Mochila
robada
Luis Gerardo
Martínez García
A hombros llevaba
la mochila; esa que fue regalo del padre. En ella guardaba cachivaches, todo
importante. En ella resguardaba sus secretos, sus recuerdos, sus ilusiones, su
privacidad. Viajando al extranjero le fue robada sin saber dónde ni quién. Todo
se tornó distinto.
A ella le era
especial. Tan grande que no era ocupada diariamente, sólo era para ir a la
montaña [escalando peñascos, esquivando derrumbes; caminando sin tropiezos y
sin escalas; cubriéndole el frío]. Tan pequeña para todo lo que tenía que
echarle; siempre quedaba algo pendiente. No cabía todo, lo indispensable
siempre cabía.
Sobre su espalda
iba la mochila (con su nombre en una placa metálica que compró el fin de año en
un mercado de la ciudad). Ella la seguía al mismo ritmo de sus pasos. Casi
inseparables, ambas en los viajes largos, juntas.
Desde hace meses
la mochila no conocía espacios vacíos, malos olores o desaires; en climas
adversos se hacían acompañar, en la juventud de una y en la resistencia de la
otra. Desde hace tiempo éste les era
propio, impropio ocasionalmente incomodaba. Lo construían a su modo en la
convivencia con otros, extraños algunos que rondaban el espacio público donde
transitaban todos (hablando todos, escuchándole ninguno), incluidas ellas.
Nunca está en el
rincón de la casa, siempre aguarda a un costado; nunca aparece en público sola,
siempre están juntas; nunca está vacía en la austeridad, siempre la acompañan
libros y revistas. Del penúltimo viaje esconde conchas de caracol para la buena
fortuna. Del primer recorrido guarda collares coloridos queridos, pintados a
mano, comprados y nunca usados. Su color negro la hace verse cauta, sombría,
soberbia. Pero no, ella la ve diferente cada día: cómplice, fuerte, discreta.
Estos meses que llevan juntas son inseparables compartiendo el ir y venir de su
caminar entre calles desapercibidas, andadas.
Emprenden el
viaje. Aspiran llegar a un país extraño. Suspira por encontrarse allá con su
fe, con su representante máximo. Al hacer escala en el aeropuerto de un país
anterior se da una extraña separación entre ella y su mochila. Se pierden. Se
desubican.
La reporta como
robada. Sin mochila regresa. Llega. La reciben sus padres. La autoridad le da
una que no es la suya. La confunden. La señalan. La encarcelan. La procesan. La
defienden. La liberan. La reciben. La felicitan. La critican. La felicitan.
¿Y la mochila?,
la suya. Está allá donde nadie sabe; lejos, donde ya nadie busca; allá ya no es
de nadie ni lleva nada. Ni existe. Ya robada fue motivo para dar un giro de
vida, lleno de perversidad, engaño y trampa. Mochila robada que dejó ver, desde
donde no está, la podredumbre que corroe el sistema político y enferma los
principios de la sociedad; que le permitió a ella aferrarse a sus creencias, a
su religión y a sus fetiches; a los otros les permitió recordar la
corrupción, la adicción, la infiltración
que vive la justicia, con ello convirtiéndose en injusta.
La mochila robada
no sólo le guardó la privacidad de sus palabras, de su pensamiento, de sus
objetos; no sólo le respetó su integridad y sus decisiones; no sólo fue con
ella, sino que no regresó. No sólo le guardó todo, le enseñó lo que no se
aprende lo que no aprende ni en la escuela, ni en la familia, ni en la religión;
le mostró una diminuta parte de esa realidad existente pero negada; le permitió
vivir lo indeseable. Así, robada, no le complicó, le enriqueció el valor de
existir y la razón de ser. A otros les permitió aprovechar la ocasión, preparar
la foto, sonreír, lucrar...
Si, le robaron la
mochila, no así su confianza, su confianza ni sus amigos. Ambas se hicieron una
en tiempo y circunstancias. En lo posible, separadas para siempre.
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