Chuayffet, ideas y
personaje vetusto
AXEL
DIDRIKSSON
MÉXICO,
D.F. (Proceso).- Lo que más está cambiando en el mundo, y no es fácil ubicar
algo que lo esté haciendo en forma más perseverante, son los conocimientos, los
aprendizajes y la educación. Pero esto no ocurre en México, que tiene más de
tres décadas de atraso monumental en el tema y ahora presenta un nuevo
secretario de Educación del grupo priista más añejo y tradicional, con un
programa (o, de manera más precisa, con algunas ideas sueltas) cargado de
viejas fórmulas, que apuntan a la continuación de la degradación pedagógica y
educativa en la que nos encontramos. Así comienza este gobierno.
El tamaño
de la crisis educativa no puede ser afrontado con el perfil de un político
experto en maniobras de partido, de movilidad ascendente en puestos de poder y
de lealtades personalísimas, como es el caso de Emilio Chuayffet, ni con las
ideas vagas y conservadoras con las que se anuncia la política gubernamental
para el sector educativo. No se trata, ni debe ser visto así, de la llegada de
un secretario de Estado, al área donde se padece la degradación social más
extensa, para frenar los infinitos apetitos políticos de los miembros de la
cúpula del SNTE ni para hacer a un lado a Elba Esther Gordillo. Sería
verdaderamente una bajeza pensar que Peña Nieto ha designado a Emilio Chuayffet
para hacer un trabajo sucio contra un personaje tan decadente como la lideresa
del SNTE. No valdría la pena, ni debe pensarse que con echarla por la borda los
enormes problemas educativos del país tendrían visos de solución. Para nada.
Podría
ser hasta lo contrario, porque si esa fuera la pretensión lo único que se
lograría sería arreciar una pugna inútil entre sectores priistas del más viejo cuño
que ahondarían la actual descomposición del sistema educativo nacional. Peor
aún, se repetirían en magnitud insospechada las peleas y diatribas con las que
se la pasaron Elba Esther y los secretarios panistas de la SEP, y en verdad que
ya no estamos para tales desmesuras. Ni son necesarias ni valen la pena, y no
creo que para eso estén ubicando en el escritorio de Vasconcelos a Emilio
Chuayffet.
Los
problemas del sector no pueden afrontarse, ni remotamente, con más pruebas
hacia los maestros (con la propuesta de poner en marcha el “Servicio
Profesional de Carrera Docente” y de crear un “Sistema Nacional de Evaluación
Educativa”); ni con la idea (nada nueva) de que “ha llegado la hora de la
verdadera revolución educativa”, como la acuñó en su momento Jesús Reyes
Heroles en funciones de secretario de Educación, y que culminó con una
embestida terrible en contra de algunas universidades populares de entonces; ni
con el acopio de estadísticas sobre la planta docente. Vale decir, las cosas no
van a cambiar sólo con esas pequeñas ideas, que buscan un efecto más bien
mediático.
En las
propuestas de inicio de este gobierno no se ve ninguna idea sobre la magnitud
de la desigualdad educativa y la baja cobertura escolar; nada respecto de lo
que se ha distorsionado en materia de aprendizajes y conocimientos, o sobre el
bajo nivel del gasto por alumno y la inequidad en la distribución del mismo
gasto por entidades de la República; tampoco nada en torno a la obsolescencia
de la currícula y la baja inversión en nuevas tecnologías; ninguna propuesta
sobre la construcción de nuevas universidades públicas o sobre la regulación de
las patito, el mejoramiento de la infraestructura escolar, la salud de los
estudiantes y la participación ciudadana, entre muchas otras prioridades
bastante más significativas que las señaladas. Con un programa de unas dos o
tres iniciativas se pretende enmendar lo que es la peor crisis que se ha vivido
en la historia del sistema educativo nacional. Parches, con un encargado para
hacer remiendos al que no se le conoce oficio en lo estrictamente educativo.
La
designación de un personaje como Emilio Chuayffet en la SEP suena más bien a
que la educación se considera un trampolín político más que una tarea de
responsabilidad social, y que la educación sólo debe ser tomada en cuenta para
alcanzar el dominio y la imagen que busca presentar el grupo compacto ungido en
el poder, desde sus principios de gobernabilidad, adquiridos y practicados por
lustros: cooptar, reprimir, sojuzgar o hacer demagogia. Chuayffet está hecho
para manejarse con soltura en estas tareas.
No
debería aceptarse sin más una nueva reforma educativa parchada que modifique,
otra vez, el artículo 3° constitucional con medidas sin trascendencia. Valdría
más discutir en serio sobre lo que significa construir un proyecto de país
distinto al que se nos ha dejado como un chiquero, en donde se regocijan
delincuentes e ignorantes a los que les gusta demostrar que lo son. Vayamos
mejor a una discusión a fondo de lo que implica situar a la educación en el
centro de una política social y pongamos a debate lo que esto significa, y,
desde allí, observemos si, en verdad, algún político de puertas abiertas y
mente experimentada podría dar cuenta de una apertura al diálogo digno y
necesario. ¿Será esto harto incomprensible?