Entre
el Mofle y Paula
MANUEL MARTÍNEZ
MORALES -
Es posible rastrear el origen de la fiebre por implantar “nuevos modelos
educativos” y ubicarlo hacia el último tercio de la década de los 50. Más
precisamente fue en 1957 cuando el gobierno estadounidense lanzó la campaña
mediática conocida como “El shock del sputnik” (Sputnik Shock), que partía de
una supuesta inferioridad de los Estados Unidos con respecto al bloque
socialista debido a que los rusos habían logrado colocar en órbita un satélite
tripulado por un cosmonauta. Hecho que convenció a los estadounidenses de su
retraso en cuanto al desarrollo científico y tecnológico que los colocaba en
una inferioridad económica, política y militar con respecto a sus “enemigos”.
Esta premisa implicaba la inferioridad del sistema educativo estadounidense, lo
cual despertó esfuerzos hacia una transformación planificada de dicho sistema,
orientada hacia el desarrollo de lo que ahora, en el Modelo Integral y Flexible
(Mofle) y en el Proyecto Aula (Paula), se denominan “competencias”.
También, por sugerencia de los padres del neoliberalismo, Friedrich
Hayek y Milton Friedman, en los 60 se propusieron que los estudiantes fueran
considerados “clientes” del sistema educativo, visto éste como un proveedor del
servicio educativo (¿remember Paula?). Cabe decir que estas propuestas, si bien
aplicadas limitadamente enfrentaron un buen número de críticas por parte de
especialistas en educación y tuvieron un efecto en la enseñanza de la ciencia,
como comentaremos más adelante. (J. Oelkers:
Democracy and Education: About the Future of a Problem; Studies in Philosophy
an Education, 19, 3-19, 2000)
Por otra parte, desde finales de la Segunda Guerra Mundial ya existía en
los Estados Unidos una creciente preocupación por modificar su sistema
educativo orientándolo no sólo hacia una mayor formación de técnicos y
científicos, sino para que el ciudadano en general adquiriese lo que conocemos
como “alfabetización científica” (scientific literacy). El Comité Presidencial
para la Investigación, establecido en 1947 para estudiar las actividades de
investigación y desarrollo y los programas para la formación de científicos,
aseveraba: “La seguridad y prosperidad de los Estados Unidos dependen hoy en
día, como nunca antes, de la acelerada difusión del conocimiento científico.
Tan importante es este punto que puede decirse, sin exageración, que de éste
depende la sobrevivencia de la nación.” (G. E. DeBoer: Scientific Literacy: Another Look at its Historical and
Contemporary Meanings and its Relationship to Science Education Reform. Journal of Research
in Science Teaching; Vol. 37, Núm. 6, 582-601, 2000)
Es decir, en los Estados Unidos desde hace décadas se discuten las
bondades y ventajas –con respecto a sus particulares intereses geopolíticos– de
los diversos modelos educativos, que incluyen en forma importante la relación
entre ciencia y democracia, la enseñanza de las ciencias y también la relación
entre ciencia y sociedad, esto es la alfabetización científica; temas hasta
ahora, en mi opinión, relegados tanto en el Mofle como en Paula.
Resulta entonces que lo que desde hace 15 años se nos ha tratado de
vender en la Universidad Veracruzana como grandes innovaciones educativas –el
Mofle y Paula– no son más que versiones refriteadas de reformas educativas ya
intentadas en otras naciones y bajo condiciones muy distintas a las que vivimos
en el México del presente. Y no hablemos de la grave inconsecuencia que resulta
de no haber establecido, desde que estos proyectos se iniciaron, mecanismos
para una evaluación continua de su impacto, particularmente en lo referente al
desempeño académico de los estudiantes. Hasta la fecha no hay estudios
fidedignos que demuestren que el Mofle o Paula realmente sean benéficos
académicamente para los estudiantes, comparados con lo que ahora se denomina el
modelo tradicional.
En lo que se refiere a Paula, resulta que tampoco es una novedad, pues
el mismo esquema se ha implantado en otros países (con intenciones no muy
claras, en mi opinión) y parece ser que sin mucho éxito. Uno de los puntales de
Paula es el pensamiento complejo según lo definen Edgar Morin y sus seguidores.
Pero este esquema ya se experimentó en Colombia, respecto a lo cual Pablo
Arango afirma lo siguiente: “(a partir del supuesto) que la necesidad
fundamental de nuestras academias era 'la investigación interdisciplinaria, el
pensamiento complejo y sistémico' prendió mi alarma. No porque no supiera ya
que el pensamiento complejo y sus males colaterales (el pensamiento sistémico y
la interdisciplinariedad, que después de un breve examen resultan indistinguibles
entre sí) son enfermedades peligrosas, sino porque, si don Mario Calderón (el
propulsor del proyecto) había sucumbido, estábamos ante una epidemia y,
probablemente, ante el catastrófico triunfo de la peste. ”ntonces elaboré dos
hipótesis: o a don Mario Calderón le estaba dando mal de alzheimer, o eran las
universidades y el mundo académico en general los que estaban en mal estado, y
a reliquias como don Mario no les quedaba más remedio, si querían hacerse oír,
que usar el nuevo léxico sintomático. Opté por esta última, pues ese mismo día
hablé con don Mario y, exceptuando las referencias alucinadas a la complejidad,
su mente estaba casi en perfecto estado.
