martes, 7 de mayo de 2013


Aprender a ser
José Blanco

De mediados de diciembre a la fecha he escrito en este espacio 14 artículos (este incluido), sobre la educación, en sus diversos niveles. Continúo con mis reflexiones sobre la materia, esta vez surgidas del diálogo por la reforma que las autoridades de la UNAM, en particular la del CCH Naucalpan, tendrán con presuntos estudiantes que tomaron la rectoría, cometieron destrozos, y presuntamente robaron objetos de empleados y trabajadores del edificio de la rectoría, actos todos ellos constitutivos de delitos.

Es difícil imaginar ese diálogo bajo las ineludibles condiciones indicadas por el rector Narro: el diálogo del 9 de mayo será mediante identificación personal y escolar, y con la información necesaria. Parece claro que previo al diálogo, las autoridades del plantel tendrán que acordar agenda, forma de trabajo, número de alumnos participantes. Aquí está la primera dificultad. Los encapuchados actuaron por su cuenta, no con la representación de los más de 5 mil alumnos del plantel, menos aún con la de los más de 50 mil del CCH. Los alumnos tendrán que resolver el problema de su representatividad a nivel de plantel. Suponiendo que los encapuchados lograran la hazaña de constituir una comisión representativa, les queda el problema de contar con la información suficiente y actualizada de lo que ocurre en el mundo en la segunda parte del nivel secundario, que en México llamamos bachillerato o preparatoria. Porque el problema es la revisión y reforma del plan de estudio ¿no es así?

En 1973 la Unesco publicó un informe que encargó a Edgar Faure, ex ministro de Educación de Francia, y a otras seis personas sobresalientes por sus conocimientos sobre el fenómeno educativo, de diversas partes del mundo. El informe se publicó posteriormente como libro con el título de Aprender a ser.

Difícilmente hubo en el siglo XX otra obra de contenido educativo con el impacto sobre la educación del mundo. En ella se contienen prácticamente todos los temas, enfoques, métodos, organización, que hoy se debaten como nunca en el pasado, y que desde su origen fueron resumidos en tres cláusulas: aprender a aprender, aprender a hacer y aprender a ser; que es, nada menos, el lema del CCH.

De mil formas se ha dicho en los últimos 20 o 25 años, en todas partes del mudo, que la universidad ha de dar a sus estudiantes valores, conocimientos y destrezas profesionales. Una forma operativa del lema referido.

Cuando hoy discutimos las vías para que la universidad no imparta conocimientos sino genere aprendizajes, o si lo expresamos diciendo que el proceso de enseñanza-aprendizaje debe estar centrado en el estudiante, estamos diciendo que es preciso aprender a aprender. Los estudiantes adquieren aprendizajes significativos, cuando se los apropian por sí mismos; lo que no ocurre si los convertimos en sujetos pasivos que oyen al maestro, toman notas, leen alguna bibliogafía, y procuran retener todo eso para obtener una nota aprobatoria. Esta es la antipedagogía del siglo XXI. Y es lo que hemos hecho en América Latina o en España o en Italia, durante dos siglos. Cuando decimos que un método sobresaliente para alcanzar ese logro es el aprendizaje por competencias, decimos que ese es un modo altamente eficaz de aprender a aprender.

¡Ah!, pero como el mundo hoy está pletórico de desconfianza, quienes no se han adentrado en estos saberes y en estos debates, si oyen o leen competencias les es imposible oír un sinónimo de capacidades, aptitudes, destrezas, o pericias, sino una palabra maldita vinculada con el diablo: el mercado. Por ende creemos que hablamos de una educación pro empresarial (dicho sea de paso, como si ésta no fuera necesaria). Psychosocial skills se tradujo como competencias o habilidades para la vida, referidas a la necesidad de fomentar el desarrollo personal de los alumnos; fomentar su potencial para disfrutar de una vida privada y social exitosa, y life skills se tradujo, ya con un sentido ampliado, como capacidades o competencias que conllevan saberes/habilidades/aptitudes/ know-how, valores, actitudes, comportamientos, para enfrentar exitosamente contextos y problemas de la vida real privada, social y profesional, así como situaciones excepcionales (como ya hemos expresado en este espacio).

La universidad debe dar a sus estudiantes valores. ¿Qué valores? La ONU ha hablado de valores universales relativos a la dignidad humana y los derechos humanos, la equidad y el cuidado del medio ambiente. El desarrollo sostenible lleva estos valores un paso más adelante y los extiende de la generación del presente a las generaciones del futuro. Pero tenemos muchos más valores que hemos de contribuir a construir –por supuesto que es posible hacerlo mediante el aprendizaje por competencias–, como los valores de la democracia, de la tolerancia, de la admisión efectiva de la pluralidad, de la igualdad de géneros, de la hospitalidad, de la solidaridad. Cada sociedad tiene un mundo de valores propios, pero también de antivalores que es preciso corregir. ¡Qué duda cabe que en México es microscópica la cultura de la legalidad! E inmensa, por ende, nuestra práctica de la impunidad. Miles de actos de impunidad se cometen cada día por esa incultura: como romper vidrios y cometer destrozos y robos, y creer que se tiene derecho a pedir que no se apliquen la leyes generales de la Republica o los reglamentos particulares de una institución como la universidad.

Aprender a hacer. ¿Se puede ser un escritor sin las destrezas o competencias del caso? ¿Sirve para algo un médico o un ingeniero incompetente?