martes, 4 de diciembre de 2012


Antes de seguirle
JUDITH KALMAN

Antes de seguir distribuyendo laptops, computadoras y tablets a las escuelas, a los maestros y a los alumnos, creo que necesitamos detenernos para pensar en el propósito de este esfuerzo. A veces la pregunta de ¿para qué necesitamos tecnología en la escuela? provoca expresiones de incredulidad y un notable alzamiento de cejas, como si todos debiéramos conocer su respuesta. Sin embargo, a mí me parece que es una pregunta válida.

Las respuestas a esa pregunta generalmente empiezan con un discurso no muy breve acerca de la competitividad económica, la sociedad del conocimiento y las virtudes del aprendizaje en la pantalla; muchos mencionan la gran ayuda que representan las computadoras  para que los profesores elaboren exámenes, preparen presentaciones, registren calificaciones y asistencia y envíen materiales a sus alumnos. Para los maestros, sin embargo, la competitividad económica y la sociedad del conocimiento están muy lejos de su aula. Es cierto que la tecnología facilita muchas de las tareas que realiza un profesor, pero eso no cambia su forma de enseñar ni renueva la educación; simplemente la vuelve más eficiente.

He hecho a muchos profesores esta misma pregunta acerca del para qué de la tecnología, y las respuestas tienden a centrarse en que el alumno entrega sus trabajos más limpios, y cómo la computadora les facilita las tareas, ahora son más puntuales para entregarlas. Piensan que el Internet tiene mucha información y ven a la tecnología como la instancia final de una tarea, algo para “reforzar” sus aprendizajes. Confieso que no sé muy bien qué quiere decir esto, pero también reconozco que lo dicen con mucha convicción. Hablando de una tarea de la clase de español en la que el programa plantea como actividad la elaboración de un folleto informativo, un profesor planteaba la idea de que los alumnos confeccionaran un folleto turístico de algún lugar especial. Así visualizó  su trabajo: “investigan todo lo de París y con base en ello van resumiendo, van elaborando los cuadros hasta que lo hacen en limpio en la computadora”.

En gran medida, las actividades que se desarrollan con tecnología son versiones remodeladas de actividades escolares muy conocidas. Algunos profesores buscan en Internet ejercicios automatizados, los despliegan en la pantalla para que los alumnos los resuelvan y así cubren un tema curricular. De esta manera, ejercicios mecánicos sobre el uso de las comillas, las definiciones del espacio geográfico o la clasificación de las especies consolidan su validez. Otros profesores hacen propuestas más abiertas, pues en lugar de usar un interactivo prefabricado,  piden a sus alumnos que hagan una “investigación” sobre un tema curricular, que elaboren diapositivas y presenten ante sus compañeros su trabajo proyectándoles dichas diapositivas.

En las palabras de los profesores y por las actividades que he presenciado, encuentro muchas cosas que me inquietan, pero hay dos en particular. La primera es que las actividades escolares que proponen se pueden hacer perfectamente bien sin la computadora. Generaciones de niños han resuelto cuestionarios y ejercicios, hecho carteles y folletos a mano y realizado exposiciones sin la tecnología. Aquí no veo cuál es su aportación. La segunda, y esta es una cuestión más profunda, tiene que ver con que las actividades propuestas revelan una creencia social de que el conocimiento es algo acabado, que es algo que se aprehende ignorando cómo se construye socialmente y de qué  manera la tecnología puede propiciar esa construcción.  El énfasis sigue estando en el producto y no en el proceso.

Potencialmente, la  gran aportación de la tecnología a la educación seria un desplazamiento de nuestra atención hacia los procesos de los alumnos. No el procedimiento o las etapas de una actividad que nosotros les proponemos, sino el proceso de aprendizaje de los estudiantes. Pero para que esto pueda ocurrir, los profesores tendrían que tener experiencia 2.0, es decir, tendrían que vivir una situación en la que construyeran conocimiento acerca de algo con la ayuda de otros, un proceso de colaboración y de construcción colectiva; un proceso en el cual tuvieran la oportunidad de diseñar y socializar representaciones, demostrar conocimiento, pedir y dar ayuda, reflexionar y revisar sus ideas. Mientras no lo vivan, no lo pueden comprender. Para mí esta podría ser la clave para la incorporación de la tecnología en el aula y el camino a explorar para el diseño de una propuesta de formación docente para la incorporación de la tecnologia y la conectividad a los procesos educativos.