódico La Razón publicó recientemente que los nuevos libros de texto gratuitos aparecieron con más de 80 errores de ortografía. Por otra parte, tenemos ya varios sexenios de conocer los hábitos de lectura de nuestros presidentes, y no hay ahí demasiado de qué ufanarse… Y los gustos del empresariado tampoco es que sean impecablemente exquisitos; recuerdo siempre al periodista Galo Gómez, que en paz descanse, que decía que el flamante edificio del periódico Reforma, en la ciudad de México, era un ejemplar magnífico de una arquitectura muy popular entre el empresariado regiomontano: el Durazo tardío...

Reconozcamos, entonces, que el problema de la educación es de la sociedad entera, y no únicamente del magisterio.

2. Sin embargo, los maestros no han aprendido aún a verse a sí mismos como líderes en el rubro de la educación. En vez, tienden a verse como síntoma o efecto de las malas políticas del Estado y de las carencias generales de la sociedad. Los grupos de maestros más combativos se enorgullecen, no sin razón, de ser luchadores –y vaya que lo han sido–, pero imaginan que su labor se debe dirigir primero a resistir las políticas del Estado, para que un buen día un nuevo Estado, un Estado bueno que vele por los verdaderos intereses del pueblo, los venga a redimir.

Hay ahí, me parece, una opinión exagerada del poder del Estado. Se trata de una deformación o ilusión que ha sido fomentada desde el propio Estado, que ha sido el principal responsable de reducir al magisterio a ser brazo de la integración nacional, antes que en ser un cuerpo comprometido a ultranza con la formación de conocimiento en los niños…

Si la sociedad toda tiene un problema educativo, el Estado también lo tiene. Por eso, el magisterio debe mirar a su alrededor y darse cuenta de una buena vez de que la sociedad y el Estado cuentan con ellos para ser los líderes en el tema de la educación. Los maestros tienen que asumirse como los encargados de la educación, y no como víctimas de la falta de educación del Estado. Si ellos no se preparan como líderes, nadie les va a conceder ese papel.

3. Reconocerse líderes implica separar la lucha por sus causas gremiales de su papel como educadores, y mantener siempre intacto el papel de educador. Los estudiantes deben ser siempre aliados de los maestros, y nunca sus rehenes. Los maestros no deben nunca sacrificar la educación de sus estudiantes a cambio de sus causas gremiales, por justas que éstas sean (y, frecuentemente, son justas). Las batallas de los maestros las tienen que ganar sus alumnos, y los padres de sus alumnos. Las tiene que ganar la sociedad.

Esto representa un problema político inmediato para los maestros, porque la estrategia que señalo tarda algunos años en comenzar a funcionar –los maestros se tienen que ganar el agradecimiento, el respeto, y aun el liderazgo en sus pueblos y colonias, y eso tarda, y significa que se pueden perder algunas luchas gremiales a corto plazo. Sin embargo, valdría la pena pensar en si vale la pena ganar luchas a costa de darle la puntilla a la imagen pública del magisterio. Eso difícilmente se recupera.

4. Los métodos de la lucha magisterial deben ser consonantes con la función educativa de los maestros: hay que luchar enseñando. Los maestros deben aprender a luchar con las armas propias de su profesión: dando ejemplo de educación, en vez de retratándose a sí mismos como víctimas de la falta de educación. Para esto habrá que idear formas de resistencia basadas en el respeto –dar un no absoluto a la violencia. No a portar palos. No a fracturar huesos de policías, aunque sea en defensa propia.

¿Existen formas de resistencia que se basen en educar a la sociedad? Desde luego que sí. Lo primero –que se ha hecho demasiado poco– es librar una batalla de inteligencia por la opinión pública. ¿Es mala la reforma educativa? Hay que explicar por qué, y hay que proponer alternativas mejores. Esto último importa, porque si se hace una lucha que mucho rechaza y poco propone, el magisterio será percibido como esencialmente conservador –y la educación es siempre progresista.

La lucha tendría que dirigir sus esfuerzos a las asociaciones de padres de familia, a la prensa, a los congresos locales y de la unión... Tendría que llevarle siempre la delantera a la SEP –ser los primeros en corregir sus errores, en proponer soluciones mejores y más justas. Que quede claro que los maestros son los primeros interesados en mejorar la educación en este país.


5. Por último, el magisterio debe evitar que su lucha se transforme en una impugnación abstracta del neoliberalismo. Los maestros de los estados de Oaxaca, Chiapas, Guerrero y Michoacán alegan que la reforma educativa es contraria a los intereses de comunidades indígenas y que fomenta la competencia en lugar de la cooperación. Creo que tienen algo de razón. Pero el desarrollo de una alternativa, formulada desde el magisterio tiene que partir también del reconocimiento de que las comunidades del sur mandan un enorme contingente de población al norte –a Estados Unidos principalmente, y a la frontera norte. Ahí, importa, y mucho, que los jóvenes sepan leer y redactar, sumar y multiplicar, que sepan algo de historia y de geografía, etcétera. Es decir, que las medidas de la OCDE tienen también alguna relevancia en Guerrero y en Oaxaca. Ojo, tener relevancia no implica que su normatividad debe ser la única, ni la principal. Pero darle la espalda a la estandarización educativa tampoco va a funcionar. (La Jornada)