La
permanencia
Javier Corral
No fue capaz de
asumir que había llegado el final de su ciclo. No supo
retirarse, porque tampoco lo deseaba. Sus críticos
la llamaron “Doña Perpetua”
y ella se solazaba en el apodo imaginando su permanencia para siempre. Fueron
23 años en el disfrute de ese poder que la llevó
a tantos excesos, lujos y banalidades, haciéndolos
cada vez más ostensibles, casi como respuesta
proporcional al incremento de su rechazo en la opinión
pública. Perdió todo rubor y se sintió
intocable.
Es que había
logrado un tránsito entre sexenios de manera
inaudita, y cruzó sin dificultades la alternancia política
en la Presidencia de la República que no sólo
no la tocó, sino que la reempoderó;
porque en cuanto ella midió a Vicente Fox, supo que estaba ante un
hombre alto, pero vacío; al que de inmediato le impuso el
secretario de Educación Pública,
acostumbrada a negociar con ella misma.
Se engulló
al primer presidente de la alternancia con la facilidad de la verdadera escuela
que provenía: la de la inteligencia malvada, la
del salinismo, que la había sacado de las sombras de Jonguitud
para encarnar la traición al líder
y garantizar que todo siguiera igual,
en uno de los
sometimientos políticos más
inexplicables de gremio alguno.
Fue tal su habilidad
política que, en el escaso margen con el que se decidió
la elección del 2006, ella logró
colocar la idea de que su apoyo a Felipe Calderón
había sido el decisivo y
no la Ley Televisa. Tenía las estadísticas
consigo y bastaba comparar los resultados que sus candidatos al Congreso habían
obtenido bajo las siglas del nuevo Panal, con los sufragios que había
logrado su candidato presidencial, Roberto Campa Cifrián.
En reciprocidad
Calderón le concedió
la subsecretaría más
importante, la de educación básica;
le dejó por un tiempo el ISSSTE y la Lotería
Nacional. Ya totalmente transversal a gobiernos y partidos, hizo alianzas con
todos y al mismo tiempo pudo competirles.
Pero esa habilidad
no fue capaz de descifrar que el juego había terminado y calculó
mal. Estaba tan claro y tan cantado el consenso entre los partidos por una
reforma educativa que obligara a una
mayor calidad, y fue tan poca la parte que le habían
afectado las adiciones constitucionales, que su reacción
fue absurda, sin asidero. Hubo de inventar el fantoche de que el principio de
gratuidad de la educación corría
peligro, y se agarró de la mala redacción
de un artículo transitorio que hace referencia a
la autonomía de gestión
de las escuelas para ondear la bandera de la resistencia que en realidad le
provocaba otra palabra en el texto del artículo 3 de la Constitución:
permanencia.
Porque asoció
el vocablo a su permanencia, no a la de los maestros. No se aguantó.
Un día después de promulgado con bombo y platillo el
decreto, echadas al vuelo las campanas
para anunciar una reforma que ni siquiera es integral y tiene en la ley
secundaria su mayor reto y concreción, decidió
volver de San Diego para encabezar el plan que paralizaría
al sistema educativo y extendería al país
los paros magisteriales que ya empezaban en varias entidades.
Se le olvidó
que había regresado a Los Pinos la inspiración
salinista que un día la encumbró
y el método del manotazo para ganar legitimidad,
para conseguir algo de la credibilidad aún no conquistada. En nombre del combate
a la corrupción que jamás
ha emprendido en cargo público alguno, Peña
Nieto —su otrora aliado político—
la mandó a Santa Martha Acatitla, acusada de
delincuencia organizada y operaciones con recursos de procedencia ilícita.
Así
clasificaron los delitos; abierta la rendija para que si se porta bien, puedan
negociar.
El impacto político
y mediático de la medida resuena en un solo
aplauso en el país. Parece no importar que el presidente
de la república vuelva a utilizar abierta y descaradamente al ministerio público
para eliminar un obstáculo político,
si el que se quita de enmedio es uno de los más
desacreditados. La gente quiere que se castigue a los corruptos y está
dispuesta a festejar incluso si el Presidente se vuelve autoritario para
lograrlo. El festejo trae un riesgo: la regresión
a un sistema de control político que se puede enderezar no sólo
contra obstáculos corrompidos, sino en contra de
adversarios políticos.
Del discurso “anti-corrupción”
y “el respeto irrestricto de la ley”
pronto sabremos hasta dónde encontrará
sustento en los hechos. No sólo porque la lista es larga en el corporativismo sindical, sino porque el mayor
fenómeno corrupto y corruptor se da en varias entidades
federativas y a manos de los gobernadores. También
espera el caso Monex, esa montaña de dinero sucio con la que Peña
Nieto financió su campaña;
un extenso y complejo entramado para la triangulación
y piramidación de recursos financieros que sirvieron
para fondear y dispersar dinero a través de monederos electrónicos.
Es una afortunada
coincidencia que las mismas autoridades que con gran rigor siguieron la ruta
del dinero en el caso de la profesora Elba Esther Gordillo, tengan a su cargo
la investigación de Monex. Me refiero por supuesto a
la Unidad de Inteligencia Financiera de la SHCP, el Sistema de Administración
Tributaria y la Procuraduría General de la República.
* Senador por el PAN
Publicado en El
Universal