martes, 26 de febrero de 2013


De la reforma a la realidad
JUAN CARLOS YÁÑEZ

Entre el texto aprobado que modifica la Constitución en materia educativa, y las realidades a que dará lugar, habrá distancias, diferencias, resistencias y deformaciones. En qué grado, es casi imposible advertirlo ahora, pero que existirá de todo ello no hay duda.

Voy a explicar la afirmación anterior a partir de la visión que sobre el tema del curriculum tiene el experto español José Gimeno Sacristán. Quizá convenga aclarar, aunque sea de forma breve, que el curriculum, en palabras del propio Gimeno Sacristán, es el “el contenido cultural que las instituciones educativas tratan de difundir en quienes las frecuentan, así como los efectos que dicho contenido provoque en sus receptores”.

A partir de esa definición apta para todo público, Gimeno Sacristán explica que se pueden distinguir distintas fases en el desarrollo del curriculum: 1) El proyecto educativo o texto curricular. 2) El curriculum como lo interpretaron los profesores y los materiales para su desarrollo. 3) La ejecución del curriculum a partir de cómo lo interpretaron y del uso de los materiales, es decir, de la práctica de sujetos concretos en un contexto real. 4) Los efectos educativos reales y 5) Los efectos comprobables y comprobados.

Aunque la reforma constitucional no aprobó un curriculum, el esquema anterior, que ilustra las múltiples formas de concreción (y dimensiones) entre el curriculum y la realidad, también sirve para imaginar el probable derrotero de la reforma en cuestión:
si a este de por sí complejo proceso de ejecución del curriculum le sumamos las actitudes de sospecha, reserva o franca resistencia de parte del profesorado, entonces el presidente, los diputados, senadores y autoridades podrán festejar con toda parafernalia la histórica decisión, pero la realidad, las realidades, huidizas, caminarán por otras sendas, esas que ilustra la investigación y la experiencia de muchísimos expertos desde hace un buen número de décadas.

Cuidado con los festejos

Apenas promulgada la reforma educativa y leídas las opiniones de los políticos, pienso que esta fiesta de cohetes y luces podría ser más ruido que sustancia. Hay muchos mitos que reaparecen como peligrosas señales.

Si solo los maestros tienen que enseñar mejor, pero el resto del país se queda igual, pues ya nos podemos sentar a mirar como se hunde el sistema educativo y el propio país. No descarguemos toda la responsabilidad en los docentes, porque no son los únicos, ni la educación es tan poderosa contra un sistema general plagado de dificultades. No hay islas felices en un archipiélago de tristeza, diría Raffaele Simone.

Es verdad, para ser un país mejor necesitamos buena educación, pero no solo eso. Debemos resolver algunos problemitas no menores y de alta incidencia en los resultados del sistema escolar: inseguridad, pobreza, desempleo, violencia, corrupción, malos gobiernos, desnutrición, hambre, mala salud, impunidad, injusticia. ¡No es poca cosa!

Finalmente, ¡qué duda cabe!, necesitamos mejores maestros y directores, pero no solo eso, necesitamos también mejores funcionarios públicos, mejores gobernadores, mejores diputados, mejores médicos, mejores medios, mejores jueces… mejores madres y padres de familia, mejores ciudadanos.