La
difusión del conocimiento científico
como política pública
Javier
Flores
Difundir
el conocimiento científico entre la población es una de las tareas de la mayor
importancia para nuestro país. México se caracteriza por bajos niveles
educativos, como lo han mostrado reiteradamente las evaluaciones
internacionales, y posibilidades restringidas en amplios sectores de la
población para acceder a la educación formal. A esto habría que sumar un escaso
número de instituciones científicas y de investigadores en relación con el
tamaño de la población y de la economía.
Si
bien desde hace tiempo y en distintos espacios se han planteado algunos de los
beneficios que tiene la comunicación de la ciencia entre el público no
especializado, hay algunos efectos de esta actividad que tienen particular
importancia. Me interesa resaltar algunos de ellos, como su papel educativo,
pues al insertarse en el vasto territorio de la educación no formal, rompe las
barreras impuestas para el acceso a las aulas. De este modo la población no
especializada sin distingos de edad o condición socioeconómica puede estar al
tanto de los progresos alcanzados en los distintos campos del conocimiento
científico y tecnológico en México y el mundo.
La
democratización de este conocimiento tiene efectos positivos muy variados que
se traducen en el mejoramiento de la calidad de vida pues, por ejemplo, una
persona informada en el campo de biomedicina puede actuar, mucho mejor que
alguien que no lo está, en la prevención de las enfermedades, cuestionar o
intervenir en los tratamientos médicos y en su caso en la rehabilitación, lo
que garantiza una vida más saludable para ella y su familia. También puede
entender mucho mejor los problemas relacionados con el abastecimiento del agua
y los efectos del cambio climático y participar activamente en el cuidado y
preservación del medio ambiente, entre muchos otros temas, además de disfrutar
del placer que brinda el conocimiento.
Una
sociedad informada sobre las formas de proceder y los resultados de la
investigación científica, está mejor capacitada para participar activamente en
la toma de decisiones sobre los temas que afectan su vida y su país, a partir
de opiniones sustentadas en criterios objetivos y racionales, despojadas de
prejuicios y dogmas.
Estas
son algunas de las razones por las cuales, incluir a la difusión del
conocimiento dentro de las prioridades en las políticas públicas de ciencia y
tecnología, tiene hoy especial importancia para México.
Por
ello cobra relevancia el proyecto de decreto aprobado recientemente por el
Senado de la República por el que se reformaría la Ley Orgánica del Consejo
Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), al cual me referí en este mismo
espacio la semana pasada, pues es un primer paso en la dirección apuntada. No
voy a repetir cosas a las que ya hice referencia en ese texto, sino agregar
otras que han surgido de preguntas que han formulado algunos colegas y amigos
sobre este tema.
Una
reforma como la citada tendría efectos muy importantes sobre las actividades
del Conacyt, pues este organismo concentra aproximadamente 40 por ciento del
gasto nacional en ciencia y tecnología y es el ejecutor de las políticas
públicas en esta materia. La modificación legal plantea que ese consejo deberá
emprender acciones que promuevan y fortalezcan la divulgación científica entre
los investigadores y las organizaciones de la sociedad civil (como las
academias y sociedades científicas, por ejemplo). Lo anterior abre interrogantes
sobre las formas para orientar el trabajo de los científicos hacia la
divulgación, lo que justifica la pregunta sobre posibles modificaciones en el
Sistema Nacional de Investigadores, para dotar de un mayor peso a la difusión
del conocimiento entre sus criterios de evaluación, por ejemplo.
Entre
los efectos potenciales de la reforma, (que hoy se encuentra bajo el escrutinio
de los diputados), también se encuentra la asignación de fondos para promover y
fortalecer la divulgación científica. En este sentido dar mayor importancia a
esta tarea, no sería algo oneroso, pues si bien sería necesario destinar
partidas a la difusión de la ciencia, no serían de la magnitud que se requiere
para los proyectos científicos y tecnológicos vistos en conjunto. En otras
palabras, divulgar la ciencia no cuesta lo mismo que armar un colisionador de
hadrones. Una idea que puede ayudar en este objetivo, sería destinar un
porcentaje de los apoyos que otorga este organismo para que los destinatarios
de los mismos los empleen de manera obligatoria a la divulgación de sus propios
resultados entre la sociedad.
Esta
reforma puede tener efectos muy positivos para el país, pues llevaría a todas
las instituciones de educación e investigación a valorar esta tarea y reconocer
además el importante papel que desempeñan los profesionales en la divulgación
de la ciencia y la tecnología.
La
reforma podría dar la impresión de que con ella se obliga al Conacyt a algo que
a lo mejor no quiere. Pero esto no es así. Tanto el director general de este
organismo, como algunos de sus más altos funcionarios se han manifestado por
este propósito. De hecho, desde su toma de posesión, el doctor Enrique Cabrero
manifestó su propósito de avanzar hacia una sociedad del conocimiento y entre
sus colaboradores más cercanos, me consta, hay personas convencidas de la
importancia de la divulgación de la ciencia que han sido incansables promotores
de la misma, lo cual es totalmente coherente, pues si no ¿cómo transformar a
México en una sociedad del conocimiento... sin la sociedad?