La meritocracia y las escuelas normales
ALBERTO
SEBASTIÁN BARRAGÁN
Hace
noventa años Max Weber definía el saber profesional especializado como
característica imprescindible del cuadro administrativo burocrático. Los
funcionarios que lo integraran, deberían poseer una “calificación profesional”
que fundamentara su nombramiento. De este modo, se perfilaban los
requerimientos para las personas encargadas de realizar acciones públicas.
Todas
las funciones que realizan las instituciones requieren de personal adecuado,
que tenga preparación y experiencia suficientes para desempeñar el cargo
conferido. Administrativamente, considerar las cualidades de los recursos
humanos ha sido una medida impuesta a la relación contractual y, en estos
tiempos de neoliberalismo, es un común denominador en varias instituciones
públicas y privadas.
Esta
noción de profesionalización en nuestro país, es entendida a partir de la
década de los 90 como Servicio Civil de Carrera o Servicio Profesional de
Carrera. México comienza a tornar sus políticas de profesionalización en forma
sectorial a partir de 1994, con el Servicio Exterior Mexicano; luego, el
Servicio Profesional Electoral; después, el Servicio Profesional Agrario, hasta
llegar al Servicio Profesional de Carrera en la Administración Pública Federal,
en el 2003.
La
Ley del Servicio Profesional de Carrera en la Administración Pública Federal,
en su Artículo 2, menciona que el “Sistema de Servicio Profesional de Carrera
es un mecanismo para garantizar la igualdad de oportunidades en el acceso a la
función pública con base en el mérito y con el fin de impulsar el desarrollo de
la función pública para beneficio de la sociedad”, así también establece que
sus principios rectores son: la legalidad, eficiencia, objetividad, calidad,
imparcialidad, equidad, competencia por mérito y equidad de género.
En
el Artículo 8 se señala que esa ley no aplica para el personal de la
Presidencia, Secretarios, Subsecretarios y demás funcionarios de primer orden;
pero tampoco comprenderá al “personal docente de los modelos de educación
preescolar, básica, media superior y superior”, ya que, algunos de ellos
estarán sujetos a algún sistema de servicio civil de carrera. Esto, de alguna
manera, explica la necesidad de un Servicio Profesional Docente, como el que
vendrá.
La
educación es un servicio público (hasta el momento) y la reforma que viene es
de corte neoliberal. Y se pretende ampliar hacia el campo educativo la lógica
de contratación basada en el mérito. Si bien no estaba estipulada una ley
específica para el “acceso, promoción y permanencia” del personal del ámbito
educativo, sí había mecanismos de crecimiento, no vertical, pero sí horizontal,
como el Programa Nacional de Carrera Magisterial (PNCM).
Carrera
Magisterial es un programa que se ha venido desarrollando, tergiversando y
modificando desde 1993 hasta la actualidad, con una característica importante:
es opcional y depende de la voluntad del docente participar o no; es un
proyecto de desarrollo profesional, no un requisito.
Sin
embargo, para comprender el alcance que habrá de tener una lógica del Servicio
Profesional Docente es necesario percibir el acceso desde una noción de
coyuntura de la docencia; porque es el momento culminante de la “formación
inicial” (de la educación normalista) y es el punto de partida de la “formación
continua” (profesionalización de maestros en servicio).
Resulta
imprescindible señalar que la docencia necesita a los mejores estudiantes para
que puedan enseñar lo que aprendieron. La docencia requiere a los estudiantes
“mejor calificados”: esto es, a los que obtuvieron mejores promedios y
obtuvieron reconocimientos en su trayectoria escolar. La docencia está
compuesta (o “debe” estar compuesta) por los estudiantes que acumularon méritos
para ser maestros.
El
ingreso a las escuelas normales se daba en forma indiscriminada (¿o aún se
da?), con pleno uso de influencias y recomendaciones para darles carrera a
algunos jóvenes “ya aunque sea de maestro”. Y la tradición del mérito en
bachillerato no era tan tomada en cuenta como señalamos arriba, pero lo que sí
podemos apuntar como avance es el examen de admisión que ocupan las normales
para seleccionar a sus estudiantes, para matricular a los futuros maestros.
La
educación normalista, por su parte, también ha tenido una serie de reformas
como las que han ocurrido en educación básica. Alfonso Durán establece una
sinonimia sarcástica en su texto “Las reformas curriculares en educación normal
o la tarea de Sísifo”, evocando la imagen del mito clásico del castigo que le
imponen a Sísifo. Nada más ilustrador del normalismo que ese mito.
Si
bien, han sido modificaciones curriculares en la educación normalista, ha
prevalecido una constante en las normales: las “inercias”, que han mantenido
ese statu quo de la formación inicial de los docentes y que, en suma, encierran
una meritocracia latente, entonces ¿Cuál es el reto de las escuelas normales
ante el Servicio Profesional Docente?
Hasta
este momento, en la iniciativa de reforma que se aprobó en diciembre pasado se
mencionan: “ingreso, promoción y permanencia”, pero aún no se han hecho
explícitos los requisitos a cubrir por los maestros. La docencia había
permanecido exenta de un Servicio Profesional de Carrera como mecanismo de acceso
al trabajo, pero ahora las reglas cambian.
Dentro
del modelo económico en que vivimos, los trabajadores son asumidos como capital
humano, es decir, como trabajadores que acuden al mercado con diferentes
capacidades, y con diferentes calificaciones. Así como existen mecanismos de
profesionalismo de carrera en otros sectores, es posible que tenga mayor
presencia la “credencial educativa” dentro de los trabajadores de la educación.
La
teoría de la fila, o la teoría del credencialismo, enfatizan la escolaridad y
cantidad de grados ganados para el concurso por una plaza de trabajo. La
reforma educativa apunta hacia allá. Si se ha concebido la docencia, como una
profesión de estado, resulta fácil imaginar que habrá modificaciones (sobre las modificaciones recientes)
dentro de las normales públicas, y esperaríamos lo mismo de las normales
privadas.
¿Cómo
llegan las normales a esta nueva política meritocrática? Pues, ya decíamos del
examen de ingreso, aunemos los exámenes bimestrales, los exámenes
departamentales, los criterios de desempeño, los exámenes generales de
conocimiento, los exámenes de oposición… todos alineados con la evaluación
universal. Eso es lo que se tiene hasta
el momento, esperaremos a ver qué se suma en el camino, y en qué se convierte
todo esto.