miércoles, 3 de octubre de 2012


Lujambio en la SEP
Disfrutaba de reconocimiento por su trabajo académico y su labor como consejero del IFE y luego del IFAI. Sus escritos sobre la historia del PAN y acerca de asuntos electorales le habían proporcionado un sólido prestigio.
Carlos Ornelas*
           
Apesar de que el cáncer había minado sus capacidades físicas y se sabía cercano a su muerte, Alonso Lujambio se negó a escribir su propio obituario. Vivió la intensidad de la vida hasta el último momento. Mucho se dijo de él, de su carácter, de su lucha por la democracia y la transparencia, y de su labor intelectual y política. La mayor parte de las voces fueron de elogio; merecido demarco.

Me empecé a interesar en Alonso Lujambio y de su hacer cuando arribó a la SEP, en abril de 2009. Leí sus declaraciones a la prensa, sus discursos como secretario, la mayoría improvisados, puse el ojo en dos de sus piezas académicas con el afán de entender mejor su postura. Tuve dos largas conversaciones con él. La primera en una comida a la que nos invitó Pascal Beltrán de Río, director editorial de Excélsior. La segunda, en una entrevista para este diario que Lilian Hernández y yo le hicimos con motivo de su primer año en la SEP.

La charla el día de la comida me permitió acercarme a la persona, no al funcionario. Fue abierta, informal, sin grabadora ni apuntes. Alonso Lujambio arribó sonriente, me dio un apretón de manos fuerte, abrazó a Pascal (ya se conocían) y comenzamos a platicar. Me habló de sus años en Yale y me interrogó acerca de los míos en Stanford y en Columbia. Coincidimos en nuestro afecto por Juan Linz, quien fue su asesor y quien colaboró con una pieza en un libro que Manuel Barquín y yo compilamos a finales de los 80.

Sólo hasta la sobremesa llegamos al comentario de mis artículos, algunos muy críticos acerca de su actuar en relación con Elba Esther Gordillo, así como mis reproches al presidente Calderón por la firma de la ACE. El secretario no trató de censurarme; al contrario, se dijo complacido por el rigor, aunque fuera duro en mis reconvenciones.

Con base en un recuento del primer año y en la entrevista formal, publiqué un balance del obrar de Alonso Lujambio en la SEP (Excélsior, 5 y 6 de abril de 2010). Lilian le preguntó sobre sus aspiraciones de ser el candidato presidencial del PAN. Él negó tener alguna, dijo que se concentraba en el encargo del presidente Calderón. Le recordé una anécdota de don Daniel Cosío Villegas que Enrique Krauze narra en uno de sus libros. Éste le preguntó a aquél si alguna vez había soñado con ser presidente (cito de memoria). “Jamás —respondió don Daniel—, ni un solo día de mi vida… he dejado de soñar con ser presidente de México”. Alonso Lujambio sonrió y me dirigió una mirada profunda.

Quizás ahí me di cuenta de las contradicciones internas por las que transitaba el jefe de la SEP. Una lucha entre la vocación del intelectual (o del científico, para usar la idea de Max Weber) y la vocación del político. Alonso Lujambio disfrutaba de reconocimiento por su trabajo académico y su labor como consejero del IFE y luego del IFAI. Sus escritos sobre la historia del PAN y acerca de asuntos electorales le habían proporcionado un sólido prestigio. Pero su labor en la SEP era errática.

Como secretario de Educación Pública, Alonso Lujambio respondió más a la ética de la responsabilidad que a la de la convicción. Él consideraba que tenía que rendirle cuentas al Presidente; sus referencias constantes a él y a su política, su defensa cerrada de la ACE y la evasión a cualquier juicio negativo sobre Elba Esther Gordillo son testimonios sólidos de ello.

A fe mía que Alonso Lujambio estaba convencido de que la estrategia planteada en la ACE era equivocada; sus relaciones con el subsecretario de Educación Básica y yerno de la señora Gordillo, Fernando González Sánchez, eran frías y distantes. El secretario trataba a la lideresa sindical como a una dama, mas ella respondía con majaderías, ya en boca propia, ya por medio de sus vicarios. Sin embargo, Alonso Lujambio no se atrevió a desafiarla ni a navegar contra la voluntad del Presidente. La vocación del político subordinaba a la del científico. Mas cuando hacía elaboraciones sobre la educación nacional, en especial sobre la lectura y la necesidad de impulsarla en todos los ámbitos, la vocación del intelectual le brotaba por la piel.

Ningún ser humano es perfecto, pienso. Todos sobrellevamos  contradicciones entre el pensar y el hacer. Alonso Lujambio vivió esos conflictos del espíritu a plenitud.
¡Descanse en paz! *Académico de la UAM. Carlos.Ornelas10@gmail.com