Aprender a ser
José Blanco
De mediados
de diciembre a la fecha he escrito en este espacio 14 artículos (este
incluido), sobre la educación, en sus diversos niveles. Continúo con mis
reflexiones sobre la materia, esta vez surgidas del diálogo por la reforma que
las autoridades de la UNAM, en particular la del CCH Naucalpan, tendrán con
presuntos estudiantes que tomaron la rectoría, cometieron destrozos, y
presuntamente robaron objetos de empleados y trabajadores del edificio de la
rectoría, actos todos ellos constitutivos de delitos.
Es difícil
imaginar ese diálogo bajo las ineludibles condiciones indicadas por el rector
Narro: el diálogo del 9 de mayo será mediante identificación personal y
escolar, y con la información necesaria. Parece claro que previo al diálogo,
las autoridades del plantel tendrán que acordar agenda, forma de trabajo,
número de alumnos participantes. Aquí está la primera dificultad. Los
encapuchados actuaron por su cuenta, no con la representación de los más de 5
mil alumnos del plantel, menos aún con la de los más de 50 mil del CCH. Los
alumnos tendrán que resolver el problema de su representatividad a nivel de
plantel. Suponiendo que los encapuchados lograran la hazaña de constituir una
comisión representativa, les queda el problema de contar con la información
suficiente y actualizada de lo que ocurre en el mundo en la segunda parte del
nivel secundario, que en México llamamos bachillerato o preparatoria. Porque el
problema es la revisión y reforma del plan de estudio ¿no es así?
En 1973 la
Unesco publicó un informe que encargó a Edgar Faure, ex ministro de Educación
de Francia, y a otras seis personas sobresalientes por sus conocimientos sobre
el fenómeno educativo, de diversas partes del mundo. El informe se publicó
posteriormente como libro con el título de Aprender a ser.
Difícilmente
hubo en el siglo XX otra obra de contenido educativo con el impacto sobre la
educación del mundo. En ella se contienen prácticamente todos los temas,
enfoques, métodos, organización, que hoy se debaten como nunca en el pasado, y
que desde su origen fueron resumidos en tres cláusulas: aprender a aprender,
aprender a hacer y aprender a ser; que es, nada menos, el lema del CCH.
De mil
formas se ha dicho en los últimos 20 o 25 años, en todas partes del mudo, que
la universidad ha de dar a sus estudiantes valores, conocimientos y destrezas
profesionales. Una forma operativa del lema referido.
Cuando hoy
discutimos las vías para que la universidad no imparta conocimientos sino
genere aprendizajes, o si lo expresamos diciendo que el proceso de
enseñanza-aprendizaje debe estar centrado en el estudiante, estamos diciendo
que es preciso aprender a aprender. Los estudiantes adquieren aprendizajes
significativos, cuando se los apropian por sí mismos; lo que no ocurre si los
convertimos en sujetos pasivos que oyen al maestro, toman notas, leen alguna
bibliogafía, y procuran retener todo eso para obtener una nota aprobatoria.
Esta es la antipedagogía del siglo XXI. Y es lo que hemos hecho en América
Latina o en España o en Italia, durante dos siglos. Cuando decimos que un
método sobresaliente para alcanzar ese logro es el aprendizaje por
competencias, decimos que ese es un modo altamente eficaz de aprender a
aprender.
¡Ah!, pero
como el mundo hoy está pletórico de desconfianza, quienes no se han adentrado
en estos saberes y en estos debates, si oyen o leen competencias les es
imposible oír un sinónimo de capacidades, aptitudes, destrezas, o pericias,
sino una palabra maldita vinculada con el diablo: el mercado. Por ende creemos
que hablamos de una educación pro empresarial (dicho sea de paso, como si ésta
no fuera necesaria). Psychosocial skills se tradujo como competencias o
habilidades para la vida, referidas a la necesidad de fomentar el desarrollo
personal de los alumnos; fomentar su potencial para disfrutar de una vida
privada y social exitosa, y life skills se tradujo, ya con un sentido ampliado,
como capacidades o competencias que conllevan saberes/habilidades/aptitudes/
know-how, valores, actitudes, comportamientos, para enfrentar exitosamente
contextos y problemas de la vida real privada, social y profesional, así como
situaciones excepcionales (como ya hemos expresado en este espacio).
La
universidad debe dar a sus estudiantes valores. ¿Qué valores? La ONU ha hablado
de valores universales relativos a la dignidad humana y los derechos humanos,
la equidad y el cuidado del medio ambiente. El desarrollo sostenible lleva
estos valores un paso más adelante y los extiende de la generación del presente
a las generaciones del futuro. Pero tenemos muchos más valores que hemos de
contribuir a construir –por supuesto que es posible hacerlo mediante el
aprendizaje por competencias–, como los valores de la democracia, de la
tolerancia, de la admisión efectiva de la pluralidad, de la igualdad de
géneros, de la hospitalidad, de la solidaridad. Cada sociedad tiene un mundo de
valores propios, pero también de antivalores que es preciso corregir. ¡Qué duda
cabe que en México es microscópica la cultura de la legalidad! E inmensa, por
ende, nuestra práctica de la impunidad. Miles de actos de impunidad se cometen
cada día por esa incultura: como romper vidrios y cometer destrozos y robos, y
creer que se tiene derecho a pedir que no se apliquen la leyes generales de la
Republica o los reglamentos particulares de una institución como la
universidad.
Aprender a
hacer. ¿Se puede ser un escritor sin las destrezas o competencias del caso?
¿Sirve para algo un médico o un ingeniero incompetente?