Bienvenidas
las reformas, pero…
GERMÁN
ÁLVAREZ M.
Las
reformas educativas que rápida y hábilmente produjo Peña Nieto en apenas dos
semanas de estreno son positivas… pero no son la panacea. En primer lugar falta
ver cómo se pondrán en práctica, es decir, cómo se traducirán en programas,
recursos y, al final, en resultados. En un país cuya clase política y sus
gobernantes se han distinguido por la demagogia, es sano ser escéptico y más lo
es exigir congruencia entre lo dicho y lo hecho. En segundo lugar, habrá que
esperar cómo el camaleónico SNTE responde a las reformas, pues si bien una
parte de éstas puede minar seriamente su poderío al retirarle control sobre el
ingreso y la promoción, su capacidad de conservación de espacios y recursos
económicos y políticos, desde las escuelas hasta los niveles altos de la
burocracia educativa, es enorme, en buena medida por la cesión que los
gobiernos han hecho de lo que ahora se pretende recuperar, la llamada rectoría
del Estado sobre la educación.
Por
ello, es necesario proseguir con la política de desarticulación del poder
sindical sobre la educación y su gobierno. Ojo, no de desarticulación de la
representación gremial, pues es innegable e irrenunciable el derecho del
magisterio a contar con uno o más sindicatos. Entonces habrá que seguir la
pista de los recursos indebidos y cerrar la llave: plazas, comisiones,
salarios, cargos gubernamentales, de supervisión y escolares dados como
prebenda sindical deben ser eliminados. También sería conveniente que la SEP
dejara de recolectar las cuotas sindicales pues el costo de esa administración
la pagamos todos los contribuyentes y no es justo que ese recurso se destine a
una entidad no pública como lo es el sindicato.
En
lo que respecta a la evaluación para el anunciado Servicio Profesional de
Carrera Docente, ya veremos si es técnicamente válida la propuesta para el
ingreso y la promoción de los profesores. Nada sería más desafortunado que
repetir el esquema memorístico de los exámenes que tanto gustaron a los
funcionarios educativos del sexenio pasado o repetir el expediente de la
puntitis que ha asolado la profesión académica en la educación superior. En su
lugar, estamos ante una buena oportunidad de ensayar esquemas comprehensivos de
evaluación de los maestros, que consideren la experiencia no como acumulación
de comprobantes sino como aportaciones a la carrera docente en los contextos
escolares de desempeño; el desempeño mismo evaluado por colegas y estudiantes;
la valoración directa de clases; y la mejora de los desempeños estudiantiles
con respecto a los desempeños anteriores (de “valor agregado”). Una evaluación
de esta naturaleza exige que los centros escolares tengan un papel mucho más
activo en la selección de los profesores, en función de sus proyectos de mejora
y de sus perspectivas de desarrollo, y que la desconfianza implícita en los
sistemas de evaluación que se practican en México ceda lugar al principio de la
confianza, factor que puede dinamizar nuestra deteriorada vida social. Este tipo
de esquemas debe descansar en una formación profesional de rigurosa calidad, lo
cual implica profundizar de inmediato la reforma de la enseñanza en las
normales, elevar sus niveles académicos y mejorar los procesos de selección de
los estudiantes que serán los futuros maestros.
La
reforma anunciada nada ha dicho sobre la educación misma. Es un hecho que, en
términos generales, la reforma curricular de la educación básica en el sexenio
pasado ha sido un desastre y una muestra elocuente es la incompetencia educativa
del gobierno anterior. Entonces, habrá que empujar una nueva reforma, que
elimine no sólo el absurdo enfoque supuestamente basado en competencias y los
materiales educativos de ínfima calidad que lo acompañan, sino desarrollar una
visión educativa centrada en habilidades básicas, guiada bajo el principio del
gusto y disfrute por la lectura, los conocimientos, la solución de problemas y
la convivencia plural, con una propuesta mucho más esbelta de contenidos
educativos, por supuesto, sin empobrecerlos, ni afectar la calidad con la que
deben ser presentados.
La
reforma deberá además hacerse seriamente cargo del enorme “déficit” educativo
de la población mexicana: más de 33 millones de personas mayores de 15 años no
han concluido su educación básica. El estado deberá poner todos los recursos
necesarios para que esto deje de ocurrir en un corto plazo. Y eso implica
volver con gran energía a las comunidades y grupos de la población marginados
de este elemental derecho, incluidos las poblaciones de adultos, que fueron
prácticamente abandonados en la administración anterior.
En
resumen: la reforma que recupera la rectoría del estado sobre la educación, es
decir, que retira al sindicato de decisiones sobre el ingreso y la promoción
del profesorado es positiva. Pero se requiere avanzar más en desmontar las
piezas que permitieron al SNTE el poderío que ostenta. Se requiere también
generar esquemas comprehensivos de evaluación docente, ampliar progresivamente
la participación de las escuelas y profundizar la reforma a las normales. Una
reforma a la educación sin contenido educativo no es tal. Por tanto, es
imprescindible replantear la educación básica bajo nuevos enfoques y desterrar
la mediocridad en la que fue confinada por el gobierno pasado, así como encarar
el enorme desafío de lograr que toda la población mexicana cuente al menos con
educación básica. Nada más, nada menos. Publicado en Educación a debate