La otra reforma educativa
OTTO GRANADOS
Hasta ahora el problema educativo mexicano se
ha analizado casi exclusivamente en el terreno de la educación básica y el
papel que ha jugado la gestión de la administración y el sindicalismo
magisterial. De allí la elevada atención que ha recibido la reforma
constitucional del servicio público docente en ese nivel.
Pero hay otra zona que afronta enfermedades
muy parecidas —improductividad, resultados deficientes, opacidad y
caciquismo—que es la educación superior pública en donde, a diferencia de la
básica, su eventual cura ya no dependerá de medidas correctivas sino de
comprender que la estrategia usual —aumentar el presupuesto y, con ello, la
oferta de plazas universitarias— ya no funciona en el mundo del siglo XXI.
La primera complejidad es que en educación
superior una reforma es ya por completo insuficiente. Lo que ese sistema
requiere es una genuina y radical transformación —o disrupción como le llaman
algunos— porque las habilidades y competencias que deben adquirirse hoy son
para resolver problemas que aún no existen, aprender a trabajar con tecnologías
que aún no se inventan o satisfacer necesidades de personas, comunidades e
instituciones poco reconocibles aún.
En consecuencia, el expediente de abrir más
lugares o más universidades, siguiendo el modelo tradicional del siglo pasado,
está condenado a fallar porque va a perpetuar metodologías y contenidos que ya
están en desuso o lo estarán en poco tiempo. Dicho de otra forma, las
universidades de hoy están atoradas en proporcionar conocimiento cuando las del
futuro lo que hacen en los estudiantes es desarrollar sabiduría, algo muy
distinto.
El segundo desafío es cultural y puede ser
planteado de la siguiente forma: ¿todo el que quiera educación universitaria
convencional —licenciaturas de 4 y medio o 5 años— debe tenerla porque le
asegura una colocación profesional digna y competitiva? La respuesta es que no
y no hay que engañarnos. Por un lado, la experiencia internacional muestra que
la atracción de recursos humanos parece ir migrando hacia modelos técnicos de
menor duración y enorme flexibilidad, y, por otro, la selectividad de
estudiantes se ha vuelto la palabra clave en el desarrollo de educación
superior exitosa: es decir, se necesita calidad, no cantidad.
La tercera novedad es que el uso de las
tecnologías para educación en línea y las modalidades innovadoras (tipo Khan
Academy, Coursera, Udacity, por ejemplo) han revolucionado la forma en que se
transmite la información, se interactúa en ambientes muy diversos, complejos y
multiculturales y se articula una carrera, son ya diametralmente diferentes al
de la clásica y disfuncional enseñanza con un maestro como eje, programas
rígidos y herramientas obsoletas.
Y, finalmente, si el incremento de la
inversión pública para expandir la oferta de educación superior se ejecuta
sobre las mismas bases con que actualmente operan las universidades públicas,
se alcanzará ciertamente la meta de abrir más espacios pero desde el punto de
vista educativo, económico y cultural será un fracaso.