La calidad y los paradigmas educativos
José Blanco
A inicios de los años
ochenta la Unesco reportó tasas de cobertura superiores a 95 por ciento en
América Latina: prácticamente cobertura universal en la matrícula de educación
básica. Esta circunstancia puso sobre la mesa el problema de la calidad de la
educación y la capacidad de los sistemas educativos para retener a los alumnos
que accedían a las aulas. La masificación, se dijo entonces, estuvo acompañada
de una significativa pérdida de su calidad. Fuimos testigos entonces del inicio
de una acelerada investigación educativa que incluía preguntas tales como: ¿qué
se entiende por calidad educativa?, ¿qué quiere decir mejorar la calidad de la
misma? Comenzaba a hacerse evidente que nos hallábamos frente a un concepto
confuso y ambiguo, y por ello se tornó consciente que se estaba frente a un
problema teórico: la construcción de significados que contribuyeran a otorgarle
precisión al concepto de calidad y al mejoramiento de la misma.
Se dio un paso
importante al caer en la cuenta de que la creciente literatura sobre el tema
ponía de manifiesto que el concepto de calidad es un significante y no un
significado que, en cuanto tal, puede adquirir múltiples significados. Los
significados que se le atribuyan a la calidad de la educación dependen de la
perspectiva social desde la cual se hace, de los sujetos que la enuncian
(profesores, padres de familia, o instancias de planeación educativa), y desde
el lugar en que se hace.
El concepto de
calidad , en tanto significante, es referente de significados históricamente
producidos y en ese sentido es un concepto que no puede definirse en términos
esenciales ni absolutos. No es posible pensar en una sola definición de
calidad, dado que subyacen en ella las definiciones que se adopten acerca de
sujeto, sociedad y educación.
Se reconoce la
calidad por sus (d)efectos: los resultados negativos de la escolaridad o de lo
que por mucho tiempo se ha llamado crisis de la educación. En efecto,
evidencian que se está juzgando allí un problema de calidad de la educación.
La calidad es un
juicio de valor respecto al ser, en tanto poder ser. Está aquí implícita una
dimensión de futuro, de utopía o deber ser. Está presente, por tanto, la idea
de comparabilidad entre condiciones presentes y las que podrían ser en el
futuro, lo que no deja de llevar riesgos de errores graves, como el de que nos
olvidemos de la naturaleza del hecho educativo, remplazándola por modelos ya
hechos, y en consecuencia se juzgue la calidad educativa mediante una
apreciación de la semejanza con tales modelos. Lo deseable concebido por medio
de modelos puede ser instrumento de una construcción alienada o de dominio
ideológico.
Según el investigador
Michael Stephen Schiro, existen cuatro grandes ideologías curriculares que
sustentan a su vez diversas teorías del currículo escolar: la académico
escolar, que se identifica con la pedagogía tradicional; la de la eficiencia
social, que sustenta teorías curriculares como la tecnología educativa; la de
la reconstrucción social, que se identifica con la teoría crítica del
currículo, y la ideología del estudio del niño, que se identifica con la
corriente perteneciente a lo que conoce con el nombre de escuela activa. De
cuerdo con este fecundo investigador, hoy día tienden a predominar en América
Latina las ideologías de la eficiencia social y la de la reconstrucción social,
que presentan posiciones opuestas. La calidad se concibe, en consecuencia, de
modo distinto (aunque haya puntos de coincidencia).
En la propia América
Latina parece preferirse un enfoque distinto, y es la exploración de la
diversidad de los conceptos de calidad, en el marco de al menos los siguientes
paradigmas educativos: el paradigma conductista, el cognitivo, el
sociocultural, el paradigma humanista y el constructivista, la mayoría –si no
todos–, con enfoques educativos centrados en el aprendizaje, según su discurso,
pero aún lejos de ser realidades.
Por supuesto nos es
imposible entrar en el examen de las complejidades de las propuestas de
estructura interna de esos paradigmas, en las convergencias inevitables, en la
atención a los necesarios principios del paradigma humanista –que en realidad
no reúne los componentes de un paradigma–, ni en la diversidad de propuestas
sobre la construcción de aprendizajes por competencias en cada uno de esos
paradigmas. Como se advierte, se trata de un espacio de vasta complejidad que,
sin embargo, demanda definiciones operativas, pues el debate sobre las
definiciones seguirá como un campo abierto a la reflexión y la discusión.
Sylvia Schmelkes
escribe: la calidad que estamos buscando, como resultado de la educación
básica, debe entenderse claramente como su capacidad de proporcionar a los
alumnos el dominio de los códigos culturales básicos, las capacidades para la
participación democrática y ciudadana, el desarrollo de la capacidad para
resolver problemas y seguir aprendiendo, y el desarrollo de valores y actitudes
acordes con una sociedad que desea una vida de calidad para todos sus
habitantes. He ahí un gran paso hacia una definición operativa que, no
obstante, al volver sobre las tesis expuestas muestra a las claras que, como
decía el autor de este espacio alguna vez, requiere a toda la tribu. Sí, se
requieren objetivos y metas nacionales de orden general, pero sobre todo se
requieren profesores capaces de vérselas con estas temáticas y acordar en cada
escuela, con directivos y si es posible padres de familia, los objetivos y paradigmas
más favorables a la formación de seres pensantes. (La Jornada)