Desigualdad educativa y
turno vespertino
PATRICIO
SOLÍS
La
desigualdad social parece ser un rasgo genotípico de la sociedad mexicana.
Hacia donde miremos encontramos sus manifestaciones. No sólo toleramos la
desigualdad, sino que la celebramos. Creamos salas VIP en nuestros cines,
ostentamos la exclusividad de los restaurantes y las tiendas en las que
consumimos e increpamos llamando “igualados” a quienes, estando por debajo de
nosotros en cualquier jerarquía, se atreven a interpelarnos sin manifestar la
esperada deferencia.
La
desigualdad es un modo de vida. No hace falta fomentarla abiertamente, tiene
sus propios mecanismos de reproducción. Como una plaga que todo lo invade, se
apodera de nuestros espacios de convivencia y de nuestras instituciones.
Incluso en el ámbito educativo, que en el más noble de sus propósitos debería
servir para nivelar el terreno de las disparidades sociales y ofrecer a todos
una oportunidad justa en la sociedad, la desigualdad se instala convirtiendo
nuestras escuelas en un espacio de reproducción de las brechas sociales.
Cuando pensamos
en la desigualdad educativa lo primero que nos viene a la mente son las brechas
entre las instituciones públicas y privadas. Otros pensarán en las enormes
disparidades que existen entre las escuelas públicas de las ciudades y las de
las localidades rurales más remotas del país, que muchas veces carecen de la
mínima infraestructura necesaria para cumplir dignamente su tarea. No obstante,
existen formas más sutiles de desigualdad que están a la vista de todos y
suelen pasar desapercibidas. Una de ellas es la desigualdad entre escuelas
públicas matutinas y vespertinas.
La próxima
vez que usted salga a la calle y pase por una primaria o secundaria pública
obsérvela bien. Los salones de clase son los mismos a las 8 A.M. y a las 2 P.M.
Los talleres y laboratorios (bien o mal equipados) tampoco cambian. Son los
mismos patios, los mismos pasillos, el mismo barrio, la misma ciudad. Y a pesar
de eso, existe un mundo de diferencia entre quienes asisten por la mañana y
“los de la tarde”.
Las escuelas
de doble turno surgieron hace aproximadamente medio siglo en México como una
estrategia para atender la creciente demanda educativa. Eran tiempos de
redoblar el paso e incrementar la matrícula, no sólo por el rezago educativo en
la educación básica, sino porque las condiciones demográficas de alta
fecundidad implicaban una creciente demanda de servicios educativos. Al
instaurar el doble turno, se duplicaba la capacidad de atención con la misma
infraestructura, permitiendo así, al menos en teoría, incrementar su eficiencia
y aumentar la matrícula con menos inversión en planteles.
Existe
evidencia, sin embargo, que la instrumentación del doble turno ha traído como
efecto no deseado la estratificación de la oferta educativa en el sector
público. Esto puede deberse a varias razones, algunas posiblemente relacionadas
con la organización interna de nuestro sistema educativo y otras asociadas a la
configuración socioeconómica de la población que asiste a las escuelas
vespertinas. El hecho es que, por el bajo desempeño de sus profesores, que
suelen doblar turno y por tanto llegan cansados y sin tiempo para preparar las
clases, la ineficiencia administrativa, o las desventajas socioeconómicas del
alumnado, el turno vespertino termina siendo una opción educativa de segunda
categoría.
Esto lo saben
muchos padres de familia, especialmente los que tienen más recursos y capacidad
de gestión, quienes usan esos recursos para que sus hijos sean inscritos al
turno matutino. En tanto, por acción o por omisión, los niños de familias con
menores recursos son relegados al turno vespertino. Esto refuerza la
segmentación socioeconómica por turnos. En una encuesta de trayectorias
educativas a jóvenes en la Ciudad de México levantada por El Colegio de México
y el INEE en 2010, encontramos que, comparados con los jóvenes provenientes del
25% de familias con más recursos socioeconómicos, aquellos pertenecientes al
25% con menos recursos tenían 2.9 veces más probabilidades de asistir a
primarias vespertinas. Una vez en una primaria vespertina, es más probable que
los estudiantes se mantengan en este turno en la secundaria: un egresado de una
primaria vespertina tiene probabilidades 80% mayores de asistir a una
secundaria vespertina que otro proveniente de una primaria matutina.
Esta
segmentación socioeconómica, en sí preocupante, se agrava por el bajo desempeño
de las escuelas de turno vespertino, que en lugar de nivelar el terreno parecen
exacerbar las diferencias. Así, las escuelas vespertinas presentan niveles de
desempeño académico más bajo, mayores tasas de reprobación y extra-edad, y
mayor deserción. En el caso de la Ciudad de México, las desventajas acumuladas
implican que, al finalizar la secundaria, quienes asistieron a escuelas
públicas vespertinas tengan el doble de probabilidades de no continuar la
educación media superior que quienes fueron a secundarias públicas matutinas.
Este efecto mantiene su magnitud incluso una vez que neutralizamos en un modelo
estadístico las condiciones socioeconómicas de la familia, por lo que parece
deberse más a una deficiencia institucional que al hecho de que los niños de
escuelas vespertinas sean más pobres.
¿Cómo
entender que en nuestras escuelas públicas encontremos estas desigualdades?
Parte de la explicación radica en la ausencia de políticas proactivas dirigidas
a erradicar los mecanismos que generan tales desigualdades. Estas políticas
podrían incluir, entre otras medidas, garantizar la asignación de docentes con
similares capacidades y cargas laborales en ambos turnos; establecer mecanismos
estandarizados y supervisados externamente para garantizar que la matricula de
los niños en el turno matutino y vespertino sea paritaria por nivel
socioeconómico (en algunos países esto se garantiza mediante sorteos), y
diseñar programas especiales de atención para los niños que, ante situaciones
de vulnerabilidad familiar, se vean obligados a asistir al turno vespertino.
También está
la opción de eliminar el turno vespertino y transitar hacia jornadas escolares
de tiempo completo. Esta propuesta en inicio parece atractiva: ayudaría a
eliminar una fuente institucional de desigualdad, daría a las escuelas más
tiempo para mejorar el aprendizaje (suponiendo, claro está, que mejora la
calidad de la enseñanza), y representaría para millones de madres algunas horas
libres más al día. Esta propuesta adquirió relevancia durante la pasada campaña
electoral, pues fue refrendada, con matices, por los cuatro candidatos
presidenciales.
Evidentemente,
del dicho al hecho hay el trecho de una campaña presidencial, así que veremos
cuándo y en qué condiciones el próximo Presidente cumple con este compromiso,
que evidentemente afectará los intereses de los maestros y sus representaciones
sindicales.