Castillo de naipes
Por Jorge Volpi
Tras jurar su cargo en una tumultuosa ceremonia de investidura,
el Presidente anuncia que la primera medida de su gobierno consistirá en
presentar una reforma educativa capaz de transformar el anquilosado sistema
escolar de la nación. La noticia es recibida con beneplácito por casi todos los
sectores y aplaudida por los medios, con excepción del sindicato de maestros
que ve amenazadas sus conquistas laborales. Su líder, quien lleva varios años
en el cargo, considera que la iniciativa busca limitar su influencia. Para
lograr que la reforma sea aprobada en un Congreso con mayoría opositora, el
Presidente recurre a uno de los políticos más experimentados -y feroces- de su
partido, uno de esos maquiavélicos operadores que no dudarán en hacer lo que
sea para lograr su objetivo.
A partir de aquí, House of cards, la serie que Netflix ha puesto
a disposición de sus suscriptores hace unas semanas, se separa -aunque no
demasiado- de lo ocurrido en México, centrándose en la figura de Frank
Underwood (un sardónico Kevin Spacey que, a la manera de un actor isabelino, se
dirige al telespectador con toda suerte de apuntes mordaces), el whip de la
mayoría demócrata, el cual librará una agreste batalla contra Marty Spinella,
el lobista que representa a los maestros.
Si bien los entretelones de la reforma educativa dibujados en
House of cards podrían sonar un tanto pueriles comparados con la realidad
mexicana -si acaso nuestro secretario de Educación no está lejos de Underwood,
Marty Spinella ya soñaría con disponer de los recursos de La Maestra-, la
coincidencia no deja de mostrar las dificultades y contradicciones que este
tipo de medidas generan en cualquier parte. Por un lado, un amplio grupo de
representantes demócratas, tradicionalmente ligados a los sindicatos, considera
que la propuesta de su Presidente apenas se diferencia de la esgrimida por los
republicanos; y, por el otro, muy pronto queda claro que el pulso entre
Underwood y Spinella responde más a sus intereses que a cualquier auténtica
voluntad de transformación. La ambiciosa reforma educativa del Presidente se
quedará como una transformación casi cosmética.
Tres secuencias resultan particularmente interesantes para
observar los intríngulis de la negociación dibujados en la serie (basada a su
vez en una producción de la BBC y en las novelas de Michael Dobbs). En la
primera, a fin de vengarse del Presidente por no haberlo nombrado secretario de
Estado, Underwood decide eliminar a su candidato al Departamento de Educación y
le filtra sus propuestas en extremo liberales a una joven bloguera. A su vez,
ésta aprovechará su cercanía con Underwood para iniciar una meteórica carrera
como informante estrella de Washington. Igual que en México, el trascendido es
asumido como el instrumento favorito de los políticos para enviarse mensajes
cifrados o para manipular a la opinión pública.
Menos predecible resulta el episodio en el que Underwood encara
a Spinella en una entrevista en CNN. Reconocido por su habilidad retórica, el
congresista está seguro de que aplastará al portavoz del sindicato y lo
obligará a terminar con la huelga magisterial que ha puesto en vilo a la Casa
Blanca. En contra de sus predicciones, la intervención de Underwood resulta un
desastre: trastabilla, titubea y es víctima de esas lagunas que tanto aquejan a
nuestros políticos. La avalancha de burlas en los talk-shows confirman por qué
resulta imposible imaginar a Elba Esther Gordillo en un tête- -tête con alguno
de los operadores de nuestro Presidente. (Por uno de esos efectos perversos de
la empatía, los espectadores sentimos pena por Underwood en vez de lanzarnos a
escarnecerlo en Twitter, como ocurriría en la vida real).
Al final, el enfrentamiento entre los maestros y el gobierno se
resuelve en un duelo entre Underwood y Spinella. Aprovechándose de la muerte de
un niño que no ha ido a la escuela, el congresista invita a su contrincante a
su despacho para discutir un posible acuerdo. Cuando Spinella se presenta en su
sala de juntas, Underwood no hace más que provocarlo hasta que, en un arranque
de furia, el representante de los maestros le da un puñetazo. Levantándose del
suelo, Underwood sabe que ha obtenido la victoria: para no presentar cargos, la
huelga deberá terminar de inmediato. Días después, el Congreso por fin aprueba
la reforma. ¿Habrá entre nosotros alguien capaz de una triquiñuela semejante
para al fin doblegar a nuestro sindicato?
Que House of cards haya sido producida por un distribuidor de
contenidos para la red como Netflix y que su primera temporada haya sido puesta
a disposición del público en un solo día desató una agitada polémica sobre la
transformación del mundo audiovisual. Más allá de eso, a los mexicanos nos
ofrece un oportuno espejo de las batallas libradas por nuestros políticos y
sindicalistas -acaso menos mordaces pero igual de torvos- a la hora de aprobar
nuestra aún lánguida e incipiente reforma educativa.
Twitter: @jvolpi Publicado por Reforma