Plaza
tomada
Luis Gerardo Martínez
García
Los maestros
inconformes, indignados tomaron la plaza en señal
de protesta. Ese espacio de todos y de nadie
donde se debate lo público y se concensa lo controversial.
Lugar donde se dan las reuniones convocadas por la denuncia que se niega a
pasar desapercibida. Sitio propicio para tomar decisiones en colectivo y en común
acuerdo. Plaza tomada que tiene su misticismo, aquello mágico
que sólo lo da la capacidad de entender al
otro a partir de un interés afín
que trascienda lo inexistente.
Ante los oídos
sordos, los maestros hicieron suya la plaza a sabiendas de que su hospedaje es
fugaz. Se dieron cita aún con día
lluvioso para escucharse aquello que se guardaron por años;
se avisaron para verse y comunicarse sus acuerdos y desacuerdos que les trajo
un cambio que no cambia nada, pero que agravia; quedaron de estar ahí
para compartirse inquietudes, inconformidades, propuestas y alternativas.
Pensar para compartir, anteponiendo la dignidad de las personas con esa ciudadanización
que la escuela, la calle y la plaza pueden garantizar. Ante la cerrazón
del otro, acompañándose del atardecer asoleado, la
alternativa fue única: dejar el aula para salir a la
calle en defensa de la escuela.
Camarillas condenan
a los maestros allí, a espaldas, los enjuician sin juez ni
juicio. Esos que no dan la cara no vacilan en culparlos de todos los males que
vivencia la educación (y de paso la cultura, la ciencia, la
economía). Fácil
les resulta condenar al maestro que piense diferente a ellos, a aquel que
altere el orden, a aquel que denuncie. Más fácil
les resulta castigarlos porque los maestros se han dedicado a trabajar en sus
aulas, sin maldad política. No han tenido un margen de tiempo
para publicar lo que en sus tiempos anochecidos escribieron en su libreta de
amarillentas hojas, cual diario al que nadie accede, pero donde asumen una
postura frente a la injusticia.
Los maestros no
ocultan sus caras porque sus demandas tienen rostros. Su identidad se dibuja
del ser y deber ser histórico, político
y cultural. Lo que son difiere del agravio que se rechaza en propia voz. Los
maestros son escuela, son saberes, son entidades que se construyen y
deconstruyen como ese ser inacabado que crece en armonía
con la naturaleza, enfrentándose
a sus no creencias que cree no creer.
En la plaza tomada
los maestros dialogan entre pares, ahí todos se ven como iguales hablando y
escuchando. En ese proceso se fortalece aquello que en sus aulas promulgan: la
reflexión, la crítica,
el debate. Muchos se autocuestionan ¿es posible que los currícula
nos oriente a formar ciudadanos pensantes y participativos, pero se nos niegue
el serlo? No puede entenderse una educación que en su praxis se difiera a sí
misma. ¿Por qué
la duda? Porque acompaña al maestro en su andar por las
ciencias y las humanidades, y se pule en ese encuentro público
que exige la construcción y socialización
del conocimiento.
Camina entre la
plaza y recorre la calle con todos, como hombre libre que construyó
con el tiempo su espacio público para defender sus ideas e
intereses donde tienen cabida todos. Es verdad, también
tienen cita (sin invitación) la represión
y la censura, el garrote y el escudo. La prudencia, la razón
y la mesura deambularán entre las mentes pensantes para esos
momentos de crisis. La confrontación, como mala compañera,
susurrará los oídos
una y otra vez para caer en tentación. Los consejeros estarán
presente, de lado y lado. En esa lucha de poderes entre rostros y capuchas, el
cobarde manda al otro sin decir que es él. La honestida, arropada en la
justicia y la honra dan fortaleza suficiente a los maestros para enfrentar con
valor los derroteros con o sin adversidades.
Danzan entre la
colectividad la incertidumbre y el rumor, uno para atemorizar y otro para
prevenir. Saben los maestros que la represión
se asomará en algún
momento; no se sabe la hora ni el día, pero llegará.
Tienen claro que son fácilmente identificados e
identificables, aún en esa valentía
que denuncia; porque el derecho a la libertad de expresarse también
tiene sus censuras, esos límites inciertos que coexisten
difuminados entre pensar y decir, escuchar y atender, entre reconocer y
reprimir. Hasta ahora lo que acompaña a los maestros es la valentía
de defender el derecho a la educación pública,
condición que hicieron suya hombres y mujeres,
padres de familia y alumnos. Hoy la sociedad es el blindaje de los maestros al
interior de la plaza tomada que los acompaña en las sombras y en la claridad.
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