”Surgió en mí la absurda esperanza de que un artículo crítico pudiera
contribuir, si no a erradicar el virus (lo cual quizás sea imposible), por lo
menos sí a frenar su expansión y, quién sabe, a inmunizar algún lejano rincón.
Decidí, pues, meterle la mano a la cepa original, a las ideas de Edgar Morin.
Las referencias a este 'pensador' aparecen en todas partes y, sobre todo, en
las propuestas para reformar las universidades en Colombia y América Latina. En
particular, el documento Los siete saberes necesarios para la educación del
futuro, un trabajo encargado por la Unesco, se ha constituido en uno de los
pilares de las reformas curriculares de los últimos años. El tono de las
propuestas de Morin y sus seguidores es grandilocuente y da la impresión de que
estamos asistiendo a una verdadera revolución filosófica y científica. Por
ejemplo, al final de su tratado en cuatro tomos, dice:
'Final y fundamentalmente, necesitamos que se cristalice y arraigue un
paradigma de complejidad. Todo esto no es únicamente un problema profesional
para filósofos y epistemólogos. El problema cognitivo es el problema cotidiano
de todos y cada uno. Su importancia política, social e histórica resulta
decisiva. Esto es lo que da un sentido, reconozco que desmesurado, a la misión
que me he encomendado' (El método IV, Cátedra, 1992, p. 256).
”Tenemos aquí un raro momento de lucidez en el que nuestro pensador
parece darse cuenta de la desproporción de sus pretensiones. Pero no nos
llamemos a engaño, lo que Morin quiere decir es que la tarea en la que se ha
embarcado es tan enorme y trascendental que un único hombre, por genial que
sea, no puede realizarla (uno de los innumerables sitios de internet dedicado a
Morin, tiene como eslogan: “Edgar Morin. El pensador planetario de las
luciérnagas luminosas”).
”Lo primero que llamó mi atención fue que, siendo tan obvio el problema
y, por tanto, la solución, en las universidades colombianas casi todas las
propuestas de reforma partieran de abstrusos problemas filosóficos. Nuestras
universidades tienen en general cuatro deficiencias básicas: profesores y
estudiantes de regular calidad, y una pésima dotación de bibliotecas y
laboratorios. Pero, en lugar de enfrentar estas carencias elementales, nos
dedicamos a realizar la revolución epistemológica del “nuevo paradigma de la
complejidad…” (Pablo Arango: Contra el pensamiento complejo, El Malpensante,
Núm. 99, julio 2009: www.elmalpensante.com)
Volviendo al caso de la Universidad Veracruzana, puedo resumir mi
postura adversa al Mofle y Paula basado en las siguientes consideraciones:
1.-No se elaboró un diagnóstico concreto y preciso sobre la operación y
resultados (expresados en datos duros) del llamado modelo tradicional, del que
se desprendiera y justificara la propuesta del Mofle y Paula.
2.-No se realizó un estudio de viabilidad de las nuevas propuestas en
cuanto a infraestructura, capacidad administrativa, facilidades para la
movilidad estudiantil, afectaciones laborales para los trabajadores académicos,
etcétera.
3.-Nunca hubo un estudio piloto del Mofle para detectar sus probables
debilidades, que cualquier especialista en educación hubiera recomendado.
4.-No se realizó una consulta previa de la propuesta entre estudiantes y
académicos para considerar sus opiniones y su sentir al respecto. Las consultas
que se han realizado a posteriori, no son muy positivas para el Mofle. Por
ejemplo, en una encuesta realizada por el Fesapauv entre académicos de todas
las regiones, a la pregunta sobre cual ha sido la contribución del Mofle al
desempeño académico del alumno, el 26 por ciento respondió que bajo o nulo, y
sólo el 19 por ciento considera que ha sido alto. (Evaluación del Modelo
Educativo Integral y Flexible de la Universidad Veracruzana; Reporte
Preliminar, Comité Ejecutivo Estatal-Fesapauv, Marzo 2006)
5.-No se ha realizado una comparación de las trayectorias escolares entre
la última generación del modelo tradicional con una del Mofle para saber, con
datos duros, si realmente hay una mejoría o no en el desempeño de los alumnos
bajo el Mofle.
Por último sólo me resta insistir en que hay que hacer efectiva la
autonomía universitaria comenzando por democratizar las decisiones al interior
de la Universidad Veracruzana, pues tanto el Mofle como Paula han sido
resultado de decisiones verticales y autoritarias con un endeble sustento
académico.