Jorge
Fernández Menéndez (*)
Hay más
de un millón de maestros en México: hay, en semejante universo, buenos, malos y
feos. Pero la enorme mayoría trabaja todos los días, de sol a sol, haciendo
todo tipo de esfuerzos para tratar de llevarles a nuestros hijos información,
cultura, educación. A veces lo consiguen y en otras los esfuerzos se frustran.
Pero tenemos una visión simplista de lo que es ser maestro: algunos
especialistas en el tema confunden la labor de esos cientos de miles de
maestros con los grupos de la Coordinadora, que marchan, bloquean, agreden,
pero que no cumplen con su tarea fundamental, que es educar. La mayoría de los
maestros no participa de esos juegos: hacen su trabajo.
No
puedo compartir la posición de la asociación, muy respetable por otra parte,
Mexicanos Primero, expuesta el miércoles en un acto en el que “le exigieron” al
presidente electo, Enrique Peña Nieto, que “rompa el pacto” con el Sindicato
Nacional de Trabajadores de la Educación para “liberar a la educación de las
trabas que le impone el sindicato”, según dijo Claudio X. González. Conozco y
respeto a Claudio y a su padre, y sé que son personas bienintencionadas, sobre
todo en este tema, pero se equivocan. No son los acuerdos políticos que
pudieran existir con el sindicato los que impiden liberar las trabas que sufre
la educación. Es una simplificación grosera que puede explicarse en términos
políticos (quien quiera puede decidir quién es su adversario político), pero
desconoce la realidad de la educación.
Imaginemos
por un momento a un maestro o una maestra en Ciudad Juárez, como nos ha tocado
verlo y reportarlo, que vive en una ciudad (afortunadamente, hoy cada vez
menos) atenazada por la violencia. Imaginemos a esa misma maestra quitándole un
teléfono celular a un niño en clase y descubrir que allí hay imágenes de
descuartizamientos y asesinatos: su alumno, descubre la maestra, es un niño
sicario. Vayamos a Morelos, donde en los registros de alumnos en las escuelas
locales los maestros e inspectores se encuentran con que en las solicitudes que firman los padres,
en el renglón de empleo, esos padres se identifican como sicarios o
narcotraficantes, para dejar las cosas en claro con sus maestros. Imaginemos
por un momento la distancia y los medios que hacen diferente educar en San
Pedro Garza García o en alguna escuela remota de Michoacán, Chiapas, Guerrero o
Oaxaca. No es una exageración decir que es la misma distancia que separa un
sistema de educación pública de Canadá con el de cualquier país africano.
Nuestros promedios educativos no dicen nada: hay que afrontar las realidades
locales. Imaginemos un maestro que tiene que dar clases en un enclave
religioso, donde las autoridades no quieren meter las manos, como en la Nueva
Jerusalen, o en Teloloapan, por ejemplo, donde vimos cómo se convence a los alcaldes.
Imaginemos a grandes empresas privadas que de repente comprenden que la
educación puede ser un negocio fantástico (en términos económicos y políticos)
en la misma medida en que avance su privatización y se deteriore la educación
pública o que ésta se subrogue.
Esos y
muchos otros son los verdaderos problemas estructurales de la educación pública
en nuestro país: el sindicato es parte
de ellos, pero no el problema. En todo esto no deja de haber lecturas políticas
subjetivas. Al mismo tiempo que Claudio declaraba que el sindicato ha frenado
las decisiones de política pública en educación y ponía como ejemplo el
“fallido acuerdo” entre la SEP y el SNTE respecto a la Evaluación Universal,
que el sindicato, aseguró, había aceptado, “pero después se echaron para atrás
y lo debilitaron”, el presidente Calderón, en el acto de homenaje que se
realizó para recordar a Alonso Lujambio decía queAlonso “tuvo altura de miras
para negociar con el sindicato”. Su gestión, agregó, fue “crucial en el último año de su vida para
reformar la carrera magisterial, entiéndase el principal mecanismo de
compensación económica de los profesores, y que ahora, gracias a él, está
orientado a los resultados, al rendimiento y al avance académico. Y también
consiguió, inédito, la Evaluación Universal de maestros en el sistema educativo
nacional”. ¿Dónde está el boicot, dónde el fracaso de esa estrategia? En los
hechos, en el único lugar donde fracasó, porque las autoridades locales no
quisieron confrontaciones con la Coordinadora, fue en los estados controlados
por la CNTE. En el único estado donde, desde hace casi dos décadas, no hay 200
días de año lectivo es en Oaxaca, gracias a la Sección 22.
El
Estado no ha perdido la rectoría de la educación, es falso. El Estado lo que ha
perdido es el rumbo y la claridad sobre la educación. Debe recuperarlo y debe
hacerlo con todos. Sin exigencias sectoriales que terminan uniendo a los polos
más extremos. Todo esto y mucho más lo ampliaremos en el libro La élite y la
raza, la privatización de la educación, que escribimos con mi compañera Bibiana
Belsasso y que presentaremos en los próximos días. Ya les informaremos. (*)
Premio Nacional de Periodismo 2000