viernes, 8 de marzo de 2013


Participación femenina en la ciencia: de la danza al microscopio
SYLVIE DIDOU AUPETIT

En muchas escuelas del nivel medio superior (y, me imagino, en otros niveles educativos), los alumnos están celebrando el día internacional de la Mujer. Viendo en algunos establecimientos cercanos a mi casa a las niñas bailando, como en cualquier otro festival o conmemoración, ante los ojos de sus compañeros formados en filas de espectadores aparentemente complacidos, uno puede preguntarse cuál es la efectividad de la celebración.

La interrogante no es ociosa: si bien uno de los grandes logros del sistema educativo mexicano ha sido la incorporación de un porcentaje creciente de mujeres,  en todos los ciclos incluyendo la educación superior, desde los 70, persisten desigualdades cualitativas e incluso cuantitativas preocupantes. Según el Índice de Competitividad Mundial elaborado por el Foro Económico Mundial, México no cuenta con las capacidades científicas y de innovación correspondientes a su condición de desarrollo económico (país de renta media). Entre los factores que explican ese desequilibrio, está la  baja participación femenina en la economía y la ciencia, un indicador respecto al que el país ocupa un poco honroso lugar 121 de 144, según las cifras mencionadas en un reporte elaborado por el Instituto Mora para el CONACYT.

En lo que respecta a la incorporación de las mujeres al sistema nacional de Ciencia y Tecnología, el Atlas de la Ciencia en México muestra un panorama similar al general. Por el lado positivo, indica que, en el Sistema Nacional de Investigadores, su participación ha crecido desde 1984 (fecha en la que era casi nula) hasta un 31% en 2006 y un 34% en enero 2012. Pero también revela la permanencia de desigualdades añejas. Entre esas, destacan las profundas diferencias en su participación porcentual en las plantillas científicas por área del conocimiento. Si bien las mujeres representan casi el 50% de los investigadores nacionales en Humanidades, apenas  son el 10% de las ciencias físicas. Por nivel de escolaridad, el número de doctoras es menor al de sus homólogos masculinos, debido a que su ingreso a ese nivel educativo ha sido más tardío que el de ellos y desfasado con respecto de las pautas temporales de consolidación de los programas nacionales de doctorado. Su edad académica promedio, calculada a partir de los años de profesionalización después de la fecha de obtención del máximo grado de escolaridad, es menor a la de los hombres, probablemente debido a dificultades que no han sido superadas para combinar las exigencias del llamado ciclo vital con las de la profesionalización: la incompatibilidad entre ambas implica que ellas ingresen a una edad más avanzada que los hombres al SNI  y tengan un esquema de promoción interna entre las categorías más lento. Finalmente, los datos por entidades federativas demuestran que persisten variaciones territoriales en relación a ese modelo general: sigue siendo más fácil combinar la condición profesional de investigadora con la adscriptiva de género femenino en el Distrito Federal que en varios estados de la República.

Aunque se haya discutido el punto en Foros organizados por el propio SNI en Mayo 2010 y por la UAM en 2012, el CONACYT todavía no implementa una política deliberada, clara y suficiente que permita a las científicas combinar las exigencias, sobre todo de la maternidad (como crianza y acompañamiento y no sólo como embarazo) con las del desempeño y de productividad académica. Por ejemplo, no reconoce las problemáticas particulares de doctorados de calidad que incorporan a proporciones elevadas de mujeres procedentes de grupos vulnerables y/o en edad reproductiva. Sería indispensable revisar tanto el reglamento de las becas como los de promoción en el SNI y de evaluación de los programas del Padrón Nacional de Posgrados de Calidad para empezar a atender una situación que, al parecer, sólo genera preocupación cada 8 de marzo.  Pero el CONACYT dista mucho de ser el único responsable de la situación y la composición por género de los integrantes del SNI sólo es un espejo de una desigualdad que arranca desde la primaria.

Si se quiere realmente que el sistema nacional de Ciencia y Tecnología sea más equitativo y crezca a los niveles que requiere el desarrollo del país, urge convocar a todas las Subsecretarias del ramo educativo, además del CONACYT, para que promuevan programas de incorporación de las niñas a la ciencia con becas de fomento y de retención para las más dotadas, que cubran de la primaria al doctorado. Urge que diseñen acciones de sensibilización para que los docentes y los responsables de las escuelas, desde la educación primaria hasta la terciaria, entiendan que la igualdad de género no va a poder ser alcanzada con bailables  sino que implica una acción cotidiana de generación y detección de capacidades científicas entre las mujeres, desde el actuar cotidiano en el salón de clases. Urge, por otra parte, que el CONACYT cuente con diagnósticos sobre la participación femenina en el sistema de ciencia y tecnología por área disciplinaria, institución y estado,  apoyado por otros organismos como la Academia Mexicana de Ciencia y el Foro Consultivo Científico y Tecnológico. Urge que re-articule todos sus dispositivos de evaluación del desempeño individual e institucional en torno a la variable género. Finalmente y quizás más que nada, es indispensable que cuente con micro-diagnósticos sobre desigualdades de género en la ciencia para diseñar programas que ayuden a superar los obstáculos allí donde estén en lo concreto. El CONACYT muestra algunos indicios de una mayor sensibilidad a la problemática de la mujer en la ciencia (por ejemplo, la convocatoria para proyectos de investigación sobre mujeres, violencia y educación superior manejada por el CONACYT y el Inmujer en 2013 o el programa de atención a mujeres indígenas becarias de posgrado) pero los avances son embrionarios y localizados. En un contexto nacional en el que las acciones para el fomento a la equidad están presentadas como un eje central de la acción gubernamental en materia educativa, esos esfuerzos sueltos deben ser robustecidos, sistematizados y monitoreados. Si no es así, las niñas seguirán bailando y cantando…

* Investigadora de tiempo completo en el Departamento de Investigaciones Educativas del Centro de Investigación  y Estudios Avanzados  (CINVESTAV)