viernes, 17 de mayo de 2013


La educación, rehén político
Por Luis Gerardo Martínez García
Docente y Escritor


La esperanza de los pueblos por una vida mejor se centra en la educación. La posibilidad de crecer cultural y económicamente existe en tanto los sujetos se reconozcan en colectividad en plenitud de su otredad. Pueblo y educación se fusionan en su cosmovisión, se crecen en su creación y se piensan desde su posición. La intención de educar se enriquece a través del diálogo y la disposición; se coarta si ambas se limitan o se ausentan de una proyección.

Los tiempos limitan los sueños; pareciera que en determinados periodos históricos estuviesen prohibidos los sueños. Pero más bien son prohibitivos de las mentes que domina las esferas determinantes: si no caben en un formato preestablecido, los sueños pueden esperar... hasta quedar en el olvido. Lo que algunos aún no comprenden es que estos se hacen acompañar siempre de la imaginación. ¿Por qué no imaginar una educación mejor? La imaginación conlleva la creatividad; éstas se acompañan cuando se piensa algo diferente, cuando se quiere lograr aquello que se cree digno del pueblo. La imaginación no necesariamente debe ver de reojo a un proyecto educativo, por el contrario, debe complementarle para que responda a las expectativas de mejoramiento, de cambio, de dignidad.

En todo este entramado que acompaña a nuestros tiempos se respira un ambiente de incertidumbre y desconfianza. Al no estar presentes la creatividad, la imaginación, los sueños ni la esperanza, la educación se convierte en un rehén político con altos costos en la inteligencia de la colectividad. Atrapada la educación por las perversidades, los pueblos estarán sujetados de la forma más ruin del enfoque reduccionista y fragmentario que responde únicamente a intereses políticos y a una hegemonía dominante.

Es de reconocer que la educación se convirtió actualmente en presa fácil de sujetos y grupos que buscan el logro del interés individual; la colectividad no está en el lenguaje de aquellas mentes escondidas atrás de un poder fáctico limitativo. Tan es la educación rehén político de individualidades que se le mantiene maniatada, vendada, enclaustrada, usada y humillada. En esa oscuridad, a la educación no se le permite un visto de luz, ni una migaja de acción, y lo que es peor, la válvula de oxígeno se le cierra lentamente cada minuto que corre. Por eso, las individualidades en su afán protagónico negocian la liberación de la educación a cambio de prebendas, redituables en dinero y poder.

Secuestrada la educación es garantía de una sociedad sumida en la ignorancia; como rehén político con dificultad la educación vivirá la libertad  que nuestra sociedad pide a gritos. ¿Pero quién pide rescate? Para conocer realmente al secuestrador de la educación, es necesario leer a profundidad los lenguajes que vivimos en un devenir hermenéutico que no le es ajeno a ningún sujeto; basta ver con detenimiento los momentos, las circunstancias, los rostros, las palabras, los movimientos, las miradas y los decires.

¿Quién puede dar rescate? Todos y ninguno lo podemos dar. Todos porque está en juego la libertad de la educación y la educación en libertad. Y ninguno porque el círculo vicioso contra la integridad de la educación es la forma de vida de perversidades que se alimentan de tenerla en cautiverio permanentemente.

La educación puede rescatarse sólo en común-unión, en tanto la colectividad se la apropie como suya y la construya a partir de intereses comunes y públicos. Es necesario proceder con imaginación, con creatividad, con dignidad.

Los sueños de los pueblos por una mejor educación deben permanecer como los grandes constructores de aquello (im) posible; con ellos evitaremos que las perversidades planeen raptos constantes a la educación que soñamos. La educación le pertenece a los pueblos, son ellos quienes deben participar de su di-sueño y de su rescate para que no vuelva a ser rehén político (ambos, educación-pueblo).