Política y calidad educativa
José
Blanco
En buen número
de artículos
me he referido al hecho de que la reforma educativa no es tal. Ni las reformas
a la Constitución
ni las leyes secundarias hacen la reforma. El martes pasado intenté
combatir las ideas equivocadas sobre el examen PISA, pero el mismo día
la CNTE publicó
un desplegado que hizo ver el artículo señalado
y probablemente todos los que he escrito como una posición
cándida,
pues he intentado contribuir seriamente a abordar cómo construir un
proceso de reforma de la educación básica,
en tanto los actores más
activos están,
ahora lo sabemos claramente, vivamente interesados en temas de orden político
de mucho mayor alcance que la reforma de la educación básica.
“Estamos
dejando de ser un movimiento magisterial…”, han aclarado.
En el desplegado
aludido la CNTE muestra que su asunto no es la educación,
sino la política
sans phrases. Hay en ese documento alusiones a la educación
(y al petróleo,
y a la reforma fiscal), pero sus ideas fuerza centrales se refieren a su legítimo
derecho a construir [su] propio proyecto de nación. A partir del 4 de septiembre,
aseguran, se marcó
un nuevo rumbo para el país.
Formulan, así,
una agenda de acciones políticas
forzados por la obcecada necedad de clase política y clase burguesa
que, dicen, sólo
han sido oídos
sordos. ¿Maximalismo?,
acaso, pero sin duda el discurso busca acercar al patíbulo al conjunto de
las instituciones del Estado: eso es lo que significa un proyecto propio de
nación
en el que no exista más
esa necedad de clase política,
de clase burguesa. El debate sobre la reforma de la educación
básica
ha sido minusvalorado por la CNTE; ahora se trata de la nación
entera.
Están
despertando, aquí,
allá,
y acullá –como
dice el lugar común–
y como ha ocurrido en otros momentos de la historia mexicana, grandes
expectativas de que a lo mejor, ahora sí, estamos frente a la
chispa que va a incendiar la pradera. Veremos el impacto del desalojo del Zócalo.
El desplegado tiene al
menos dos fuertes problemas: de una parte proclaman el inicio, en los hechos,
de un rumbo hacia un nuevo proyecto de nación, pero continúan
pidiéndole
a EPN que les dé
audiencia; parece un tanto aberrante tal solicitud cuando se tiene en proyecto
construir un nuevo mundo para el país. El otro problema es
que el nuevo proyecto de nación
está
ahí
extraordinariamente desleído.
Requerimos saber más.
Convocaron a un primer paro cívico
nacional para el día
11 pasado, y actos de índole
diversa para los días
12, 13, y 14 que desembocaron por ahora en el repliegue, el viernes pasado.
Pero están
reformulando la agenda.
Por lo pronto este
espacio continuará
buscando aportar elementos relacionados con lo que sí sería
una reforma educativa. Buscaré,
en el resto de este artículo
y en el siguiente, aproximarme al problema del definición
de calidad educativa. Insistiré ahora en que una
reforma de fondo empieza por definir un paradigma educativo, sin el cual no
hace sentido hablar de su calidad.
Contaremos con un
paradigma educativo cuando tengamos una respuesta consensuada, simultánea
y coherente a las cinco preguntas básicas de la enseñanza:
¿qué
se enseña?,
¿para
qué
se enseña?,
¿cómo
se enseña?,
¿a
quién
se enseña?,
¿cómo
se evalúa
lo que se enseña?
Un paradigma que tendría
que ser de la más
alta calidad.
Existen tres formas de
ver la calidad de la educación,
que en nuestra próxima
colaboración
buscaremos discutir y problematizar: a) la calidad paradigmática:
piénsese
en Harvard o en el MIT hablando de educación superior; es claro
que no tienen problema en convencer a nadie que lo que hacen es de alta
calidad; b) el llamado benchmarking (hoy muy utilizado en diversas funciones y
tareas): una actividad por la cual una institución conoce, adopta y
adapta las mejores prácticas
de otra institución
que es reconocida por la alta funcionalidad buscada de sus procesos internos y
los que se relacionan con el exterior a la institución, y c) la calidad
programática:
una institución
educativa define las metas que quiere alcanzar y después
evalúa
lo hecho contra lo que se propuso hacer. No sobra referir la calidad que definió
Alfred N. Whitehead (filósofo
y matemático
inglés
de principios del siglo XX, colega y coautor de Bertrand Russell en diversas
obras) quien en su libro The aims of education decía que educar consiste
en entrenar al intelecto, enseñar a apreciar la
belleza y despertar la sensibilidad ante el dolor del prójimo,
lo demás
es mera información,
concluía.
La calidad educativa
no es algo que pueda ser definido por el sentido común, y en los debates
parece un concepto imposible de definir; o bien, cada quien tiene su concepto: ¿quién
decide cuál
es el bueno?
Parece imperativo
explicitar los muchos modos en que se ha intentado definir, y no ha faltado
quien pare en el lugar común:
la calidad no se puede definir, pero todo mundo sabe lo que significa. Es claro
que con estos elementos es imposible buscar consensos sobre lo que es un
paradigma educativo de alta calidad.
Cuando contemos con
ese paradigma educativo, sabremos cómo deben ser formados
los profesores, y es, después
de ello, que sabremos también
cómo
deben ser evaluados y cómo
al paradigma mismo, así como
a la gestión
escolar y a todos los recursos que se decida allegar al proceso de enseñar
a pensar por sí
mismos a los educandos.