Educación:
nuevas reglas para viejos problemas
Javier
Aranda Luna
¿El
sistema educativo cumple con las necesidades que tenemos? ¿Qué profesionales y
ciudadanos estamos formando en las escuelas? ¿Quiénes definen en realidad los
contenidos de los planes de estudio? ¿Quiénes los autorizan? ¿Los exámenes de
opción múltiple son los ideales para medir nuestro desempeño educativo? ¿Se
vale negar la educación pública por motivos religiosos? ¿Se requieren más horas
de estudio en la educación básica? ¿Se debe reincorporar la educación artística
más allá de los bailables y coros para fiestas y ceremonias? ¿Se debe priorizar
el pensamiento crítico o la memorización?
Más
aún: ¿Cuáles son los perfiles profesionales o de ciudadanos que estamos
formando? ¿Los maestros deben ser evaluados como otros profesionales? ¿Se les
deben aplicar exámenes en fechas establecidas por la autoridad como a
cualquiera de sus alumnos o éstas podrán someterse a negociaciones de sector?
¿Tenemos la educación que merecemos?
Si
nos atenemos a los resultados parecería que México carece de un proyecto
educativo consistente o peor aún: que ha retrocedido en los pasados 10 años,
pues de cada 100 niños que ingresan a la educación básica sólo 64 la concluyen
y apenas 14 terminan una licenciatura.
Eso
no es todo: gracias a los datos de la prueba Pisa sabemos que al menos la mitad
de los alumnos que concluyen la secundaria son incapaces de comprender lo que
leen y no pueden aplicar operaciones elementales de matemáticas.
Decía
José Ortega y Gasset que somos nuestra creación. Y es cierto, pero ¿todos somos
responsables de la discrecionalidad con la que se ha llevado a cabo el proceso
educativo en los pasados 10 años?
Según
un reciente informe de la ONU, la Secretaría de Educación Pública se encontraba
subordinada al SNTE y el secretario de Educación en turno al negar la veracidad
del reporte dijo que ese sindicato era en realidad un aliado estratégico. Un
aliado, y eso no lo dijo el funcionario, que ha decidido la contratación de
casi la mitad de los maestros desde 1946, desde hace más de medio siglo sin
reglas claras.
Otro
dato que se omitió entonces fue que existían 22 mil maestros con licencia
desempeñando actividades no precisamente académicas, que cuestan al erario más
de mil 700 millones de pesos al año.
Por
eso da gusto saber que el nuevo gobierno se propone llevar a cabo una profunda
reforma educativa que sirva para elevar la calidad de la educación básica,
elaborar un registro nominal de escuelas, profesores y estudiantes, aumentar la
matrícula en educación media superior y superior y recuperar la rectoría del
Estado del sistema educativo nacional, manteniendo el principio de laicidad.
Y
si en política la forma es fondo, se dan buenas señales para que esa urgente
reforma educativa se pueda concretar: el nombramiento como secretario de
Educación de Emilio Chuayffet, adversario político de la lideresa del SNTE y el
que ésta no cuente con alguno de sus incondicionales en el sector de educación
básica ni en el sector cultural donde se nombró como responsable a Rafael Tovar
y de Teresa.
El
rector de la UNAM, José Narro, ha dicho de manera reiterada que la solución al
problema del empleo en el país es la educación, a la violación de los derechos
humanos es la educación, a los problemas de la salud es la educación, a la
desigualdad que se acrecienta es la educación, a la violencia es la educación.
Me
parece que así es: la educación es el único antídoto contra la cultura del
dinero fácil y contra la barbarie; contra la obesidad fomentada en las propias
escuelas al permitir que se vendan en sus instalaciones comida chatarra.
Es
la única herramienta para generar riqueza de manera lícita. La única que nos ha
ayudado a construir un futuro más equitativo, plural, democrático; la única que
evitará que construyamos librerías donde existen librerías y no donde hacen
falta o a publicar libros para embodegarlos y a no invertir en costosísimas
megabibliotecas que terminen convertidas en un cibercafé.
Los
estados se construyen en la educación de sus jóvenes. La educación es un bien
público, el único patrimonio que tenemos para evitar que se nos vaya el futuro…
y el presente.