La Ciencia, ¿culpable?
Manuel
Martínez Morales alcalorpolitico.com
La
historia de la Ciencia da fe de incontables casos en que hombres y mujeres
dedicados a la búsqueda de conocimiento han sido perseguidos y condenados por
“las fuerzas del orden” por haber divulgado o intentado aplicar conocimientos
que juzgaban importantes o decisivos para enfrentar ciertos problemas. Pero
ahora resulta que la situación se revierte: las “fuerzas del orden” han
condenado a un grupo de científicos italianos a seis años de cárcel por
homicidio involuntario, por haber subestimado los riesgos del sismo ocurrido en
L’Aquila en 2009, sentencia inédita que ha generado polémica.
Entre los
siete condenados figuran grandes nombres de la Ciencia en Italia, como el
profesor Enzo Boschi, quien presidió el Instituto Nacional de Geofísica y
Vulcanología; Bernardo de Bernardinis, y el Subdirector de la Protección Civil.
El
terremoto, que devastó la ciudad de L’Aquila, arrasó el casco histórico y dejó
más de 80 mil damnificados, sigue siendo un trauma para todos los italianos y
generó polémica por las negligencias que contribuyeron a ese balance.
Durante
el juicio, comenzado en septiembre, la Fiscalía había pedido una pena menor, de
cuatro años de cárcel, contra los siete miembros de la Comisión de Grandes
Riesgos, que se había reunido el 31 de marzo de 2009 en la ciudad de L’Aquila,
seis días antes del sismo que provocó la muerte de más de 300 personas.
La
justicia considera que las autoridades científicas divulgaron información
tranquilizadora a la población, que en caso contrario habría podido tomar
medidas para protegerse.
Más de
400 temblores sacudieron la región durante cuatro meses; pese a ello las
autoridades no tomaron medidas específicas y se limitaron a advertir que los
terremotos no se pueden pronosticar.
Siguiendo
esta absurda lógica, entonces habría que aplicar penas similares a científicos
“que no han advertido a tiempo” a los habitantes de regiones devastadas por
huracanes, tsunamis, inundaciones, erupciones volcánicas, etcétera. Esto en
cuanto a fenómenos naturales pero, extendiendo el razonamiento, bien podrían
condenarse a los diseñadores, constructores y operadores de plantas nucleoeléctricas
puesto que éstos, aún a sabiendas del riesgo implicado por el funcionamiento de
estas plantas, las han operado y los accidentes fatídicos han sido ya
demasiados.
¿Y que
tal con los fabricantes de automóviles? Pues, si mal no recuerdo, la muerte por
accidentes de tránsito ocupa uno de los primeros lugares. También tendríamos
que poner en la lista a aquellos investigadores y médicos que no advierten
sobre los efectos secundarios de ciertos fármacos que bien pueden conducir a la
muerte de quien los consume, así como a investigadores que proporcionan
resultados equívocos —por error o mala fe— resultantes de análisis de datos,
como por ejemplo los relacionados con la contaminación de las playas
veracruzanas: “no pasa nada, estas playas son tan limpias que hasta el
gobernador se baña en ellas… Foto, por favor”.
Por una
parte, es probable que esta actitud hacia la Ciencia y los científicos aparezca
debido a la “fetichización” de la Ciencia provocada por el modo de producción
capitalista, es decir se considera a la Ciencia como un fetiche, un ídolo capaz
de dar o quitar el bienestar o la vida, siendo los científicos sus sacerdotes,
¿está usted enterado sobre el frecuente asesinato de brujos en Veracruz? Si el
ritual (chamánico o científico) no da los resultados deseados, entonces el
intermediario —entre las fuerzas del más allá o del más acá— debe ser
condenado. No acabamos de aquilatar, socialmente, el justo valor del
conocimiento científico y los alcances y limitaciones del trabajo concreto de
los investigadores.
Por otro
lado, el científico enfrenta —o debiera enfrentar— constantes dilemas éticos en
el desarrollo de su trabajo, pues constantemente debe decidir sobre el tiempo y
forma en que dará a conocer los resultados de sus indagaciones.
La manera
en que actualmente se forman científicos no incluye la conciencia ética, sino
más bien tiende al desarrollo de un ciego pragmatismo: sigue la moda, pedalea y
pública aunque no sepas adónde te diriges, reclama tus croquetas y que el mundo
ruede… A favor de los de siempre.
Pero más
allá de las circunstancias impuestas por la percepción social de la Ciencia, o
las posturas éticas de los científicos, hay que considerar la falibilidad
intrínseca del conocimiento científico: El saber científico está siempre sujeto
a la incertidumbre derivada de la siempre incompleta información que se tiene
sobre los fenómenos naturales o sociales, así como de la incertidumbre
provocada —según quienes estudian en serio la complejidad y el caos del mundo—
por las constantes e imperceptibles fluctuaciones naturales, así como por el
acontecer azaroso de eventos de naturaleza imprevisible: Lo improbable sucede
y, por definición, sólo puede preverse probabilísticamente.
El
problema es que esto no se resuelve añadiendo o eliminando cursos de los
programas de formación de científicos, sino que implica un cambio de valoración
sobre la Ciencia y sus alcances, así como de la práctica concreta de la
investigación científica, lo cual —en mi opinión— depende de una revolución
social que, desde luego, incluya una revolución cultural y educativa.
¿Alguien
sabe si Peña Nieto incluye alguna propuesta al respecto en su rimbombante
Agenda para la Ciencia y la Tecnología? ¿Contendrá algún apartado que considere
la condena de científicos que no prevean el catastrófico fracaso de su gestión?