miércoles, 20 de febrero de 2013


La otra reforma educativa
OTTO GRANADOS

Hasta ahora el problema educativo mexicano se ha analizado casi exclusivamente en el terreno de la educación básica y el papel que ha jugado la gestión de la administración y el sindicalismo magisterial. De allí la elevada atención que ha recibido la reforma constitucional del servicio público docente en ese nivel.

Pero hay otra zona que afronta enfermedades muy parecidas —improductividad, resultados deficientes, opacidad y caciquismo—que es la educación superior pública en donde, a diferencia de la básica, su eventual cura ya no dependerá de medidas correctivas sino de comprender que la estrategia usual —aumentar el presupuesto y, con ello, la oferta de plazas universitarias— ya no funciona en el mundo del siglo XXI.

La primera complejidad es que en educación superior una reforma es ya por completo insuficiente. Lo que ese sistema requiere es una genuina y radical transformación —o disrupción como le llaman algunos— porque las habilidades y competencias que deben adquirirse hoy son para resolver problemas que aún no existen, aprender a trabajar con tecnologías que aún no se inventan o satisfacer necesidades de personas, comunidades e instituciones poco reconocibles aún.

En consecuencia, el expediente de abrir más lugares o más universidades, siguiendo el modelo tradicional del siglo pasado, está condenado a fallar porque va a perpetuar metodologías y contenidos que ya están en desuso o lo estarán en poco tiempo. Dicho de otra forma, las universidades de hoy están atoradas en proporcionar conocimiento cuando las del futuro lo que hacen en los estudiantes es desarrollar sabiduría, algo muy distinto.

El segundo desafío es cultural y puede ser planteado de la siguiente forma: ¿todo el que quiera educación universitaria convencional —licenciaturas de 4 y medio o 5 años— debe tenerla porque le asegura una colocación profesional digna y competitiva? La respuesta es que no y no hay que engañarnos. Por un lado, la experiencia internacional muestra que la atracción de recursos humanos parece ir migrando hacia modelos técnicos de menor duración y enorme flexibilidad, y, por otro, la selectividad de estudiantes se ha vuelto la palabra clave en el desarrollo de educación superior exitosa: es decir, se necesita calidad, no cantidad.

La tercera novedad es que el uso de las tecnologías para educación en línea y las modalidades innovadoras (tipo Khan Academy, Coursera, Udacity, por ejemplo) han revolucionado la forma en que se transmite la información, se interactúa en ambientes muy diversos, complejos y multiculturales y se articula una carrera, son ya diametralmente diferentes al de la clásica y disfuncional enseñanza con un maestro como eje, programas rígidos y herramientas obsoletas.

Y, finalmente, si el incremento de la inversión pública para expandir la oferta de educación superior se ejecuta sobre las mismas bases con que actualmente operan las universidades públicas, se alcanzará ciertamente la meta de abrir más espacios pero desde el punto de vista educativo, económico y cultural será un fracaso.