jueves, 2 de mayo de 2013


José Sarukhán
Fernando Serrano Migallón

Dice el viejo refrán, “deme Dios contienda, con quien me entienda”; no es extraño que los mexicanos no estemos del todo al tanto de la existencia de la diáspora armenia, de su genocidio, el primero del siglo XX, de una brutalidad inusitada; me parece lamentable que no tengamos más información y que no seamos más sensibles al tema, pero es explicable; me parece triste, pero incluso normal la indiferencia de la mayoría de los ciudadanos frente al monumento a Heydar Aliyev en Paseo de la Reforma, deberíamos saber más de muchas cosas, pero se trata de un siniestro personaje del que no teníamos mucha información de este lado del mundo; pero que un diplomático —cuya tarea no es sólo defender los intereses de su país sino fomentar la amistad entre su pueblo y el nuestro— denoste a uno de nuestros intelectuales, que descienda a nivel de la cafetería y el estadio para tratar un tema tan terrible como un genocidio y que, fuera de toda proporción y medida, enfrente las visiones de tres naciones: México, Armenia y Azerbaiyán, sólo por la frustración de no poder mantener la estatua de un dictador campeando en la principal avenida de la Ciudad de México, eso es ya demasiado.

José Sarukhán no necesita que nadie lo defienda; su compromiso como mexicano quedó más que patente en su magnífico rectorado en la UNAM, su capacidad tampoco necesita fiadores, sin duda —no lo dice, pero es parte de un equipo de científicos laureado con el Premio Nobel— se trata de una de las inteligencias más brillantes de nuestro país. Sencillo, sereno, como todo hombre culto, e incisivo y preciso como todo hombre inteligente, Sarukhán se atrevió a opinar sobre un tema que conoce y que conoce bien, que lamentablemente conoce muy bien porque afectó a gran parte de su familia y es, en cierto modo, la causa próxima de que sea mexicano y de los mejores: el genocidio armenio y la situación del Nagorno Karabaj. Y digo se atrevió porque, aunque en México no se necesita permiso de nadie para dar una opinión, y una manifestación de ideas viniendo de alguien tan acreditado como Sarukhán es siempre digna de escucha; no podríamos sino intuir que alguien que desea con ardor que un dictador sea homenajeado no puede sino pensar en términos de dictadura.

Lo más ridículo, lo más enfadoso y penoso es que los argumentos del embajador de Azerbaiyán lindan con la majadería de la ignorancia y con la soberbia del prejuicio; “siendo Sarukhán de ascendencia armenia esto no me sorprende”, lo que sorprendería al señor Mukhtarov si se hubiera tomado el cuidado de averiguar quién es José Sarukhán, de la capacidad de diálogo como científico y como universitario que caracterizan a nuestro antiguo rector; pero no sólo eso, si se tomara el cuidado de ser menos visceral, tal vez se sorprendería de saber que el origen étnico de las personas no determina sus razonamientos ni sus argumentos.

Desde luego que cuando llegamos a afirmaciones como “preguntarle a Sarukhán sobre un monumento a Jodyalí es como preguntarle a Himmler sobre un monumento al Holocausto”, entonces sí que nos hemos quedado mudos; la desproporción es de tal magnitud, el ánimo de ofender es tan evidente, que uno no puede sino contemplar cómo un representante diplomático se puede atrever a tanto, si tiene idea de lo que dice o si reacciona tal y como lo haría su líder Aliyev, descalificando y anulando a todo aquel con el que no comparta su punto de vista; eso sí que es memoria selectiva. Es verdad que ningún texto es tan malo que no se pueda aprender algo de él, gracias al señor Mukhtarov, aprendimos que en armenio, el apellido de don José se pronuncia “Sarukhanyan”. Gracias por la aportación, su excelencia.
*Profesor de la Facultad de Derecho de la UNAM
fserranomigallon@yahoo.com.mx