Evaluar
el contexto social y cultural (anticultural)
Manuel
Pérez Rocha
Hace
un mes, en este espacio, afirmé que entre otras tareas apremiantes del nuevo
INEE está la evaluación del contexto social y cultural (anticultural) que
destruye la motivación de los estudiantes. El asunto de fondo claramente
expresado es la motivación de los estudiantes y un factor que la determina
(destruyéndola): el contexto social y cultural (anticultural). No puede pues
desprenderse de esta afirmación (como un distinguido lector opinó), que en ella
hay un rechazo a la evaluación de los maestros ni una actitud complaciente ante
los malos resultados en la educación, con el pretexto de las condiciones de
pobreza de muchos escolares.
El
éxito o fracaso escolar está relacionado de una manera muy compleja con las
condiciones sociales y culturales de los educandos. No hay una relación directa
y mecánica de la pobreza con los resultados escolares. Hay innumerables casos
de estudiantes que viven en condiciones económicas privilegiadas y tienen
pésimos resultados. Por otra parte, no son pocos los ejemplos de niños y
jóvenes que a pesar de las condiciones adversas en que viven, logran magníficos
resultados en la escuela. Véase, por ejemplo, lo que logran muchos maestros del
medio rural, en particular los que al margen de lo que impone el sistema (la
SEP) han elaborado y puesto en práctica proyectos educativos innovadores en
Oaxaca, Guerrero y Michoacán, revísense las presentaciones que estos maestros
han hecho en las reuniones y congresos pedagógicos organizados por ellos
mismos.
Asumir
que hay una relación mecánica entre pobreza y resultados escolares conduciría a
aceptar que en tanto no se elimine la pobreza nada puede hacerse por la
educación de los niños que padecen esa situación, lo cual desmienten todos los
días muchos maestros mexicanos. También resulta un gran simplismo plantear que
el problema del fracaso escolar se resuelve repartiendo dinero en forma de
becas u otras ayudas. Repártase cuando sea útil, pero no se confíe en ello la
solución de los problemas educativos.
Bernard
Charlot, filósofo y pedagogo francés que trabaja en la Universidad Federal de
Mato Grosso (Brasil), aporta un enfoque muy prometedor – La relación con el
saber– para estudiar el fenómeno del llamado fracaso escolar. En primer lugar,
bajo el término fracaso escolar se confunden fenómenos muy distintos y, aun
cuando en muchos casos se presente como común denominador una situación de
pobreza, no puede, sin más, atribuirse a ésta el fracaso. Además, no todo
abandono de la escuela (o desatención a sus tareas) puede ser calificado de
fracaso, pues en no pocas ocasiones es resultado de una decisión pensada a partir
de la consideración, fundada, de que las enseñanzas de la escuela no sirven
para los fines convencionalmente asignados a la educación escolar: ayudar a
conseguir empleo, elevar el nivel de vida (confundido con el nivel de consumo).
En
el prólogo de la edición del libro de Charlot en castellano, la profesora
uruguaya Ana Zavala advierte con acierto “… no aprender no significa
necesariamente no poder hacerlo sino, antes bien, no querer o… no estar en
condiciones de querer aprender eso que la escuela sugiere que uno debería
aprender en ese momento y de esa forma”; subraya el aserto del profesor Charlot
de que todo saber implica una relación con el mundo, consigo mismo, con los
otros, con el lenguaje y el tiempo. La doctora Zavala pregunta: ¿Cómo, desde todas
las teorías anteriores, podía habérsenos pasado por alto la idea de que detrás
del aprender hay un deseo de hacerlo, una necesidad que ha de ser colmada?
¿Cómo pudimos pensar que el aprendizaje era algo tan mecánico, tan intelectual,
tan exclusivamente racional, algo que se podía imponer a otro?
Me
parece exagerado atribuir ese descuido de los deseos y las necesidades a todas
las teorías anteriores. Por lo menos desde Sócrates son no pocos los filósofos
y educadores atentos a esas dimensiones del problema pedagógico (el deseo y las
necesidades). Quizá un aporte novedoso sea la consideración analítica y
sistemática de las emociones. Pero sin duda, en las políticas educativas (en
México y en muchos otros países) estos problemas básicos están ausentes y predomina
la idea de que el aprendizaje es algo que se puede imponer, con garrotes o con
zanahorias.
El
reto de la escuela, de los maestros y de la sociedad es lograr que todos los
sectores de la población encuentren en las aulas una educación que les es valiosa.
Los jóvenes provenientes de los sectores económicamente privilegiados saben que
los conocimientos allí adquiridos (y los certificados y títulos), aunados a sus
relaciones sociales y a otros bienes materiales y culturales que poseen, les
garantizan efectivamente un futuro próspero, y en consecuencia ponen empeño en
la escuela. Pero muchos jóvenes provenientes de los sectores mayoritarios, de
condiciones económicas precarias, o menos que precarias, no encuentran sentido
en seguir programas escolares que resultan ajenos a su realidad inmediata, su
tiempo, su lenguaje, su mundo, a su urgencia de sobrevivir. Al abandonar la
escuela no han fracasado, ha fracasado el sistema escolar por no responder a
las necesidades y condiciones de los educandos, por su incapacidad para generar
en ellos una motivación para estudiar que vaya más allá de lo más visible e
inmediato que les presenta el pobre contexto social y cultural que es la
sociedad contemporánea.
La
educación no se da en el vacío. La escuela y sus aulas, y los resultados de sus
trabajos, están compleja y fuertemente relacionados con el exterior. Ninguna
evaluación seria y responsable de las escuelas y los maestros puede prescindir
del contexto social, económico y cultural que los condiciona. Los medios de comunicación
(principalmente prensa, radio y televisión) determinan en gran medida la visión
del mundo, el lenguaje, las relaciones con los otros, deben pues ser
considerados parte del sistema educativo y en ese tenor una de las
responsabilidades del nuevo INEE es evaluar sus efectos en la educación.