La
bestia
Luis Gerardo
Martínez García
Viaja sobre
rieles que la historia le dejó para llevar el cargamento especial de sur a
norte. Sus fuertes hierros le permiten transportar en su lomo al
centroamericano que sueña en vivir mejor, huyendo de la desesperanza de su
tiempo y de su espacio. La bestia, ferrocarril de águila y serpiente a paso
lento ayuda a avanzar por esos días de hambre, frío y maltrato; promete al
extraño llegar a sitios desconocidos donde se habla otro idioma, se promulga otra religión y se cantan
rituales extraños, con la certeza de casi todo y casi nada.
La bestia entraña
la maldad que le imprimen sus malvados; resguarda la posibilidad del camino
incierto que andan sus huéspedes; viaja la noche acompañada de la oscuridad que
oculta la perversidad y a su vez la nobleza; cultiva la ilusión de querer ser
mejor y crecer entre lo desconocido. A la velocidad del día juega con el
peligro, vendiendo la idea de que es la solución a todos los problemas. Si, es
la solución a las ausencias de aquellos que gobernantes se creen, y que no
saben ni voluntad tienen de la indocumentabilidad-ilegalidad del migrante [ni
de sus expectativas se interesan].
En ese viajar
constante, la bestia acompaña a la pobreza y le hace creer que mañana el
amanecer será distinto, que el sol será otro, que el dólar está en espera, que
la historia nadie la conocerá. En tanto los migrantes corren, huyen, se alejan
sin saber el rumbo del escondite y si éste les aguardará la golpiza o la
muerte.
La bestia es ese
monstruo en el que se peligra, en el que la vida no vale nada, en el que se
pierde todo, en el que no existe el tiempo, en el que se va en compañía de la
soledad, en el que comer puede esperar, en el que se pierde al amigo, en el se
proteje a la esposa y se arrulla al hijo. Es el enigma en el que se está seguro
que no se sabe nada del mañana; es la salida fácil de aquel vivir sin agua, sin
zapato, sin escuela; es la entrada a la bestia que aplasta con su potente
armamento y su embrutecido pensamiento.
De carga o de pasaje
pasa sin ser visto con miles de ilusiones sin permiso para soñar. Sin carga y
sin pasajeros se esconde entre la montaña, el bosque, el puente o la estación a
la vista de aquellos que vigilan los derechos... Querida y odiada, la bestia
anuncia el paso de la piel morena que no sabe de fronteras ni murallas,
renuncia a seguir ocultando la realidad de la desgracia llevándose sin querer
entre sus rieles piernas o brazos, mutilando la extremidad, no así la
posibilidad.
Las patronas y la
bestia se unen en complicidad ayudando en lo efímero de ese trans-curso que
mitiga el hambre y fulmina el olvido. El errante se confunde con el casero, se
hacen uno al andar porque buscan casi lo mismo, casi con lo mismo, y aunque
sigan en lo mismo. El viajero se cubre con ese cobijo divino que le envuelve el
alma, bajo el intemperie; se alimenta del arroz y la tortilla de las patronas,
y se aloja entre vagones, ruidos y silencios de la bestia. Las patronas, el
tren y los indocumentados se necesitan, sin ellos mismos no existirían,
dejarían su razón de ser, para hacer lo que no han hecho; los tres huyen del
pasado creyendo en el futuro sin detenerse en el presente porque lo rápido del
viaje no se los permite.
Ese ferrocarril
en su diversidad amorfa simboliza la creciente desigualdad entre los propios,
la ausencia de iniciativas del gobernante, la fragilidad de la justicia, lo
portentoso del que delinque, la nobleza del ciudadano, la ignorancia del
iletrado, la fortuna del que comanda. La bestia significa el transcurso, en lo
inhóspito, de una desesperanza a una ilusión entre realidades que llevan con
relativa seguridad a lo incierto, a la vida o a la muerte. Entre la bestia y lo
apocalíptico hay esa enorme distancia pasajera que lo es nada.
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