Los insultos entre
intelectuales
René
Avilés Fabila
Acabo de
recibir y leer dos libros mexicanos: El arte de insultar, de Héctor Anaya, y
una obra indefinible de Gonzalo Martré, autor de uno de las mejores novelas
sobre el 68, Los símbolos transparentes: Idilio salvaje, una despiadada sátira
sobre un personaje de tormentas: Consuelo Sáizar, quien de la nada irrumpió en
la vida cultural mexicana apareciendo como directora del Fondo de Cultura
Económica y enseguida como titular del Consejo Nacional para la Cultura y las
Artes. El primero es un recuento bien documentado sobre las pugnas de
distinguidos intelectuales mexicanos entre sí. Pleitos que surgieron de
envidias, antipatías o simplemente por cobrar una afrenta. Los nombres de
quienes han dejado huella en el arte mexicano de insultar son muchos y Héctor
lo acepta, la lista sería eterna. Las diferencias en el mundo de los artistas
suelen ser resueltas a golpes de inteligencia, con agudeza y mala leche. En
estos encontronazos han participado desde figuras oscuras como Guillermo
Sheridan hasta las monumentales como Jaime Torres Bodet y Salvador Novo.
Me parece
que el de Héctor Anaya es un esfuerzo loable para saber cómo dirimen sus
diferencias personales los intelectuales. Imposible hacer una obra
totalizadora. Mi propio caso me lo aclara. Recuerdo que Jorge Volpi, en su
tesis doctoral, convertida en libro, utilizó algunos intercambios de críticas
en la época en que yo publiqué mi primera novela, Los Juegos. Fue un libro que
ofendió a prácticamente la totalidad de los grandes escritores y artistas
plásticos de aquella época, los que, por cierto, siguen siendo los mismos,
salvo algunas bajas. La verdad es que Héctor pudo preguntarme algunos casos
concretos sobre aquel escándalo que consiguió que una intelectual sensata como
María Elvira Bermúdez escribiera en un afamado diario: René Avilés Fabila no es
objeto de crítica literaria, sino de juicio penal. Respondí ataques y
agresiones con muchas más, las publicaba normalmente en la revista generosa de
José Pagés Llergo, en Siempre! Su dueño me veía llegar y preguntaba a quién se
chinga esta semana. Debo confesarlo: fue un mal arranque, los odios me han
seguido desde entonces y si bien en la literatura me inscribo en una tendencia
fantástica, en el periodismo soy más directo. Sólo esta historia personal me
hace pensar que en tal campo la lista es infinita y no fácil de obtener
completa. Y Héctor lo prueba con docenas de frases irónicas de destacados
literatos de otras nacionalidades.
El libro
contiene, como añadido, entrevistas con algunos de aquellos que tenemos fama de
peleoneros. José Agustín, Huberto Batis, Emmanuel Carballo y yo, a quienes
Héctor considera insolentes o quizás arrogantes. De este capítulo me
desconcertaron mis palabras, al contrario de las de mis colegas, son suaves,
tersas, poco aguerridas. ¿Me estaré haciendo viejo o cobarde? A mi edad, Germán
List Arzubide o Salvador Novo eran capaces de terribles palabras. En las redes
sociales soy cordial y poco recurro a la violencia verbal, salvo con un pendejo
que me exigió una reparación a Monsiváis por haberlo ironizado largamente. Para
colmo, mis alumnos me aceptan con agrado y sólo los políticos me detestan,
siempre solemnes y tan lejos del sentido del humor.
Héctor
Anaya consiguió un libro interesante al documentar las insolencias y blasfemias
de los intelectuales mexicanos. Algunas son muy divertidas e ingeniosas.
El libro
de Gonzalo Martré, Idilio salvaje, es una prueba de lo dicho por Héctor.
Gonzalo le dedica docenas de páginas a Consuelo Sáizar. No me gustaría ver su
reacción si es que llega a leerlo. Pero como dice el refrán, quien siembra
vientos cosecha tempestades. Los académicos dirían que Gonzalo escribió un
libelo, yo lo veo como una crítica satírica, tal como la califica el autor.
Pero es una prueba contundente de que hay en efecto mucha maledicencia en los
escritores, sobre todo si han sido agraviados por el poder. Consuelo, cuya
gestión fue para beneficiar a sus amigos y humillar a sus enemigos, pasó a la
historia nacional de la infamia con este libro terrible.
Entre
ambos libros, se abre la posibilidad de analizar con buen humor a los
complicados intelectuales. Cuando medio México intelectual me insultaba (el
otro medio México me apoyaba) por ironizar a los futuros clásicos, Rafael
Solana escribió un artículo en El Universal pidiendo una lectura humorística de
mi novela Los Juegos, otro tanto hicieron en México en la cultura Juan Vicente
Melo y el fino narrador Antonio Magaña Esquivel y mi querido Andrés Henestrosa
hacían notar que si en la literatura mi pasión era la fantasía, en el
periodismo mi saña era a veces excesiva. Pero no hay que tomarse tan en serio
las pugnas entre intelectuales, por ahora muchos son producto de su cercanía
con el poder. Están en espera del juicio de la historia. Yo no seré célebre,
pero eso tiene una ventaja: no habrá una calle con mi nombre, eso evita el
riesgo de hacer esquina con Octavio o, peor todavía, con Carlos Monsiváis. Por
cierto, el primero dijo que Monsi no era un hombre de ideas, sino de
ocurrencias. Para colmo, Paz escribió un artículo irónico calificándome como Ah
vil es. Y yo recordé que Chucho Arellano escribió que el poeta era peruano,
pues en los círculos literarios le decían el Inca-Paz, por sus plagios
reconocidos. www.reneavilesfabila.com.mx
www.recordanzas.blogspot.com