martes, 17 de septiembre de 2013

Plaza tomada
Luis Gerardo Martínez García

Los maestros inconformes, indignados tomaron la plaza en señal de protesta. Ese espacio de todos y de nadie  donde se debate lo público y se concensa lo controversial. Lugar donde se dan las reuniones convocadas por la denuncia que se niega a pasar desapercibida. Sitio propicio para tomar decisiones en colectivo y en común acuerdo. Plaza tomada que tiene su misticismo, aquello mágico que sólo lo da la capacidad de entender al otro a partir de un interés afín que trascienda lo inexistente.

Ante los oídos sordos, los maestros hicieron suya la plaza a sabiendas de que su hospedaje es fugaz. Se dieron cita aún con día lluvioso para escucharse aquello que se guardaron por años; se avisaron para verse y comunicarse sus acuerdos y desacuerdos que les trajo un cambio que no cambia nada, pero que agravia; quedaron de estar ahí para compartirse inquietudes, inconformidades, propuestas y alternativas. Pensar para compartir, anteponiendo la dignidad de las personas con esa ciudadanización que la escuela, la calle y la plaza pueden garantizar. Ante la cerrazón del otro, acompañándose del atardecer asoleado, la alternativa fue única: dejar el aula para salir a la calle en defensa de la escuela.

Camarillas condenan a los maestros allí, a espaldas, los enjuician sin juez ni juicio. Esos que no dan la cara no vacilan en culparlos de todos los males que vivencia la educación (y de paso la cultura, la ciencia, la economía). Fácil les resulta condenar al maestro que piense diferente a ellos, a aquel que altere el orden, a aquel que denuncie. Más fácil les resulta castigarlos porque los maestros se han dedicado a trabajar en sus aulas, sin maldad política. No han tenido un margen de tiempo para publicar lo que en sus tiempos anochecidos escribieron en su libreta de amarillentas hojas, cual diario al que nadie accede, pero donde asumen una postura frente a la injusticia.

Los maestros no ocultan sus caras porque sus demandas tienen rostros. Su identidad se dibuja del ser y deber ser histórico, político y cultural. Lo que son difiere del agravio que se rechaza en propia voz. Los maestros son escuela, son saberes, son entidades que se construyen y deconstruyen como ese ser inacabado que crece en armonía con la naturaleza,  enfrentándose a sus no creencias que cree no creer.

En la plaza tomada los maestros dialogan entre pares, ahí todos se ven como iguales hablando y escuchando. En ese proceso se fortalece aquello que en sus aulas promulgan: la reflexión, la crítica, el debate. Muchos se autocuestionan ¿es posible que los currícula nos oriente a formar ciudadanos pensantes y participativos, pero se nos niegue el serlo? No puede entenderse una educación que en su praxis se difiera a sí misma. ¿Por qué la duda? Porque acompaña al maestro en su andar por las ciencias y las humanidades, y se pule en ese encuentro público que exige la construcción y socialización del conocimiento.

Camina entre la plaza y recorre la calle con todos, como hombre libre que construyó con el tiempo su espacio público para defender sus ideas e intereses donde tienen cabida todos. Es verdad, también tienen cita (sin invitación) la represión y la censura, el garrote y el escudo. La prudencia, la razón y la mesura deambularán entre las mentes pensantes para esos momentos de crisis. La confrontación, como mala compañera, susurrará los oídos una y otra vez para caer en tentación. Los consejeros estarán presente, de lado y lado. En esa lucha de poderes entre rostros y capuchas, el cobarde manda al otro sin decir que es él. La honestida, arropada en la justicia y la honra dan fortaleza suficiente a los maestros para enfrentar con valor los derroteros con o sin adversidades.

Danzan entre la colectividad la incertidumbre y el rumor, uno para atemorizar y otro para prevenir. Saben los maestros que la represión se asomará en algún momento; no se sabe la hora ni el día, pero llegará. Tienen claro que son fácilmente identificados e identificables, aún en esa valentía que denuncia; porque el derecho a la libertad de expresarse también tiene sus censuras, esos límites inciertos que coexisten difuminados entre pensar y decir, escuchar y atender, entre reconocer y reprimir. Hasta ahora lo que acompaña a los maestros es la valentía de defender el derecho a la educación pública, condición que hicieron suya hombres y mujeres, padres de familia y alumnos. Hoy la sociedad es el blindaje de los maestros al interior de la plaza tomada que los acompaña en las sombras y en la claridad.


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