miércoles, 26 de junio de 2013

El concurso, de nuevo
Carlos Ornelas

En memoria de Leopoldo García Colín-Scherer.


Un político que practique la ética de la responsabilidad, diría Max Weber, tiene que entregar resultados palpables de su hacer. En las semanas pasadas, la Secretaría de Educación Pública tenía que abrir nuevas plazas docentes para la educación básica, así como llenar las vacantes por jubilación. El dilema que enfrentaron el secretario Emilio Chuayffet y la SEP como institución, era seguir los mecanismos establecidos en la Alianza por la Calidad de la Educación (de triste memoria) o arriesgarse a imponer nuevas reglas sin que se haya aprobado todavía la ley del servicio profesional docente. Optaron por lo primero sin que —al parecer— se hayan tomado las medidas suficientes para evitar que se repitan las chapuzas que se cometieron en las cinco ediciones anteriores del Concurso Nacional de Asignación de Plazas Docentes.

El concurso no surgió como un asunto legal, el presidente Calderón no quiso “ofender” al magisterio y utilizar el poder del Estado para fijar las nuevas reglas mediante la ley. Prefirió pactar con la dirigencia del SNTE, en particular con Elba Esther Gordillo, un simulacro de concursos de oposición, donde de manera discreta se mantuvieran la herencia y la venta de plazas. La investigación educativa demostró que en las primeras ediciones la fullería triunfó sobre el mérito; el propósito de reclutar a los mejores candidatos para el ejercicio docente se pervirtió mediante maniobras, algunas burdas, otras sofisticadas, que desvirtuaron la meritocracia que pregonaba la retórica de la ACE.

La SEP y el SNTE, en consecuencia, acordaron aplicar las viejas (aunque de reciente confección) reglas del juego y convocaron a la sexta edición de ese concurso. Mas no hay noticias de que se pondrá mayor vigilancia sobre los procesos y resultados; se convocan las plazas de nueva creación mas el destino de las vacantes es incierto. Esas reglas aseguran que las secciones del SNTE, que tienen colonizadas las estructuras de gobierno de la educación básica en los estados, se hagan cargo de casi todo. En la mayoría de los estados imponen condiciones discriminatorias que violan el artículo uno de la Constitución. Por ejemplo, ser nativo de la entidad, haber estudiado en una escuela normal de ese estado, tener menos de cierta edad, haber acreditado cursos de capacitación en las escuelas sindicales u otras que tienen poco que ver con el perfil de un buen docente. Se pide obtener 31% como mínimo para obtener una plaza.

Esos son asuntos que se notan en las convocatorias. Pero hay mecanismos tácitos que no se manifiestan a simple vista.

Se sabe que en las condiciones del México actual, donde el respeto por la ley es escaso, los chapuceros siempre encuentran la rendija (o la puerta grande) por dónde meter sus trampas: amañan los concursos, pasan respuestas, facilitan el copiado, introducen a delegados en el Órgano de Evaluación Independiente con carácter Federalista (que legitiman el hacer de esas cosas) y, si tienen la oportunidad, falsean los resultados. Además, en caso de que un “forastero” llegara a ganar una plaza, se la hacen cansada al momento de la asignación. A veces se tardan años y el ganador, aunque proteste, se fatiga y se da por vencido. Conozco casos.

No todo se debe a la presión sindical. Hay entre los maestros mexicanos una cultura patrimonialista (“la plaza es de mi propiedad”) que persevera, aunque se cambien las leyes. Esta “persistencia cultural”, como la denominan antropólogos neoinstitucionalistas (o de cliente patrón, como la llamaba Octavio Paz), condiciona pautas institucionales y estorban la innovación. Son usos y costumbres arraigados en el hacer cotidiano de miles de docentes que son una barrera sólida contra los cambios.

La SEP, hasta hoy, no ha sabido acercarse al maestro de grupo, al cumplido, al que está dispuesto a arriesgar y optar por los cambios si le quitan controles burocráticos de encima. Si el secretario Chuayffet y la SEP quieren ejercer la ética de la responsabilidad y entregar buenos resultados, habrá que acercarse a esos docentes y hacerlos aliados en las reformas por venir.

Para empezar, sería conveniente que se impulsara una vigilancia pública sobre el sexto Concurso Nacional de Asignación de Plazas Docentes.

                *Académico de la Universidad Autónoma Metropolitana
                 Carlos.Ornelas10@hotmail.com