Calidad de la educación:
¿meta o sueño?
SYLVIE DIDOU
AUPETIT
Acabo de
leer el apartado del Plan Nacional de Desarrollo (PND) 2013-2018 dedicado a la
educación, denominado “México con educación de calidad”. Por reiterativo, le
título me sorprende: es obvio que el país necesita una educación de calidad y
que está muy lejos de tenerla y de obtenerla. Pero, desde hace 20 años, sexenio
tras sexenio, los programas nacionales de desarrollo sacrifican al rito y
enuncian esa evidencia, sin lograr concretarla. La urgencia desgraciadamente se
ha transformado en una cantinela y en una muletilla de una retórica vacía.
¿Cómo
avanzar hacia una educación de calidad? Primero, tendríamos que aceptar el principio
de realidad y los limitantes que acarrea, en términos de lo que es razonable y
factible hacer, en un plazo de cinco años, para dejar semillas de cambio a
largo plazo. Eso implicaría un diagnostico jerarquizado de problemas y una
definición de soluciones, quizás no muy vistosas pero susceptibles de ser
medidas y cuyas potencialidades de transformación puedan ser monitoreadas. Por
lo pronto, el PND no presenta un balance pormenorizado de la situación ni
estrategias precisas de cambio; esperemos que esas dimensiones sean incluidas
en el Programa Sectorial de Educación.
Segundo,
requeriríamos análisis en profundidad y argumentados sobre los problemas
principales de cada nivel educativo pero también sobre su contribución a la
problemática general del sistema de educación en México. Me llamó la atención
el ejemplo de la Ingeniería. Deplorando una vez más los sesgos bien conocidos
entre carreras de alta y baja demanda, los redactores del PND mencionan los
porcentajes desiguales de matrícula por áreas disciplinarias. Sugieren, como
respuesta a esos desequilibrios, una mayor efectividad del sistema de
orientación vocacional. La orientación es sólo un elemento, quizás el más
anodino, de una problemática compleja: aun en una mayoría de los países
desarrollados, hay pocos estudiantes en ingeniería. A escala nacional, el
déficit relativo de estudiantes en ingeniería depende de las carencias que los
alumnos arrastran desde la educación básica, como lo indican los resultados del
PISA. Incluso en el nivel superior, los estudiantes, con demasiada frecuencia,
no escriben con propiedad y carecen de habilidades mínimas de razonamiento
lógico, verbal y matemático, aunque hayan transitado apaciblemente en los
niveles sucesivos del sistema. Mientras no tengamos más estudiantes con una
sólida formación en matemáticas, aunque mejoremos la orientación, seguiremos
teniendo pocos ingenieros.
Al respecto,
como lo recomienda el PND, es importante re-articular el sistema educativo pero
no como un procedimiento formal o burocrático sino reorganizando la malla
curricular y atribuyendo responsabilidades en torno al cumplimiento efectivo de
los objetivos de aprendizaje de los alumnos, en cada nivel. Si no logramos que
cada uno de los actores involucrados en el sistema educativo cumpla con sus
responsabilidades individuales y colectivas, seguiremos en lo mismo, es decir
en una cosmética del cambio caracterizada por paliativos, no por remedios.
Me inquieta
el énfasis puesto, a lo largo del texto del PND, en las nociones de celeridad y
de velocidad de los cambios, cuya justificación sólo estriba en la constatación
de brechas con respecto de países desarrollados, con otras historias y otros
contextos. Como ejercicio de memoria, acuérdense que, en educación superior,
esas mismas brechas las llamábamos asimetrías, cuando el país negociaba el
Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, en el lejano año 1993.
Salvo una intervención divina, México no tendrá, ni mañana, ni en un
quinquenio, los indicadores de calidad de Finlandia. Pero, en lugar de una
carrera haca la “nivelación” internacional (bastante irracional ya que nos
impide vernos a nosotros mismos), démonos el indispensable lujo de reflexionar
sobre nuestros problemas, para proceder a destrabar los más graves y poner
manos a la obra. Un solo ejemplo. Dice el PND que el número de doctores es
insuficiente. Sí lo es. Pero, ¿en qué vivero podemos reclutar candidatos a
doctores que tengan los conocimientos y las habilidades imprescindibles para
seguir estudios de ese nivel? O bien ¿será que se pretende que, por alcanzar un
indicador formal de aumento del porcentaje de doctores titulados entre los
egresados, debamos sacrificar cínicamente la calidad del proceso de formación e
hipotecar el futuro?