Maestros:
expectativas y esperanzas
DAVID
CALDERÓN
No es
fácil ser maestro. En la profesión docente, como otras vocaciones de servicio,
hay que lidiar cotidianamente con altas expectativas. De ella, de él se espera
integridad, perseverancia, logro constante. Se espera que alcance objetivos generales
y también que sepa resolver multitud de peripecias cotidianas. Se espera que,
al contacto con ella o con él, las personas alcancen una situación
objetivamente mejor de la que tenían anteriormente. De la convivencia
cotidiana, al final de un determinado ciclo, esperamos que sus alumnos resulten
fortalecidos, empoderados, habilitados: que desarrollen su talento y su
imaginación, que hablen y escriban mejor, que entiendan mejor su mundo interno
y el mundo que les rodea, que tengan pistas y destrezas para solucionar
problemas, para aprovechar oportunidades, para perseguir las metas que cada
una, cada uno, se proponga.
Una
persona que nos muestre caminos donde veíamos barreras, nos ofrezca orden y
sentido donde sólo captábamos datos aislados y explicaciones vagas, que nos
exija para lograr en nosotros rasgos positivos que, sin cultivo, se iban a
quedar en meras posibilidades o anhelos sin sustento. Y además queremos que lo
haga con entusiasmo, con sensibilidad; que vea a cada alumna como a su hija, que
la trate con consideración, con compasión ante los errores y con ánimo ante los
eventuales fracasos; una persona que sea cercana sin ser invasiva, comprensiva
sin ser laxa, disciplinada sin ser áspera.
¿Y se
puede todo? Muchas veces sí. Todas y todos tenemos en nuestra historia personal
una estela de maestros que nos marcaron. Lupita, mi titular de sexto año en la
primaria pública, me mandó de regreso con una maqueta de la imprenta de
Gutenberg que se veía bien, según yo; pero ella me conminó a ofrecerles a mis
compañeros algo mejor, algo que replicara el funcionamiento del torno, para que
no fuera sólo una ilustración a mi discursito sobre la prensa de tipos móviles,
sino que explicara el avance tecnológico con una aplicación práctica. Regresé
con un modelo que replicaba el funcionamiento, y la satisfacción de que podía
más. Mi director, Wilfrido, me llevó a su oficina y me retó a hacer mi primer
artículo periodístico, para después dejarme usar el flamante risógrafo que
llegó a mi secundaria de parte del gobierno del Estado, para imprimirlo. Mi
maestra de historia en preparatoria, Rosy, nos acompañó tardes enteras a la
biblioteca del Museo Nacional de Antropología, para enseñarnos en la práctica a
usar el fichero, a identificar referencias bibliográficas y a citar
adecuadamente las fuentes. Mi maestro de frenos en el profesional técnico,
Álvaro, me enseñó a calibrar con precisión milimétrica, mientras hablaba de
Pascal y cómo cambió la historia con el principio de los líquidos que no se
comprimen. Mi maestra de Siglo XVII y XVIII en la Facultad de Filosofía y
Letras de la UNAM, Ana María, me hizo enamorarme de Kant y de la idea de que
los filósofos cumplen su papel cuando son también activistas para el cambio
social. Cada uno puede contar una historia luminosa de quienes nos conocieron
limitados y, por su acción concreta, cuando nos despedimos de ellos, nos
entregaron una mejor versión de nosotros mismos.
Algo
que me enseñaron maestras y maestros de verdad -porque los tuve también
improvisados, temerosos, renuentes o negligentes- es que no bastan los deseos
genéricos: hay que poner manos a la obra, usar el conocimiento objetivo más
acreditado por la evidencia, entender las condiciones materiales. Para hacer
las cosas bien, no se pueden hacer de cualquier manera; es tener expectativas
con falsas esperanzas.
La
esperanza verdadera pasa por revisar la estructura salarial completa del
magisterio, que hoy está repleta de opacidad e inequidad, subiendo los salarios
de base y recortando las comisiones no educativas; renovar las Normales, esas
menos de 500 escuelas de las que depende en gran medida lo que pueda pasar en
las más de 240 mil escuelas de educación básica del país; construir una
evaluación sólida y multifactorial, en donde el contexto no se use de pretexto,
sino de verdadero ajuste; en donde la formación y el refuerzo sean más procesos
colectivos y tutorías focalizadas y menos cursos genéricos; establecer un
Servicio Profesional Docente que dé certeza y prestigio, superando el
caciquismo verboso y controlador que se basa en la inseguridad y premia el
servilismo. Eso es ligar expectativas a esperanzas verdaderas; eso es mostrar
gratitud con los que tanto nos dieron.
Director
general de Mexicanos Primero y miembro del consejo editorial de Educación a
Debate
davidc@mexicanosprimero.org
/ @DavidResortera