Formas de la resistencia
magisterial
Claudio
Lomnitz
Escribo
estas líneas desde la ciudad de Oaxaca, habiendo leído los periódicos del
martes, acerca de los choques entre maestros de la sección 22 del sindicato de
maestros (de Oaxaca) y la Policía Federal, delante del Congreso de la Unión. Mi
tema de hoy no es el contenido de la reforma educativa y de las leyes
secundarias que aprobó el Congreso el lunes, sino que se dirige únicamente a la
forma de la resistencia magisterial. Divido mi opinión en cinco puntos.
1. La
pobreza de la calidad educativa es un problema del país, y no sólo de los
maestros. Importa comenzar reconociendo esto, porque las manifestaciones en
curso tienden a exponer la falta de educación de los maestros, facilitando así
que el resto de la sociedad vea sólo la paja en el ojo ajeno. Vale la pena
comenzar recordando que quizá los maestros no sean mejores que el resto de la
población, pero tampoco son tanto peores. Por ejemplo, el periódico La Razón
publicó recientemente que los nuevos libros de texto gratuitos aparecieron con
más de 80 errores de ortografía. Por otra parte, tenemos ya varios sexenios de
conocer los hábitos de lectura de nuestros presidentes, y no hay ahí demasiado
de qué ufanarse… Y los gustos del empresariado tampoco es que sean
impecablemente exquisitos; recuerdo siempre al periodista Galo Gómez, que en
paz descanse, que decía que el flamante edificio del periódico Reforma, en la
ciudad de México, era un ejemplar magnífico de una arquitectura muy popular
entre el empresariado regiomontano: el Durazo tardío...
Reconozcamos,
entonces, que el problema de la educación es de la sociedad entera, y no
únicamente del magisterio.
2. Sin
embargo, los maestros no han aprendido aún a verse a sí mismos como líderes en
el rubro de la educación. En vez, tienden a verse como síntoma o efecto de las
malas políticas del Estado y de las carencias generales de la sociedad. Los
grupos de maestros más combativos se enorgullecen, no sin razón, de ser
luchadores –y vaya que lo han sido–, pero imaginan que su labor se debe dirigir
primero a resistir las políticas del Estado, para que un buen día un nuevo
Estado, un Estado bueno que vele por los verdaderos intereses del pueblo, los
venga a redimir.
Hay ahí, me
parece, una opinión exagerada del poder del Estado. Se trata de una deformación
o ilusión que ha sido fomentada desde el propio Estado, que ha sido el
principal responsable de reducir al magisterio a ser brazo de la integración
nacional, antes que en ser un cuerpo comprometido a ultranza con la formación
de conocimiento en los niños…
Si la
sociedad toda tiene un problema educativo, el Estado también lo tiene. Por eso,
el magisterio debe mirar a su alrededor y darse cuenta de una buena vez de que
la sociedad y el Estado cuentan con ellos para ser los líderes en el tema de la
educación. Los maestros tienen que asumirse como los encargados de la
educación, y no como víctimas de la falta de educación del Estado. Si ellos no
se preparan como líderes, nadie les va a conceder ese papel.
3.
Reconocerse líderes implica separar la lucha por sus causas gremiales de su
papel como educadores, y mantener siempre intacto el papel de educador. Los
estudiantes deben ser siempre aliados de los maestros, y nunca sus rehenes. Los
maestros no deben nunca sacrificar la educación de sus estudiantes a cambio de
sus causas gremiales, por justas que éstas sean (y, frecuentemente, son
justas). Las batallas de los maestros las tienen que ganar sus alumnos, y los
padres de sus alumnos. Las tiene que ganar la sociedad.
Esto representa
un problema político inmediato para los maestros, porque la estrategia que
señalo tarda algunos años en comenzar a funcionar –los maestros se tienen que
ganar el agradecimiento, el respeto, y aun el liderazgo en sus pueblos y
colonias, y eso tarda, y significa que se pueden perder algunas luchas
gremiales a corto plazo. Sin embargo, valdría la pena pensar en si vale la pena
ganar luchas a costa de darle la puntilla a la imagen pública del magisterio.
Eso difícilmente se recupera.
4. Los
métodos de la lucha magisterial deben ser consonantes con la función educativa
de los maestros: hay que luchar enseñando. Los maestros deben aprender a luchar
con las armas propias de su profesión: dando ejemplo de educación, en vez de
retratándose a sí mismos como víctimas de la falta de educación. Para esto
habrá que idear formas de resistencia basadas en el respeto –dar un no absoluto
a la violencia. No a portar palos. No a fracturar huesos de policías, aunque
sea en defensa propia.
¿Existen
formas de resistencia que se basen en educar a la sociedad? Desde luego que sí.
Lo primero –que se ha hecho demasiado poco– es librar una batalla de
inteligencia por la opinión pública. ¿Es mala la reforma educativa? Hay que
explicar por qué, y hay que proponer alternativas mejores. Esto último importa,
porque si se hace una lucha que mucho rechaza y poco propone, el magisterio
será percibido como esencialmente conservador –y la educación es siempre
progresista.
La lucha
tendría que dirigir sus esfuerzos a las asociaciones de padres de familia, a la
prensa, a los congresos locales y de la unión... Tendría que llevarle siempre
la delantera a la SEP –ser los primeros en corregir sus errores, en proponer
soluciones mejores y más justas. Que quede claro que los maestros son los primeros
interesados en mejorar la educación en este país.
5. Por
último, el magisterio debe evitar que su lucha se transforme en una impugnación
abstracta del neoliberalismo. Los maestros de los estados de Oaxaca, Chiapas,
Guerrero y Michoacán alegan que la reforma educativa es contraria a los
intereses de comunidades indígenas y que fomenta la competencia en lugar de la
cooperación. Creo que tienen algo de razón. Pero el desarrollo de una
alternativa, formulada desde el magisterio tiene que partir también del reconocimiento
de que las comunidades del sur mandan un enorme contingente de población al
norte –a Estados Unidos principalmente, y a la frontera norte. Ahí, importa, y
mucho, que los jóvenes sepan leer y redactar, sumar y multiplicar, que sepan
algo de historia y de geografía, etcétera. Es decir, que las medidas de la OCDE
tienen también alguna relevancia en Guerrero y en Oaxaca. Ojo, tener relevancia
no implica que su normatividad debe ser la única, ni la principal. Pero darle
la espalda a la estandarización educativa tampoco va a funcionar. (La Jornada)