Veracruz
llora
Por Luis Gerardo
Martínez García
Veracruz llora y
llueve, se cubre con el manto de la algarabía, la inteligencia, el temple y la
dignidad que le caracteriza; espera sobrio bajo el árbol que aguantó de pie
frente a la fuerza de la tormenta. Veracruz llora sin darse tiempo ahora para
reír, sólo observa cómo pierde sus viejos, sus niños, sus mujeres y sus
enfermos; sólo se da tiempo para pensar en lo que viene, en lo que sucederá
ahora que baje el agua. Veracruz es su gente que llora hoy que llueve.
Veracruz y agua
se funden y confunden en el vaivén de las olas y rachas de viento. Esa agua que
da vida a los veracruzanos y en una pasada arrebató a sus hermanos, seres
queridos que en minutos desaparecieron bajo el río caudaloso que ha estado ahí
por años. Agua cálida del puerto que en instantes enfrió los corazones por
segundos y palideció las esperanzas de los más cercanos. Agua jarocha que
aviva, después del vendaval, la vida participativa del propio y extraño,
sumando toneladas de colaboración y amor.
Jueves veinte del
sexto mes oscurece y enrarece la mañana; día triste para Veracruz en momentos
casi de recuperación. Penúltimo día de la semana que sorprendió por lo
inhabitual del fenómeno. Día nada cabalístico propio para repensarnos como veracruzanos,
gente de lucha, de trabajo, de entrega y de compromiso. 20 del mes que tocó la
puerta a las tantas horas como un día más en la vida del jarocho, día
extraordinario, incomprendido y caótico que en la madrugada tropezó con la
tierra más alegre, entristeciendo a su gente.
Hospitalario el
jarocho como es, dio la bienvenida a la brisa del mar, pero ésta entró sin
consideración y golpeó su rostro radiante. Barry azotó la choza de palma que
llevaba de pie dos décadas o más, resguardando la familia completa con sus
recuerdos y esperanzas. Arrasó con todo la tormenta. No dio tiempo de sacar el
huipil, el paraguas o el sombrero. No dio tiempo al niño de llevar consigo el
juguete, ni al abuelo de agarrar su bastón, ni a la madre de llevar su vida...
Algunos sólo pudieron trepar a la azotea de la casa... otros ni eso... estos
hoy no están con nosotros, están desaparecidos.
El veracruzano
pisa el suelo entre el silencio, confundiendo sus lágrimas con las aguas
saladas del mar que entraron para derribar el puente, cubrir la comunidad
entera, tirar la casa, destruir la siembra y desaparecer la armonía del hombre
solidario y la mujer inteligente y jovial. Ese veracruzano que levanta por lo
menos sus recuerdos porque se quedó sin nada, no está preocupado por la
estadística, el presupuesto o la sigla partidista... está ocupado en ayudar al
otro, buscar a la abuela, limpiar la calle, buscar agua y sobrevivir para
encontrar a los que el río se llevó.
Veracruz lo ha
perdido todo, menos la dignidad. Al rato estará cantando el son jarocho
dedicado a la tormenta que sin miramientos robó las sonrisas del decimista;
mañana escucharemos al son huasteco con falsete llorar de alegría la pena del
costeño que la vive con la cara erguida, retando lo que viene sin saber a ciencia
cierta lo que es.
Veracruz llora
cuando llueve tristeza, de coraje... pero también llora de alegría cuando
llueve porque no se atormenta. Ese es nuestro Veracruz. sinrecreo@hotmail.com