martes, 5 de marzo de 2013


La permanencia
Javier Corral

No fue capaz de asumir que había llegado el final de su ciclo. No supo retirarse, porque tampoco lo deseaba. Sus críticos la llamaron Doña Perpetua y ella se solazaba en el apodo imaginando su permanencia para siempre. Fueron 23 años en el disfrute de ese poder que la llevó a tantos excesos, lujos y banalidades, haciéndolos cada vez más ostensibles, casi como respuesta proporcional al incremento de su rechazo en la opinión pública. Perdió todo rubor y se sintió intocable.

Es que había logrado un tránsito entre sexenios de manera inaudita, y cruzó sin dificultades la alternancia política en la Presidencia de la República que no sólo no la tocó, sino que la reempoderó; porque en cuanto ella midió a Vicente Fox, supo que estaba ante un hombre alto, pero vacío; al que de inmediato le impuso el secretario de Educación Pública, acostumbrada a negociar con ella misma.

Se engulló al primer presidente de la alternancia con la facilidad de la verdadera escuela que provenía: la de la inteligencia malvada, la del salinismo, que la había sacado de las sombras de Jonguitud para encarnar la traición al líder y garantizar que todo siguiera igual,
en uno de los sometimientos políticos más inexplicables de gremio alguno.

Fue tal su habilidad política que, en el escaso margen con el que se decidió la elección del 2006, ella logró colocar la idea de que su apoyo a Felipe Calderón había sido el decisivo y  no la Ley Televisa. Tenía las estadísticas consigo y bastaba comparar los resultados que sus candidatos al Congreso habían obtenido bajo las siglas del nuevo Panal, con los sufragios que había logrado su candidato presidencial, Roberto Campa Cifrián.

En reciprocidad Calderón le concedió la subsecretaría más importante, la de educación básica; le dejó por un tiempo el ISSSTE y la Lotería Nacional. Ya totalmente transversal a gobiernos y partidos, hizo alianzas con todos y al mismo tiempo pudo competirles.

Pero esa habilidad no fue capaz de descifrar que el juego había terminado y calculó mal. Estaba tan claro y tan cantado el consenso entre los partidos por una reforma educativa  que obligara a una mayor calidad, y fue tan poca la parte que le habían afectado las adiciones constitucionales, que su reacción fue absurda, sin asidero. Hubo de inventar el fantoche de que el principio de gratuidad de la educación corría peligro, y se agarró de la mala redacción de un artículo transitorio que hace referencia a la autonomía de gestión de las escuelas para ondear la bandera de la resistencia que en realidad le provocaba otra palabra en el texto del artículo 3 de la Constitución: permanencia.

Porque asoció el vocablo a su permanencia, no a la de los maestros. No se aguantó. Un día después de promulgado con bombo y platillo el decreto, echadas al vuelo las  campanas para anunciar una reforma que ni siquiera es integral y tiene en la ley secundaria su mayor reto y concreción, decidió volver de San Diego para encabezar el plan que paralizaría al sistema educativo y extendería al país los paros magisteriales que ya empezaban en varias entidades.

Se le olvidó que había regresado a Los Pinos la inspiración salinista que un día la encumbró y el método del manotazo para ganar legitimidad, para conseguir algo de la credibilidad aún no conquistada. En nombre del combate a la corrupción que jamás ha emprendido en cargo público alguno, Peña Nieto su otrora aliado político la mandó a Santa Martha Acatitla, acusada de delincuencia organizada y operaciones con recursos de procedencia ilícita.

Así clasificaron los delitos; abierta la rendija para que si se porta bien, puedan negociar.

El impacto político y mediático de la medida resuena en un solo aplauso en el país. Parece no importar que el presidente de la república vuelva a utilizar abierta y  descaradamente al ministerio público para eliminar un obstáculo político, si el que se quita de enmedio es uno de los más desacreditados. La gente quiere que se castigue a los corruptos y está dispuesta a festejar incluso si el Presidente se vuelve autoritario para lograrlo. El festejo trae un riesgo: la regresión a un sistema de control político que se puede enderezar no sólo contra obstáculos corrompidos, sino en contra de adversarios políticos.

Del discurso anti-corrupción y el respeto irrestricto de la ley pronto sabremos hasta dónde encontrará sustento en los hechos. No sólo porque la lista es larga en el  corporativismo sindical, sino porque el mayor fenómeno corrupto y corruptor se da en varias entidades federativas y a manos de los gobernadores. También espera el caso Monex, esa montaña de dinero sucio con la que Peña Nieto financió su campaña; un extenso y complejo entramado para la triangulación y piramidación de recursos financieros que sirvieron para fondear y dispersar dinero a través de monederos electrónicos.

Es una afortunada coincidencia que las mismas autoridades que con gran rigor siguieron la ruta del dinero en el caso de la profesora Elba Esther Gordillo, tengan a su cargo la investigación de Monex. Me refiero por supuesto a la Unidad de Inteligencia Financiera de la SHCP, el Sistema de Administración Tributaria y la Procuraduría General de la República.

* Senador por el PAN

Publicado en El Universal