lunes, 17 de diciembre de 2012


La reforma educativa ¿liquida al sindicato?
OTTO GRANADOS

Contra lo que pensaron muchos analistas con precipitación, la reforma educativa no necesariamente será del mayor agrado del SNTE y de quien lo controla pero está lejos de significar su liquidación o una modificación integral de las reglas del juego. Veamos.

La captura de la SEP se vino orquestando mucho antes de que la señora Gordillo fuera instalada en el SNTE en 1989, tanto con el Reglamento de las Condiciones Generales de Trabajo del Personal de 1946, que estableció en la práctica un gobierno paritario en la Secretaría, como con el Reglamento de Escalafón de los Trabajadores al Servicio de la SEP de 1973, que, junto con el histórico control de las normales por parte de la dirigencia magisterial, es el instrumento que hizo posible un potente esquema de lealtades del personal docente y no docente con el sindicato, pues de él depende el manejo de plazas y promociones.

Este es el centro de lo que la reforma del presidente Peña desea empezar a corregir y se entiende que, una vez aprobada la reforma del 3º constitucional y en su momento de la Ley General de Educación, ambos reglamentos deberán ser derogados para dar paso a otra norma que detalle las modalidades futuras (puesto que no hay retroactividad) de acceso, permanencia y ascenso en la carrera docente. Hasta allí, está claro.

Pero desde el punto de vista político se trata de un enfoque práctico para el sindicato porque por ahora deja intacta, entre otras cosas, su estructura unitaria como organización nacional, la titularidad de las relaciones laborales, la afiliación obligatoria (al menos hasta que el nuevo servicio profesional docente no construya una cultura de acceso al margen de la influencia sindical), la doble negociación salarial o la retención y entero de las cuotas sindicales.

Esto es de la mayor importancia. Por un lado porque si bien será hasta dentro de varias generaciones cuando se hayan vuelto sistémicos los nuevos procedimientos en materia de plazas y ascensos, por lo pronto el sindicato tenderá a concentrarse férreamente en lo que sí le toca: la defensa de los derechos de sus miembros y sus llamadas conquistas económicas y laborales, ampliadas ahora por sus alianzas con los gobernadores, y esto cambiará la sustancia de su cohesión interna pero finalmente la preserva. Lo advirtió perfecto don Jaime Torres Bodet hablando de las complicidades de los supervisores escolares: saben que “la gratitud de sus subalternos les sería, a la larga, más provechosa que la estimación de sus superiores”.

Y, por otro, es difícil que el Estado piense en modificar de tajo ese peculiar esquema laboral sin promover lo mismo, por analogía, en otros sindicatos públicos, como el petrolero, que tiene cinco representantes en el consejo de administración de Pemex, o electricista que tiene tres consejeros en CFE, y en donde ambos ejercen influencia significativa.

¿Es la solución perfecta? No, pero en política frecuentemente se elige entre la menos mala de las opciones. og1956@gmail.com