lunes, 4 de marzo de 2013


Nerón en Tepepan /
Juan E. Pardinas

“El poder corrompe, pero el poder absoluto corrompe absolutamente”. La máxima de Lord Acton se queda corta para retratar los excesos de la ex emperatriz magisterial. Hay algo mucho más corrosivo y corruptor que el poder: la impunidad. Sin contrapeso, ni sanción, su delirio tenía los mismos límites que su tarjeta de crédito en Neiman Marcus. La mujer más poderosa de México era también un símbolo de las regiones más descompuestas de nuestra vida pública: el Estado doblegado frente a los intereses particulares, el sistema de partidos subordinado ante el calendario electoral, el presupuesto público al servicio de caprichos privados. El nulo pudor de sus excesos era el ejemplo más sintomático de las enfermedades de la República.

En la Inglaterra de tiempos de Shakespeare, los actores varones tenían que cubrir los papeles de personajes femeninos. En el sindicato magisterial era una mujer la que cumplía el rol del veleidoso emperador Romano. Mientras Roma era consumida por las llamas, Nerón tocaba el arpa. Mientras los niños mexicanos obtenían los últimos lugares en las pruebas de desem- peño educativo de la OCDE, la señora se iba de shopping para saciar sus instintos de compradora compulsiva.

Desfigurada por el bisturí su propia vanidad, su rostro inspiraba el miedo de niños y adultos. A los infantes les asustaba su semblante y a los mayores les aterraba su agudo manejo del poder. Entre el conjunto de adultos que temblaban ante su nombre, se contaba a legisladores, gobernadores, secretarios de Estado y presidentes de la República. En esa nómina de corvas tambaleantes estaban abonados los principales encargados de gobernar a México.

Con el arresto de Nerón, el Estado mexicano le perdió el miedo a los poderes fácticos. La autoridad ha dejado de ser el payasito de los pastelazos. Esto ya es, por sí mismo, una buena noticia. ¿El episodio será una anécdota aislada del sexenio o una primera escala en una larga cruzada en contra de la impunidad? Cualquier respuesta es una mera especulación. Sin embargo, lo más destacable de la aprehensión del martes pasado no sólo es el hecho, sino también la forma. La PGR cuidó el debido proceso y la presunción de inocencia. No hubo fotos ni video para satisfacer los morbos audiovisuales. El caso Cassez sí tuvo sus moralejas útiles para el sistema de procuración de justicia. Durante dos sexenios, los gobiernos del PAN fueron ineptos en el ejercicio del poder y desdeñosos de los procedimientos que sustentan al Estado de derecho. Si en política la forma se transmuta en fondo, en la justicia el proceso es substancia.

En menos de tres meses, el presidente Peña Nieto ya dio una dramática nota de contraste con el pasado inmediato. Sin embargo, lo que vimos el martes tampoco tiene que ver con los usos y costumbres del viejo dinosaurio priista. Si en tiempos de Salinas de Gortari a La Quina le hubieran aplicado un debido proceso de justicia, el líder sindical de Pemex jamás hubiera pisado la cárcel. Si, en 1989, a La Quina lo hubieran acusado del asesinato de Álvaro Obregón y el robo del penacho de Moctezuma, algún juez habría encontrado méritos para declararlo culpable.

El derecho sin poder político apenas sirve como tema para un coloquio académico. El poder sin sustento en la ley es la llave del autoritarismo. El poder político y la fuerza del derecho sumaron sus potencias para ponerle un alto a la desmesura versallesca de Elba Esther Gordillo. Cuando Enrique Peña Nieto afirmó que nadie podía estar por encima de la ley, los hechos validaron sus dichos. Con lo que suceda o deje de suceder en el futuro sabremos si la validez de sus palabras también es aplicable para el resto de su gobierno.

Twitter: @jepardinas

Publicado en Reforma