Imprescindible acabar con el pago por mérito a los académicos
ADRIÁN DE GARAY
Hace unas semanas, Manuel Gil publicó un
artículo donde cuestionaba el perverso sistema de pago por mérito al que nos
hemos sometido miles de académicos que trabajamos de tiempo completo en las
universidades públicas mexicanas desde hace más de veinte años. La propia
Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación superior, la
ANUIES, como ya hemos hecho referencia en una entrega anterior, en su documento
“Inclusión con Responsabilidad Social”, hace hincapié en la importancia del
cambio de política al respecto.
El sistema de pago por mérito opera a través
de los programas institucionales de becas y estímulos, los cuales surgieron
como una medida que a la vez que pretendía evitar la fuga de académicos de las
universidades, dados los bajos salarios que percibían, procuraba deshomologar
los ingresos en función del desempeño de los mismos, pues había quienes en el
mejor de los casos sólo cumplían con sus labores docentes, sin realizar
investigación o difusión de la cultura, y otros que cumplían plenamente con las
funciones para las cuales fueron contratados, pero todos recibían el mismo
salario.
El problema con el paso de los años, es que
los ingresos económicos percibidos por lo que teóricamente se consideraba un
pago adicional, extra, por el desempeño sobresaliente de los académicos de
carrera, se convirtió en los hechos en parte del salario regular y ahora es
parte fundamental de sus ingresos económicos, ya que más de la mitad de los
recursos mensuales que devengan proviene de esos programas.
Para que un académico de carrera logre
obtener esos pagos “extraordinarios”, es preciso mostrar cada año, o cada dos,
tres, cuatro, o cada cinco años, que en efecto trabaja como docente dando
clases en licenciatura y posgrado, así como dirigiendo tesis. Pero más
importante es mostrar la publicación de artículos especializados en revistas
indexadas, traducciones, reseñas, libros coeditados con empresas editoriales de
prestigio, asistir a congresos, coloquios, impartir conferencias, etcétera.
Se trata de un sistema de pago al trabajo
regular de los académicos que ha generado efectos no deseados, pues la dinámica
de buena parte de la labor académica que se realiza en las universidades
públicas tiene como lógica central publicar por publicar, sin importar la
calidad e impacto de lo escrito, aunque las bodegas estén repletas de
publicaciones que a nadie le interesa distribuir; incluso, se sabe de acuerdos
que toman algunos académicos para publicar en colectivo aunque no todos
participen de la investigación y redacción del trabajo reportado. Los llamados
refritos de los trabajos publicados están del mismo modo a la orden del día. Se
trata también de acudir a muchos congresos, independientemente de quien
convoque, aunque se hable diez minutos y cueste miles de pesos a la institución
sufragarlos para acudir a los mismos.
Es preciso, así mismo, titular a varios
alumnos al año de licenciatura y posgrado con tesis de dudosa calidad y
hechura. Lo importante es acumular puntos y más puntos que se establecen en los
tabuladores para conseguir aspirar a percibir un ingreso económico decoroso, no
importa la estrategia que se siga. Y en ese camino es importante para muchos
académicos tener “contactos” con las comisiones de pares que evalúan y
dictaminan lo realizado para que les “echen la mano” si es necesario.
Y aunque diversos especialistas han
investigado y mostrado lo pernicioso del sistema, las autoridades federales e
institucionales no parecen tener en la mira una reforma que lo modifique de
fondo, ya que en buena medida consideran que sólo mediante ese sistema los académicos
se responsabilizan con su trabajo regular. ¿Acaso cientos de académicos que han
mostrado con creces su compromiso durante 25 años necesitan seguir probándolo
cada año, aunque tengan 35 años de antigüedad y una edad de 65 años o más?
Lamentablemente sí. Y peor aún, si el académico decide jubilarse se va a su
casa sin percibir los ingresos económicos que le proporciona el sistema. El
largo tiempo entregado en ser un profesional de la docencia y la investigación,
la difusión de la cultura y la gestión administrativa queda en el olvido. No
hay recompensa por lo realizado, se retiran con la paupérrima pensión del
ISSSTE.
Sometidos a un trabajo a destajo, agobiante,
desgastante e individualista, la planta académica de las universidades públicas
envejece rápidamente sin existir hasta la fecha una iniciativa gubernamental
nacional que atienda seriamente la problemática. ¿Cuánto tiempo más tendrá que
transcurrir para que se modifiquen los actuales sistemas de estímulos y becas?
Es deseable que existan sistemas de pago al
mérito, sin duda, pero debe ser un pago extraordinario y excepcional a lo
realizado, para lo cual buena parte de los ingresos que hoy perciben los
académicos debería formar parte de su salario regular. Y aquellos que no
cumplan con su trabajo simplemente deberían abandonar las instituciones.
En el contexto de la consulta que el Gobierno
Federal está llevando a cabo para la formulación del Plan Nacional de
Desarrollo 2013-2018, es imprescindible que forme parte de la agenda pública la
necesidad de evaluar y reformar el conjunto de los sistemas de pago por becas y
estímulos al desempeño de los académicos de carrera de las instituciones de
educación superior públicas.