martes, 11 de diciembre de 2012


Educación, seguridad y el hilo negro
Jorge Fernández Menéndez
           
        Para Ana y Pablo,
            Rami y Oriana.

Se presentó la nueva versión de la reforma educativa, que habrá que analizar con mayor detalle para que no se convierta en otra reforma similar, en la forma y en el fondo, a la de los últimos sexenios, sin atacar los verdaderos problemas de fondo que azotan a la educación pública. Desde el mismo momento en que se considera que el desafío central de la educación en el país es “recuperar el control del Estado en la educación” a través de la plena autonomía del Instituto Nacional de Evaluación Educativa, para evaluar alumnos, programas, maestros y autoridades, el diagnóstico suena incompleto, más político que educativo. La evaluación, por supuesto, es imprescindible, pero debemos insistir en que sin infraestructura, sin un cambio de modelo real, sin involucrar en todo ese proceso a los maestros, a los padres de familia y a las autoridades locales, la evaluación terminará siendo una radiografía que no mostrará las verdaderas carencias del sector. Mientras haya escuelas sin aulas, sin baños, sin electricidad, sin piso firme, mientras la distancia social se siga ampliando entre los que tienen una educación al nivel de Canadá, como en San Pedro Garza García y los millones que tienen una educación a nivel de cualquier nación africana, como en buena parte de Oaxaca, Michoacán, Guerrero, Chiapas, o amplísimas zonas de los cinturones de miseria metropolitanos, cualquier reforma quedará incompleta. Mientras maestros y alumnos deban recorrer horas para llegar a las aulas o mientras estén acosados por la delincuencia, la inseguridad o el desempleo, será difícil realizar una evaluación realista del sistema.

El tema es clave porque cualquier reforma que realmente funcione en ese terreno debe ser transversal, debe cruzar diferentes ámbitos y sectores. Algo similar ocurre en el terreno de la seguridad. El presidente Peña, en su primera semana a cargo, estuvo con los mandos militares en el Heroico Colegio Militar y días después en Nuevo León. En ambas ocasiones el tema central fue la seguridad. Y en los dos dijo lo que tenía que decir porque la realidad suele ser muy terca: que no puede haber cambios de fondo en lo que se está haciendo, por lo menos no en el corto plazo. El Ejército y la Marina seguirán en las calles, cumpliendo con sus labores de preservar la seguridad interior del país. En los estados desafiados por la delincuencia, como Nuevo León, se debe seguir haciendo lo que se hacía: construir fuerzas policiales locales confiables y con verdadera capacidad operativa para combatir el secuestro, el robo, la extorsión, el narcomenudeo. Mientras tanto deben tener, esas fuerzas y esas regiones, apoyo federal, sea policial o militar, o ambos.

No hay posibilidad de cambio en ese capítulo de la estrategia, nadie inventa el hilo negro en temas tan duros como éstos. Lo que se debe modificar es la política con la cual se lleva esa estrategia. Se debe trabajar en la coordinación institucional, se debe (aunque le pese a algunos senadores) volver a incluir la seguridad en las instituciones de gobernabilidad interior, se debe lograr que los gobernadores no se sientan perseguidos, sino parte de la solución de los problemas. Todas esas son medidas eminentemente políticas, y son las que de alguna forma se están tomando en ese ámbito. Hay que ver, como un buen ejemplo de lo anterior, el tiempo que se están tomando en Seguridad Pública para definir el próximo esquema de mandos (no habrá desmantelamiento de la SSP como algunos piensan) o cómo se planteará la organización de todo el sector, sobre todo de inteligencia, ya en la Secretaría de Gobernación.

Algo similar debería suceder en la educación. Nadie va a descubrir el hilo negro. En la educación, para aplicar la reforma se deben cambiar no las estrategias sino las políticas. Por supuesto que es necesario evaluar a maestros, alumnos y autoridades, pero eso no alcanza e incluso si es mal leído puede terminar teniendo efectos contraproducentes, si no se aterriza en la realidad cotidiana. Una cosa es enseñar en la sierra y otra en colonias de clase media urbana. Una cosa es enseñar en Monterrey, Guadalajara o el DF, y otra en casi cualquiera de las entidades del sur del país. Vamos, es muy distinto enseñar en Aguascalientes que en su vecina Zacatecas. En la educación se debe actuar como en la seguridad: ambos son los dos grandes temas de debate actuales y en los dos se tienen diagnósticos y propuestas de solución populares, que rayan en la más absoluta simplicidad.

Si los diagnósticos no son lo suficientemente precisos y profundos en esos temas, si las nuevas autoridades se van a ir con las soluciones de los aficionados que repentinamente se convirtieron en expertos, aunque ni siquiera entiendan el fenómeno, se van a equivocar, en la seguridad y en la educación, dos temas que no admiten reformas o salidas falsas, pero tampoco verticales, sino transversales, que abarquen prácticamente todo el andamiaje institucional.