Antes de seguirle
JUDITH
KALMAN
Antes de
seguir distribuyendo laptops, computadoras y tablets a las escuelas, a los
maestros y a los alumnos, creo que necesitamos detenernos para pensar en el
propósito de este esfuerzo. A veces la pregunta de ¿para qué necesitamos
tecnología en la escuela? provoca expresiones de incredulidad y un notable
alzamiento de cejas, como si todos debiéramos conocer su respuesta. Sin
embargo, a mí me parece que es una pregunta válida.
Las
respuestas a esa pregunta generalmente empiezan con un discurso no muy breve
acerca de la competitividad económica, la sociedad del conocimiento y las
virtudes del aprendizaje en la pantalla; muchos mencionan la gran ayuda que
representan las computadoras para que
los profesores elaboren exámenes, preparen presentaciones, registren
calificaciones y asistencia y envíen materiales a sus alumnos. Para los
maestros, sin embargo, la competitividad económica y la sociedad del
conocimiento están muy lejos de su aula. Es cierto que la tecnología facilita
muchas de las tareas que realiza un profesor, pero eso no cambia su forma de
enseñar ni renueva la educación; simplemente la vuelve más eficiente.
He hecho
a muchos profesores esta misma pregunta acerca del para qué de la tecnología, y
las respuestas tienden a centrarse en que el alumno entrega sus trabajos más
limpios, y cómo la computadora les facilita las tareas, ahora son más puntuales
para entregarlas. Piensan que el Internet tiene mucha información y ven a la
tecnología como la instancia final de una tarea, algo para “reforzar” sus
aprendizajes. Confieso que no sé muy bien qué quiere decir esto, pero también
reconozco que lo dicen con mucha convicción. Hablando de una tarea de la clase
de español en la que el programa plantea como actividad la elaboración de un
folleto informativo, un profesor planteaba la idea de que los alumnos
confeccionaran un folleto turístico de algún lugar especial. Así visualizó su trabajo: “investigan todo lo de París y
con base en ello van resumiendo, van elaborando los cuadros hasta que lo hacen
en limpio en la computadora”.
En gran
medida, las actividades que se desarrollan con tecnología son versiones
remodeladas de actividades escolares muy conocidas. Algunos profesores buscan
en Internet ejercicios automatizados, los despliegan en la pantalla para que
los alumnos los resuelvan y así cubren un tema curricular. De esta manera,
ejercicios mecánicos sobre el uso de las comillas, las definiciones del espacio
geográfico o la clasificación de las especies consolidan su validez. Otros
profesores hacen propuestas más abiertas, pues en lugar de usar un interactivo
prefabricado, piden a sus alumnos que
hagan una “investigación” sobre un tema curricular, que elaboren diapositivas y
presenten ante sus compañeros su trabajo proyectándoles dichas diapositivas.
En las
palabras de los profesores y por las actividades que he presenciado, encuentro
muchas cosas que me inquietan, pero hay dos en particular. La primera es que
las actividades escolares que proponen se pueden hacer perfectamente bien sin
la computadora. Generaciones de niños han resuelto cuestionarios y ejercicios,
hecho carteles y folletos a mano y realizado exposiciones sin la tecnología.
Aquí no veo cuál es su aportación. La segunda, y esta es una cuestión más
profunda, tiene que ver con que las actividades propuestas revelan una creencia
social de que el conocimiento es algo acabado, que es algo que se aprehende
ignorando cómo se construye socialmente y de qué manera la tecnología puede propiciar esa
construcción. El énfasis sigue estando
en el producto y no en el proceso.