Lujambio en la SEP
Disfrutaba
de reconocimiento por su trabajo académico y su labor como consejero del IFE y
luego del IFAI. Sus escritos sobre la historia del PAN y acerca de asuntos
electorales le habían proporcionado un sólido prestigio.
Carlos
Ornelas*
Apesar
de que el cáncer había minado sus capacidades físicas y se sabía cercano a su
muerte, Alonso Lujambio se negó a escribir su propio obituario. Vivió la intensidad
de la vida hasta el último momento. Mucho se dijo de él, de su carácter, de su
lucha por la democracia y la transparencia, y de su labor intelectual y
política. La mayor parte de las voces fueron de elogio; merecido demarco.
Me
empecé a interesar en Alonso Lujambio y de su hacer cuando arribó a la SEP, en
abril de 2009. Leí sus declaraciones a la prensa, sus discursos como
secretario, la mayoría improvisados, puse el ojo en dos de sus piezas
académicas con el afán de entender mejor su postura. Tuve dos largas
conversaciones con él. La primera en una comida a la que nos invitó Pascal
Beltrán de Río, director editorial de Excélsior. La segunda, en una entrevista
para este diario que Lilian Hernández y yo le hicimos con motivo de su primer
año en la SEP.
La
charla el día de la comida me permitió acercarme a la persona, no al
funcionario. Fue abierta, informal, sin grabadora ni apuntes. Alonso Lujambio
arribó sonriente, me dio un apretón de manos fuerte, abrazó a Pascal (ya se
conocían) y comenzamos a platicar. Me habló de sus años en Yale y me interrogó
acerca de los míos en Stanford y en Columbia. Coincidimos en nuestro afecto por
Juan Linz, quien fue su asesor y quien colaboró con una pieza en un libro que
Manuel Barquín y yo compilamos a finales de los 80.
Sólo
hasta la sobremesa llegamos al comentario de mis artículos, algunos muy
críticos acerca de su actuar en relación con Elba Esther Gordillo, así como mis
reproches al presidente Calderón por la firma de la ACE. El secretario no trató
de censurarme; al contrario, se dijo complacido por el rigor, aunque fuera duro
en mis reconvenciones.
Con
base en un recuento del primer año y en la entrevista formal, publiqué un
balance del obrar de Alonso Lujambio en la SEP (Excélsior, 5 y 6 de abril de
2010). Lilian le preguntó sobre sus aspiraciones de ser el candidato
presidencial del PAN. Él negó tener alguna, dijo que se concentraba en el
encargo del presidente Calderón. Le recordé una anécdota de don Daniel Cosío
Villegas que Enrique Krauze narra en uno de sus libros. Éste le preguntó a
aquél si alguna vez había soñado con ser presidente (cito de memoria). “Jamás
—respondió don Daniel—, ni un solo día de mi vida… he dejado de soñar con ser
presidente de México”. Alonso Lujambio sonrió y me dirigió una mirada profunda.
Quizás
ahí me di cuenta de las contradicciones internas por las que transitaba el jefe
de la SEP. Una lucha entre la vocación del intelectual (o del científico, para
usar la idea de Max Weber) y la vocación del político. Alonso Lujambio disfrutaba
de reconocimiento por su trabajo académico y su labor como consejero del IFE y
luego del IFAI. Sus escritos sobre la historia del PAN y acerca de asuntos
electorales le habían proporcionado un sólido prestigio. Pero su labor en la
SEP era errática.
Como
secretario de Educación Pública, Alonso Lujambio respondió más a la ética de la
responsabilidad que a la de la convicción. Él consideraba que tenía que
rendirle cuentas al Presidente; sus referencias constantes a él y a su
política, su defensa cerrada de la ACE y la evasión a cualquier juicio negativo
sobre Elba Esther Gordillo son testimonios sólidos de ello.
A fe
mía que Alonso Lujambio estaba convencido de que la estrategia planteada en la
ACE era equivocada; sus relaciones con el subsecretario de Educación Básica y
yerno de la señora Gordillo, Fernando González Sánchez, eran frías y distantes.
El secretario trataba a la lideresa sindical como a una dama, mas ella
respondía con majaderías, ya en boca propia, ya por medio de sus vicarios. Sin
embargo, Alonso Lujambio no se atrevió a desafiarla ni a navegar contra la
voluntad del Presidente. La vocación del político subordinaba a la del
científico. Mas cuando hacía elaboraciones sobre la educación nacional, en
especial sobre la lectura y la necesidad de impulsarla en todos los ámbitos, la
vocación del intelectual le brotaba por la piel.
Ningún
ser humano es perfecto, pienso. Todos sobrellevamos contradicciones entre el pensar y el hacer.
Alonso Lujambio vivió esos conflictos del espíritu a plenitud.
¡Descanse en paz! *Académico de la UAM. Carlos.Ornelas10@gmail.com