Participación
femenina en la ciencia: de la danza al microscopio
SYLVIE
DIDOU AUPETIT
En muchas
escuelas del nivel medio superior (y, me imagino, en otros niveles educativos),
los alumnos están celebrando el día internacional de la Mujer. Viendo en
algunos establecimientos cercanos a mi casa a las niñas bailando, como en
cualquier otro festival o conmemoración, ante los ojos de sus compañeros
formados en filas de espectadores aparentemente complacidos, uno puede
preguntarse cuál es la efectividad de la celebración.
La
interrogante no es ociosa: si bien uno de los grandes logros del sistema
educativo mexicano ha sido la incorporación de un porcentaje creciente de
mujeres, en todos los ciclos incluyendo
la educación superior, desde los 70, persisten desigualdades cualitativas e
incluso cuantitativas preocupantes. Según el Índice de Competitividad Mundial
elaborado por el Foro Económico Mundial, México no cuenta con las capacidades
científicas y de innovación correspondientes a su condición de desarrollo
económico (país de renta media). Entre los factores que explican ese
desequilibrio, está la baja
participación femenina en la economía y la ciencia, un indicador respecto al
que el país ocupa un poco honroso lugar 121 de 144, según las cifras
mencionadas en un reporte elaborado por el Instituto Mora para el CONACYT.
En lo que
respecta a la incorporación de las mujeres al sistema nacional de Ciencia y
Tecnología, el Atlas de la Ciencia en México muestra un panorama similar al
general. Por el lado positivo, indica que, en el Sistema Nacional de
Investigadores, su participación ha crecido desde 1984 (fecha en la que era
casi nula) hasta un 31% en 2006 y un 34% en enero 2012. Pero también revela la
permanencia de desigualdades añejas. Entre esas, destacan las profundas
diferencias en su participación porcentual en las plantillas científicas por
área del conocimiento. Si bien las mujeres representan casi el 50% de los investigadores
nacionales en Humanidades, apenas son el
10% de las ciencias físicas. Por nivel de escolaridad, el número de doctoras es
menor al de sus homólogos masculinos, debido a que su ingreso a ese nivel
educativo ha sido más tardío que el de ellos y desfasado con respecto de las
pautas temporales de consolidación de los programas nacionales de doctorado. Su
edad académica promedio, calculada a partir de los años de profesionalización
después de la fecha de obtención del máximo grado de escolaridad, es menor a la
de los hombres, probablemente debido a dificultades que no han sido superadas
para combinar las exigencias del llamado ciclo vital con las de la
profesionalización: la incompatibilidad entre ambas implica que ellas ingresen
a una edad más avanzada que los hombres al SNI
y tengan un esquema de promoción interna entre las categorías más lento.
Finalmente, los datos por entidades federativas demuestran que persisten
variaciones territoriales en relación a ese modelo general: sigue siendo más
fácil combinar la condición profesional de investigadora con la adscriptiva de
género femenino en el Distrito Federal que en varios estados de la República.
Aunque se
haya discutido el punto en Foros organizados por el propio SNI en Mayo 2010 y
por la UAM en 2012, el CONACYT todavía no implementa una política deliberada,
clara y suficiente que permita a las científicas combinar las exigencias, sobre
todo de la maternidad (como crianza y acompañamiento y no sólo como embarazo)
con las del desempeño y de productividad académica. Por ejemplo, no reconoce
las problemáticas particulares de doctorados de calidad que incorporan a
proporciones elevadas de mujeres procedentes de grupos vulnerables y/o en edad
reproductiva. Sería indispensable revisar tanto el reglamento de las becas como
los de promoción en el SNI y de evaluación de los programas del Padrón Nacional
de Posgrados de Calidad para empezar a atender una situación que, al parecer,
sólo genera preocupación cada 8 de marzo.
Pero el CONACYT dista mucho de ser el único responsable de la situación
y la composición por género de los integrantes del SNI sólo es un espejo de una
desigualdad que arranca desde la primaria.
Si se
quiere realmente que el sistema nacional de Ciencia y Tecnología sea más
equitativo y crezca a los niveles que requiere el desarrollo del país, urge
convocar a todas las Subsecretarias del ramo educativo, además del CONACYT,
para que promuevan programas de incorporación de las niñas a la ciencia con
becas de fomento y de retención para las más dotadas, que cubran de la primaria
al doctorado. Urge que diseñen acciones de sensibilización para que los
docentes y los responsables de las escuelas, desde la educación primaria hasta
la terciaria, entiendan que la igualdad de género no va a poder ser alcanzada
con bailables sino que implica una
acción cotidiana de generación y detección de capacidades científicas entre las
mujeres, desde el actuar cotidiano en el salón de clases. Urge, por otra parte,
que el CONACYT cuente con diagnósticos sobre la participación femenina en el
sistema de ciencia y tecnología por área disciplinaria, institución y
estado, apoyado por otros organismos
como la Academia Mexicana de Ciencia y el Foro Consultivo Científico y
Tecnológico. Urge que re-articule todos sus dispositivos de evaluación del
desempeño individual e institucional en torno a la variable género. Finalmente
y quizás más que nada, es indispensable que cuente con micro-diagnósticos sobre
desigualdades de género en la ciencia para diseñar programas que ayuden a superar
los obstáculos allí donde estén en lo concreto. El CONACYT muestra algunos
indicios de una mayor sensibilidad a la problemática de la mujer en la ciencia
(por ejemplo, la convocatoria para proyectos de investigación sobre mujeres,
violencia y educación superior manejada por el CONACYT y el Inmujer en 2013 o
el programa de atención a mujeres indígenas becarias de posgrado) pero los
avances son embrionarios y localizados. En un contexto nacional en el que las
acciones para el fomento a la equidad están presentadas como un eje central de
la acción gubernamental en materia educativa, esos esfuerzos sueltos deben ser
robustecidos, sistematizados y monitoreados. Si no es así, las niñas seguirán
bailando y cantando…
*
Investigadora de tiempo completo en el Departamento de Investigaciones
Educativas del Centro de Investigación y
Estudios Avanzados (CINVESTAV)