jueves, 2 de mayo de 2013


UNAM: un triunfo de la prudencia
Humberto Musacchio

La ocupación de la Rectoría de la UNAM suscitó una muy legítima preocupación en amplios sectores de la sociedad, pero también un estruendoso coro que pedía, como en los viejos tiempos del régimen priista, la aplicación inmediata de la fuerza para desalojar el edificio y poner en la cárcel a los muchachos que salieran vivos.

Otra vez, como siempre que se expresa por vías heterodoxas el malestar de algún sector universitario, se escuchó el potente rugido de quienes exigen la mayor dureza contra los inconformes, a los que desde luego descalifican mediante el fácil expediente de colgarles etiquetas: antiuniversitarios, delincuentes, porros y otras lindezas. Es la derecha de siempre, que ante su incomprensión de los fenómenos sociales suele escupir adjetivos que ofenden, pero no definen.

Hay que celebrar la prudencia de las autoridades universitarias, que sin faltar a sus deberes con el patrimonio puesto bajo su custodia, interpusieron las denuncias procedentes, pero insistieron en la búsqueda de una salida sin violencia ante los hechos. Como es obvio, una solución de fuerza por parte del rector José Narro hubiera dado pretexto a quienes quisieran verlo fuera de la UNAM.

Destaca, entre las posiciones manifestadas en estos días, el desplegado que firmaron cinco ex rectores de la UNAM, documento lamentable en el que no se intentó siquiera analizar las causas del problema, sino que simplemente demandó atacar su expresión última.

El desplegado menciona el daño a la casa de estudios y la presunta ofensa a la sociedad mexicana, viejo argumento con que se descalificó a los trabajadores universitarios que desde 1929 hasta 1972 intentaron, una y otra vez, formar un sindicato ajeno a las autoridades. El documento no lo firma el ex rector Pablo González Casanova, pero es imposible olvidar que es él quien en 1973 prefirió renunciar antes que reconocer al STEUNAM.

De los firmantes, algunos carecen de autoridad moral para lanzar condenas. Es el caso de Guillermo Soberón, quien para combatir el surgimiento de sindicatos independientes de las autoridades, auspició exitosamente la creación de las AAPAUNAM, un sindicato charro que contó con dinero, propaganda y diversas formas de apoyo de las autoridades universitarias y federales, que actuaron unidas en la organización de acarreos, cochupos y presiones en favor de los charros “académicos”.

En 1977, cuando el SPAUNAM —sindicato académico independiente— se fusionó con el STEUNAM y fue a la huelga en demanda de contrato colectivo, la Junta Local de Conciliación y Arbitraje declaró ilegal la huelga y a solicitud de Soberón entraron a la Ciudad Universitaria ¡14 mil policías! a desalojar a los huelguistas y llevar a decenas de ellos a la cárcel. Por tan relevante actuación represora, el régimen priista premió al comandante Soberón con la Secretaría de Salud y lo elevó a los altares como un santón dizque científico.

Hay más, mucho más que decir de la actuación de algunos ex rectores que lesionaron gravemente a la Universidad y su autonomía, como Francisco Barnés, que por elevar las anticonstitucionales cuotas causó un conflicto al que dieron “solución” dos mil policías. Por todo esto, no es posible creer en la sinceridad de quienes llamaron a evitar que se infligieran a la UNAM, “una vez más, severos daños morales, físicos y económicos”, lo que debe entenderse como un alegato a favor del inmovilismo. La grandeza de la UNAM está en su capacidad para procesar los conflictos y superar sus contradicciones. Una vez más lo ha demostrado.
*Periodista y autor de Milenios de México