Entre Gordillo y
Gordiano
Guillermo Sheridan
El encarcelamiento
hace meses de la maestra Gordillo, lideresa del SNTE, ¿en
qué
medida se hizo para impedir que paralizara al país, como lo hacen hoy
sus disidentes de la CNTE? El gobierno ya no podía controlar a una
ciudadana particular, enfermizamente ambiciosa y revestida de un poder
descomunal que privatizó
un sindicato -con 1.4 millones de miembros cuyas familias le agregaban otros
tres millones de votantes (y activistas) en promedio- y tenía
ingerencia en la distribución
del presupuesto más
gordo del país.
Alguna vez ya escribí
sobre el dilema de que cuatro millones de votos pudiesen ser dictados por una
sola persona. Avería
la democracia, demuestra que no todos los votos valen igual y, por tanto, que
no todos somos iguales ante la ley. Como a otros líderes sindicales
sempiternos, el poder político
la convertía
en un sujeto con un enorme poder subastable, acomodaticio, chantajeante y
canjeable. Pero Gordillo operaba sobre la más inexpugnable (y
costosa) de las coartadas: la educación.
Y bueno, la enviaron a
la cárcel,
etcétera.
Pero es evidente que si bien se acabó la jefa Gordillo, no
se deshizo el nudo gordiano: sus adversarios de la CNTE no emplean su poder
(hasta donde sé)
para delirios versallescos, pero tampoco lo emplean en favor de la educación
ni lo ejercen con desinterés
político:
el plan sucinto de la CNTE –ya
lo ha dicho algún
líder--
es “desmantelar
el neoliberalismo”,
glorioso y desigual combate que se libra guillotinando a la educación
de los estados más
atrasados del país
en el cadalso del Distrito Federal.
Recuerdo un artículo
en la revista The Atlantic al que me condujo un escrito de Carlos Puig. Joel
Klein, titular de la oficina de educación en Nueva York,
narraba sus esfuerzos por mejorar al sistema educativo local y su eventual renuncia
por las presiones de los políticos
y del sindicato de maestros. “Los
políticos
suelen hacer lo que exigen los sindicatos. Y lo que exigen es obvio: que su
militancia esté
contenta para que reelijan a los líderes. Y luego quieren
más
militantes para que crezca su poder, su dinero, y su influencia”.
Klein termina evocando al famoso Albert Shanker, viejo líder
del sindicato de maestros de Estados Unidos (UFT), quien alguna vez declaró
con fascinante sinceridad: “Cuando
losniños
en edad escolar empiecen a pagar cuotas al sindicato, yo empezaré
a representarlos y a luchar por sus intereses.”
Estamos en las mismas,
pero peor. El sindicalismo de izquierda ha imitado, lamentablemente, lo peor
del corporativismo a la mexicana. Si los líderes de la SNTE ordenan
a sus fieles cantar las glorias del presidente, los de la CNTE ordenan a los
suyos bloquear Los Pinos. La consigna en ambos casos es obedecer para cobrar.
Entre los compañeros
líderes
de los sindicatos alineados con el PRI y aquellos alineados con el PRD o con el
MORENA de López
Obrador habrá
diferentes “ideales”,
pero los modi operandi son los mismos: cargos vitalicios, piramidaciones de
poder que recompensan el incondicional vasallaje con prebendas, pero nunca la
competitividad pedagógica
con ascensos. Los niños
no pagan cuotas ni administran presupuestos ni liberan al planeta del
capitalismo.
No dudo que haya
buenos maestros, dedicados y desinteresados. Y es porque no lo dudo que,
precisamente, deploro que padezcan la sumisión al SNTE (y sus
intereses sindicales) o a la CNTE (que agrega a los sindicales su plan político).
Hay algunos profesores empeñados
en sembrar educación
en la niñez,
pero temo que sean más
los empeñados
en sembrar votos, cosechar cargos sindicales para beneficio propio y el de sus
amos. Tampoco dudo que el territorio de la CNTE haya buenos maestros y sé
bien que las condiciones en que deben desempeñarse son generalmente
adversas, pero dudo que la ideología y el activismo
logren mejorarlas.
Mientras eso continúe
–griten
los maestros en favor de Peña
Nieto o convoquen al pajarito de Hugo Chávez-- la educación
básica
seguirá
siendo una pesadilla diaria en vez de una certidumbre de futuro. ¿Hay
salida? Alejandro Magno, cuenta la leyenda frigia, no deshizo el nudo de
Gordias: lo desbarató
a espadazos. Supongo que hay ahí una moraleja, pero no
quiero verla. (El Universal)