La educación,
rehén político
Por Luis Gerardo
Martínez García
Docente y Escritor
La esperanza de los
pueblos por una vida mejor se centra en la educación.
La posibilidad de crecer cultural y económicamente existe en tanto los sujetos
se reconozcan en colectividad en plenitud de su otredad. Pueblo y educación
se fusionan en su cosmovisión, se crecen en su creación
y se piensan desde su posición. La intención
de educar se enriquece a través del diálogo
y la disposición; se coarta si ambas se limitan o se ausentan
de una proyección.
Los tiempos limitan
los sueños; pareciera que en determinados
periodos históricos estuviesen prohibidos los sueños.
Pero más bien son prohibitivos de las mentes
que domina las esferas determinantes: si no caben en un formato preestablecido,
los sueños pueden esperar... hasta quedar en el
olvido. Lo que algunos aún no comprenden es que estos se hacen
acompañar siempre de la imaginación.
¿Por qué no imaginar una educación
mejor? La imaginación conlleva la creatividad; éstas
se acompañan cuando se piensa algo diferente,
cuando se quiere lograr aquello que se cree digno del pueblo. La imaginación
no necesariamente debe ver de reojo a
un proyecto educativo, por el contrario, debe complementarle para que responda
a las expectativas de mejoramiento, de cambio, de dignidad.
En todo este
entramado que acompaña a nuestros tiempos se respira un
ambiente de incertidumbre y desconfianza. Al no estar presentes la creatividad,
la imaginación, los sueños
ni la esperanza, la educación se convierte en un rehén
político con altos costos en la inteligencia de la colectividad.
Atrapada la educación por las perversidades, los pueblos
estarán sujetados de la forma más
ruin del enfoque reduccionista y fragmentario que responde únicamente
a intereses políticos y a una hegemonía
dominante.
Es de reconocer que
la educación se convirtió
actualmente en presa fácil de sujetos y grupos que buscan el
logro del interés individual; la colectividad no está
en el lenguaje de aquellas mentes escondidas atrás
de un poder fáctico limitativo. Tan es la educación
rehén político de individualidades que se le
mantiene maniatada, vendada, enclaustrada, usada y humillada. En esa oscuridad,
a la educación no se le permite un visto de luz, ni
una migaja de acción, y lo que es peor, la válvula
de oxígeno se le cierra lentamente cada
minuto que corre. Por eso, las individualidades en su afán
protagónico negocian la liberación
de la educación a cambio de prebendas, redituables en
dinero y poder.
Secuestrada la
educación es garantía
de una sociedad sumida en la ignorancia; como rehén
político con dificultad la educación
vivirá la libertad que nuestra sociedad pide a gritos. ¿Pero
quién pide rescate? Para conocer realmente al secuestrador de la
educación, es necesario leer a profundidad los
lenguajes que vivimos en un devenir hermenéutico que no le es ajeno a ningún
sujeto; basta ver con detenimiento los momentos, las circunstancias, los
rostros, las palabras, los movimientos, las miradas y los decires.
¿Quién
puede dar rescate? Todos y ninguno lo podemos dar. Todos porque está
en juego la libertad de la educación y la educación
en libertad. Y ninguno porque el círculo vicioso contra la integridad de
la educación es la forma de vida de perversidades
que se alimentan de tenerla en cautiverio permanentemente.
La educación
puede rescatarse sólo en común-unión,
en tanto la colectividad se la apropie como suya y la construya a partir de
intereses comunes y públicos. Es necesario proceder con
imaginación, con creatividad, con dignidad.
Los sueños
de los pueblos por una mejor educación deben permanecer como los grandes
constructores de aquello (im) posible; con ellos evitaremos que las
perversidades planeen raptos constantes a la educación
que soñamos. La educación
le pertenece a los pueblos, son ellos quienes deben participar de su di-sueño
y de su rescate para que no vuelva a ser rehén
político (ambos, educación-pueblo).