René Avilés
Fabila
A principios
de la década de los años treinta, José Ortega y Gasset -heredero de la
Institución Libre de Enseñanza de Francisco Giner de los Ríos-, en su célebre
obra Misión de la Universidad (1930), definió a la cultura como “el sistema
vital de las ideas de un tiempo” y señaló que la universidad debía poseer tres
funciones: a) transmisión de la cultura; b) enseñanza de las profesiones y c)
educación de nuevos hombres de ciencia. Un año después, de modo más simple
aunque no menos revelador, Bertrand Rusell concibió que la universidad debía
desarrollar dos funciones esenciales: a) educar para determinadas profesiones y
b) fomentar la cultura y la investigación sin tomar en cuenta la utilidad
inmediata.
Podría
continuar citando todo tipo de fundamentaciones teóricas al respecto, pero la
conclusión sería la misma: la institución universitaria no puede ser concebida
como tal sin que entre sus objetivos prioritarios se encuentre atender la
cultura. Lo vemos en el caso concreto de la Universidad Autónoma Metropolitana,
en la que de acuerdo con la estructura orgánica y marco jurídico que la
regulan, son tres sus funciones sustantivas: docencia, investigación y difusión
de la cultura, tal y como lo establece el artículo 2° de la Ley Orgánica de la
UAM, decretada por el Congreso de la Unión y publicada en el Diario Oficial de
la Federación el 17 de diciembre de 1973, que dice justamente: Preservar y
difundir la cultura, lo que le concede igualdad ante la docencia y la
investigación.
Consideremos
que los intentos más serios por retomar la cultura vienen de la comunidad
universitaria. Son acciones aisladas para darle mayor peso del que realmente
tiene en sus aulas y centros de investigación. El principal esfuerzo, esto es
lógico, se concentra en las dos primeras funciones y en un discreto (a veces no
tanto) desprecio por las letras, la música, la danza, la música sinfónica, la
plástica... En suma, por todo aquello que cabe cómodamente dentro del arte. No
es fácil que un literato o un pintor de pronto se encuentren en cargos
dirigentes de la UAM. Algo muy parecido ocurre en otras universidades. Grave es
que dentro de la innovadora UAM subsista el desdén hacia las artes. Los
científicos, sin importar su disciplina, aún los sociales, están aferrados a
las ciencias. Jamás se les ocurriría, convertidos ya en autoridades, impulsar
proyectos culturales.
En la UAM,
contribuir a la divulgación de la cultura es una obligación prioritaria de su
razón de ser. Pero el panorama que se nos presenta es poco halagüeño: docencia
e investigación han sido las funciones más beneficiadas al recibir de modo
desproporcionado mayores apoyos y estímulos, lo que no ha ocurrido con la
cultura: el sector más castigado y generalmente desatendido hasta ahora. Ni
siquiera en estos tiempos de interdisciplina hay intentos agudos para conjuntar
docencia e investigación con cultura. Seguimos produciendo profesionistas que
se concentran en lo suyo, que poseen una sola dimensión. No egresan, pues,
aquellos que tienen una visión múltiple y rica sobre la sociedad, fenómeno aún
más extraño si tomamos en cuenta los procesos de globalización acelerados a los
que estamos siendo sometidos. Un dentista o un ingeniero se interesan en lo
suyo sin percatarse de lo que significan la música de Mozart, una tela de
Picasso o un poema de Bonifaz Nuño. A la inversa, el poeta o el artista
plástico poco se interesarían por materias ajenas a su quehacer estético. Para
qué hablar del cuerpo docente, invariablemente formado por profesores que
vienen de las ciencias duras o de las sociales y que con frecuencia, por más
que así conste en los documentos de la UAM, enseña y produce como profesor
tradicional.
La UAM
culturalmente sigue de cerca el modelo de la UNAM, cuya tradición es
francamente excepcional. Pero en otros carece de sentido, ya que la primera ha
buscado siempre ser un modelo alternativo y en consecuencia tener su propia
manera de hacer cultura, diseñar los mecanismos para desarrollarla y darla a
conocer a los habitantes de la ciudad capital, su entorno natural.
Pero esta
actitud de subordinación produce rechazos inexplicables. Por ejemplo, debido a que
la UNAM se ha preocupado por la música sinfónica y la danza, la UAM no se anima
siquiera a entrometerse en el mundo de los solistas o en el de la música de
cámara. Se justifican invocando insuficiencia de recursos y al mismo tiempo,
señala que los existentes son para la docencia y la investigación. De nuevo el
rechazo a las artes, a la difusión de la cultura. De hecho, la UAM carece de
todo contacto con la música y la danza, apenas recuerda que durante el paso por
Difusión Cultural de Carlos Montemayor tuvo momentos de esplendor. Y algo
parecido ocurre con los discos y en especial con aquellos que tienen que ver
con la conservación de la voz de los escritores. Ya lo hace la UNAM, no nos
corresponde. Nada más falso, la duplicación tiene sentido. Si valiera la queja,
no tendríamos razón para editar muchos libros en la UAM, pues la tarea
editorial es precisamente uno de los puntos fuertes de la UNAM. ¿Intentar un
cambio en cultura de la UAM? No. El que sigue, empieza de cero o mantiene las
cosas igual.
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