La Ley General de Educación:
inamovible
MANUEL
GIL
Es
vieja pero actual y perdurable. La contundencia de la Ley General para la
Desigualdad Educativa, que no requirió modificaciones legales ni decretos,
contribuye a poner en su lugar lo sucedido con la detención de la profesora
Gordillo. Sin duda es importante, pero no sólo lo que genera estruendo en los
medios anticipa el futuro de la educación. En silencio, cada día, ocurre algo
vergonzoso: hay una relación directa entre la proporción de alumnos becados por
el Programa Oportunidades, y las carencias en las escuelas a las que asisten. A
los niños y niñas que se encuentran en situación de pobreza aguda, y que por
ello reciben un apoyo para estudiar, el país les ofrece los peores espacios
para lograr el aprendizaje. ¿Quiere usted localizar una escuela en pésimas condiciones
materiales y carente de casi todo lo demás? Siga la siguiente pista: averigüe
cuáles son los planteles con mayor porcentaje de alumnos que reciben la ayuda
de ese programa social, y ahí encontrará, con poco margen de error, a una
escuela desvalida, rota, en quiebra; sin condiciones materiales ni humanas para
generar procesos de enseñanza ya no se diga eficaces, sino al menos con
aspectos de dignidad elementales. Donde más se requiere un buen espacio para la
formación sólida, en algo fundamental como la lectoescritura, la política
educativa del Estado ha sido un desastre: más y mejor educación para los que
tienen más, y menos, mucho menos, a los que tienen poco y requieren, con
urgencia, más.
Expertos
y funcionarios en materia de desarrollo social cuentan con datos contundentes
de tal manera que la ley referida está vigente. ¿No sirve Oportunidades?
Probablemente haya errores o su lógica sea discutible, pero lo que subyace y
desnuda los cimientos del fracaso es que la política social en el país, destinada
a resolver problemas tan severos como la pobreza, no está coordinada.
Oportunidades otorga una cierta cantidad de dinero a los hogares que se ubican
en situación de pobreza, a cambio —con la condición— de que los niños sean
llevados por sus padres al centro de salud, la escuela y hagan otras
actividades cuyo fin es, expresamente, “formar capital humano para romper la
reproducción intergeneracional de la pobreza”. Si la nueva generación tiene
mejor salud y nutrición, y más escolaridad, la conclusión de los que lo echaron
a andar es que obtendrá un empleo bien remunerado que le permitirá dejar atrás
la indigencia.
Hay
dos supuestos falsos: el primero es que habría empleo suficiente para que las
ventajas en alimentación, bienestar físico y asistencia a la escuela pudieran
fructificar. El crecimiento del empleo no ocurrió. Por otra parte, se confundió
escolarizar con educar: para conservar el subsidio, se envía a los pequeños a
las escuelas, pero como en ellas no se aprende dadas sus profundas carencias,
aumenta el número de años de asistencia sin lograr el conocimiento sólido de lo
básico. Al terminar primaria, en las escuelas urbanas 10% de los alumnos no
tienen capacidad de leer y escribir lo necesario; en las rurales urbanas y
rurales marginadas, y las indígenas, la proporción supera 40%. Datos del INEE.
Oportunidades
logra que vayan a las aulas, pero no está en sus manos que las escuelas sean de
calidad: eso le corresponde a la SEP federal y a las de los estados. Como no
han hecho su trabajo, la asistencia no se convierte en conocimiento relevante.
Enfrentar este entuerto es central en cualquier proyecto de reforma educativa
que valga la pena. ¿Habrá voluntad política y capacidad técnica para
resolverlo?
Creer
que la reforma educativa ya sucedió al cambiar palabras en la Constitución, o
iniciar un proceso contra la señora Gordillo, es una ilusión. No son pasos
triviales pero, frente a la contundencia de la Ley que produce desigualdad ¡al
pretender evitarla! podemos calibrar el tamaño de los obstáculos. Dar la mejor
educación a los que de forma apremiante la requieren, y modificar la
distribución del ingreso no son espectaculares como fotos en el presidio. Son
acciones política y éticamente indispensables. Difíciles, claro, pero sin
voluntad y planes bien pensados para desatar ese nudo, la Reforma no pasará del
Paseo que lleva un nombre parecido.
*
Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México.
Publicado
en El Universal