UNAM: un triunfo de la
prudencia
Humberto
Musacchio
La ocupación
de la Rectoría de la UNAM suscitó una muy legítima preocupación en amplios
sectores de la sociedad, pero también un estruendoso coro que pedía, como en
los viejos tiempos del régimen priista, la aplicación inmediata de la fuerza
para desalojar el edificio y poner en la cárcel a los muchachos que salieran
vivos.
Otra vez,
como siempre que se expresa por vías heterodoxas el malestar de algún sector
universitario, se escuchó el potente rugido de quienes exigen la mayor dureza
contra los inconformes, a los que desde luego descalifican mediante el fácil
expediente de colgarles etiquetas: antiuniversitarios, delincuentes, porros y
otras lindezas. Es la derecha de siempre, que ante su incomprensión de los
fenómenos sociales suele escupir adjetivos que ofenden, pero no definen.
Hay que
celebrar la prudencia de las autoridades universitarias, que sin faltar a sus
deberes con el patrimonio puesto bajo su custodia, interpusieron las denuncias
procedentes, pero insistieron en la búsqueda de una salida sin violencia ante
los hechos. Como es obvio, una solución de fuerza por parte del rector José
Narro hubiera dado pretexto a quienes quisieran verlo fuera de la UNAM.
Destaca,
entre las posiciones manifestadas en estos días, el desplegado que firmaron
cinco ex rectores de la UNAM, documento lamentable en el que no se intentó
siquiera analizar las causas del problema, sino que simplemente demandó atacar
su expresión última.
El
desplegado menciona el daño a la casa de estudios y la presunta ofensa a la
sociedad mexicana, viejo argumento con que se descalificó a los trabajadores
universitarios que desde 1929 hasta 1972 intentaron, una y otra vez, formar un
sindicato ajeno a las autoridades. El documento no lo firma el ex rector Pablo
González Casanova, pero es imposible olvidar que es él quien en 1973 prefirió
renunciar antes que reconocer al STEUNAM.
De los
firmantes, algunos carecen de autoridad moral para lanzar condenas. Es el caso
de Guillermo Soberón, quien para combatir el surgimiento de sindicatos
independientes de las autoridades, auspició exitosamente la creación de las
AAPAUNAM, un sindicato charro que contó con dinero, propaganda y diversas
formas de apoyo de las autoridades universitarias y federales, que actuaron
unidas en la organización de acarreos, cochupos y presiones en favor de los
charros “académicos”.
En 1977,
cuando el SPAUNAM —sindicato académico independiente— se fusionó con el STEUNAM
y fue a la huelga en demanda de contrato colectivo, la Junta Local de
Conciliación y Arbitraje declaró ilegal la huelga y a solicitud de Soberón
entraron a la Ciudad Universitaria ¡14 mil policías! a desalojar a los
huelguistas y llevar a decenas de ellos a la cárcel. Por tan relevante
actuación represora, el régimen priista premió al comandante Soberón con la
Secretaría de Salud y lo elevó a los altares como un santón dizque científico.
Hay más,
mucho más que decir de la actuación de algunos ex rectores que lesionaron
gravemente a la Universidad y su autonomía, como Francisco Barnés, que por
elevar las anticonstitucionales cuotas causó un conflicto al que dieron
“solución” dos mil policías. Por todo esto, no es posible creer en la
sinceridad de quienes llamaron a evitar que se infligieran a la UNAM, “una vez
más, severos daños morales, físicos y económicos”, lo que debe entenderse como
un alegato a favor del inmovilismo. La grandeza de la UNAM está en su capacidad
para procesar los conflictos y superar sus contradicciones. Una vez más lo ha
demostrado.
*Periodista
y autor de Milenios de México