Los maestros y los sentimientos de la nación
Adolfo
Gilly
Una
cuestión central que nos plantea a todos el movimiento de los maestros en
defensa de sus derechos y de la educación es la ruina en que sucesivos
gobiernos han dejado caer al sistema educativo entero, pilar de la existencia
de México como nación y de cualquier otra comunidad imaginable de seres
humanos.
Bien
describe esta situación el sociólogo Manuel Gil Antón, profesor de El Colegio
de México, en una entrevista ampliamente difundida en las redes:
[youtube.com/].
Allí
nos recuerda que, en su reciente informe, el presidente Enrique Peña Nieto dijo
que 64 por ciento de las 109 mil escuelas públicas –dos de cada tres– tienen
problemas de mobiliario y sanitario, es decir, deterioro o estado ruinoso de
pupitres, bancas, pizarras, instalaciones sanitarias y otras. En esa
degradación acumulada durante décadas están obligados a cumplir su tarea de
enseñar los maestros de este país saqueado y empobrecido.
La
primera e indispensable reforma educativa debería ser, entonces, poner en
condiciones de funcionamiento aceptable todas las instalaciones escolares,
desde los pupitres de los profesores, las bancas de los alumnos, los techos,
pisos y paredes de las aulas hasta las bibliotecas, los patios de recreo y los
servicios sanitarios de cada una de esas escuelas públicas. Es una simulación
presentar como reforma cualquier plan de evaluación de los docentes sin antes
evaluar y corregir las condiciones ruinosas en las cuales tienen que desempeñar
sus tareas.
En
la realidad lo que la actual propuesta de evaluación pretende no es mejorar las
condiciones de la educación pública, indispensable tarea nacional que debería
comenzar exactamente por el extremo opuesto: la Secretaría de Educación Pública
y sus titulares, políticos que saben muchas cosas pero carecen de los conocimientos
elementales del oficio de docente de escuela primaria. Esos conocimientos se
adquieren en la escuela normal, donde estudiaron nuestros maestros, no en la
burocracia estatal o partidaria.
En
cambio, lo que la reforma se propone es, como bien dice el profesor Manuel Gil
Antón, trasladar directamente al gobierno federal el control sobre los maestros
y sus plazas, antes ejercido a través de la mediación del aparato charro del
SNTE y de su dirigente Elba Esther Gordillo. Es un objetivo político y no
educativo.
Esto
explica la estructura, las prioridades y la prisa del proyecto, además del
despliegue de violencia física y mediática desatada contra los maestros
organizados.
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Ahora
bien, el gobierno federal ha lanzado tres reformas entrelazadas: la reforma
educativa, la reforma energética y la reforma fiscal. La soledad del Presidente
durante las celebraciones del 15 y 16 de septiembre (según las cifras
oficiales, 50 mil asistentes al Grito el día 15, con profusión de acarreados
del estado de México, junto con 19 mil efectivos armados del día 16) es un buen
indicio de dónde está buscando su apoyo este gobierno para las reformas
estructurales que busca imponer sin contar con el consenso nacional
indispensable para tal empeño.
Esa
empresa supone traspasar el control del petróleo y de los recursos energéticos
del país y entregar el usufructo de su renta petrolera y su renta minera a
empresas extranjeras, provenientes en primerísimo lugar de la poderosa potencia
militar vecina, Estados Unidos; completar la extranjerización del sistema
bancario y financiero, ya escapado del control de la nación; aumentar y
extender los enclaves de propiedades extranjeras en las costas de ambos
océanos; flexibilizar o destruir las relaciones laborales contractuales aún
subsistentes; y abolir o desvanecer derechos de los trabajadores duramente
adquiridos. La reforma educativa es ahora punta de lanza en este empeño.
El
conjunto de esta política, que sus apologistas denominan modernización, bien
puede ser definido, en cambio, como satelización de México en relación con
Estados Unidos, sus objetivos y sus designios militares, económicos y
geopolíticos.
Esta
satelización incluiría la subordinación en los hechos de las fuerzas armadas de
la nación a esos designios y a sus estructuras militares, dentro de los cuales
tanto México como Canadá y Centroamérica son considerados integrantes del
escudo defensivo de Estados Unidos en caso de conflicto mayor, que como bien
sabemos no está excluido en estos tiempos. Dentro de esos designios, la fuerza
armada de México tendría asignado el papel secundario y local de una policía
interna –una constabularia– para combatir al narco, perseguir delincuentes y
reprimir el descontento social.
En
la volátil situación internacional de estos tiempos se trata, hoy como siempre
y más que nunca, de una cuestión mayor que planea sobre todas las otras.
La
presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, acaba de cancelar su programada visita a
Estados Unidos y su entrevista con el presidente Obama a raíz del descubierto y
confesado espionaje electrónico de Estados Unidos sobre la correspondencia y
las comunicaciones presidenciales y militares de Brasil. El presidente Enrique
Peña Nieto, víctima de un espionaje similar y tal vez aún peor, se ha limitado
a decir que espera información fidedigna y explicaciones. Y ya. Resulta
imposible separar el proyecto de reforma energética del esfumado tono de esta
respuesta.
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Hace
200 años, el 14 de septiembre de 1813, José María Morelos lanzó desde
Chilpancingo el documento de libertad más avanzado de aquellos tiempos en toda
América y aún más allá, los Sentimientos de la nación, que en la fecha de su
bicentenario La Jornada reprodujo a plena página, casi como un llamado en estos
días de incertidumbre y turbulencia.
Son
sentimientos de libertad, independencia, justicia, equidad, igualdad y
soberanía del pueblo mexicano sobre su territorio, sus bienes comunes y su
destino. Volverlos a leer y a pensar es tarea grata, esencia añeja y reposada
durante estos dos siglos de vida nacional. Los maestros mexicanos los conocen y
los están defendiendo. No así quienes en estos días a esos maestros difaman y
persiguen. (La Jornada)